– No lo sé. -A Arthur le abatió un poco que esta intuición especial no se viera confirmada-. Quizá el hijo de un vecino. O quizá se lo inventó uno de los Sharp.
– ¿Qué hacemos ahora?
– Continuamos.
– Pero creí que lo habíamos…, que usted lo había resuelto. Royden Sharp es el destripador. Royden Sharp y su hermano Wallie escribieron juntos las cartas.
– De acuerdo, Woodie. Ahora dígame por qué fue Royden Sharp.
Wood respondió, contando con los dedos al hacerlo.
– Porque enseñó la lanceta de caballos a la señora Greatorex. Porque las heridas que sufrieron los animales, al cortarles la piel y el músculo, pero no penetrar en las entrañas, sólo podrían haberlas infligido un instrumento tan insólito. Porque ha trabajado de carnicero y también en un barco de ganado y, por consiguiente, sabía tratar con animales y el modo de hacerles cortes. Porque podría haber robado la lanceta del barco. Porque las fechas de las cartas y las mutilaciones coinciden con sus presencias y sus ausencias de Wyrley. Porque en sus cartas hay insinuaciones claras sobre sus movimientos y actividades. Porque tiene un historial de diabluras. Porque le afecta la luna nueva.
– Excelente, Woodie, excelente. Un caso completo, bien expuesto, y que depende de deducciones y pruebas circunstanciales.
– Oh -dijo el secretario, decepcionado-. ¿Me he olvidado de algo?
– No, de nada. Royden Sharp es nuestro hombre, en mi mente no hay la más mínima duda al respecto. Pero necesitamos pruebas más concretas. En particular, necesitamos la lanceta. Tenemos que conseguirla. Sharp sabe que andamos en la comarca y si tiene un poco de juicio ya la habrá arrojado al lago más profundo que conozca.
– ¿Y si no la ha tirado?
– Si no la ha tirado, usted y Harry Charlesworth van a dar con ella y confiscarla.
– ¿Dar con ella?
– Exacto.
– ¿Y confiscarla?
– En efecto.
– ¿Tiene alguna sugerencia sobre nuestro modus operandi?
– Francamente, creo que sería mejor que yo no supiera demasiado. Pero me figuro que sigue siendo la usanza en estos parajes campestres que la gente no cierre con llave la puerta de su casa. Y si resulta que hay que negociar, le sugeriría que la suma abonada constase en la contabilidad de Undershaw, en la columna en que usted estime oportuno apuntarla.
A Wood le irritó un tanto aquella altanería.
– Es bastante improbable que Sharp nos la entregue si llamamos a su puerta y le decimos: «Disculpe, ¿podríamos comprarle la lanceta con la que destripó a los animales, para enseñársela a la policía?».
– No, de acuerdo -dijo Arthur, riéndose-. Eso no resultaría. Tendrán que ser más imaginativos. Tener un poco más de sutileza. O, puestos a ello, ir un poco más al grano. Uno de los dos podría distraerle, quizá en una taberna, mientras el otro… La mujer mencionó un aparador en la cocina, ¿no? Pero en realidad se lo dejo a ustedes.
– ¿Pagará mi fianza, llegado el caso?
– Hasta le buscaré un testigo que le ponga por las nubes.
Wood negó con la cabeza despacio.
– Todavía no acierto a creerlo. Anoche a esta hora no sabíamos casi nada. O, mejor dicho, teníamos sospechas. Ahora lo sabemos todo. En un solo día. Wynn, los Greatorex… y ya está. Quizá no podamos probarlo, pero lo sabemos. Y en un solo día.
– Se supone que no sucede así -dijo Arthur-. Yo debería saberlo. Lo he escrito bastantes veces. Se supone que hay que dar unos cuantos pasos simples. Tiene que ser totalmente insoluble hasta el mismo final. Y luego desenredas la madeja con una magnífica cadena de deducciones, algo que sea enteramente lógico pero asombroso, y entonces experimentas una gran sensación de triunfo.
– ¿Que usted no siente?
– ¿Ahora? No, me siento casi desilusionado. La verdad es que lo estoy.
– Bueno -dijo Wood-, permita que un alma más sencilla tenga una sensación de triunfo.
– Con mucho gusto.
Más tarde, cuando Arthur se hubo acostado, después de fumar su última pipa, reflexionó sobre esto en la cama. Se había impuesto un desafío y hoy lo había cumplido; sin embargo, no sentía euforia. Orgullo, tal vez, y ese bienestar que uno experimenta cuando se toma un descanso en el trabajo, pero no felicidad, y mucho menos triunfo.
Recordó el día en que se casó con Touie. La había amado, por supuesto, y en aquella etapa temprana la adoraba y no veía el momento de consumar el matrimonio. Pero cuando se casaron en Thornton-in-Lonsdale, con el amigo Waller al lado de Arthur, había tenido una sensación de…, ¿cómo expresarlo sin faltar al respeto debido a su recuerdo? Era feliz en la medida en que ella lo era. Esa era la verdad. Por supuesto, más adelante, sólo un día o dos después, empezó a sentir la dicha que había esperado. Pero en el momento mismo fue mucho menos feliz de lo que había previsto.
Quizá por eso, en cada etapa de su vida, siempre había buscado un reto nuevo. Una nueva causa, una nueva campaña, porque el éxito de la anterior sólo le causaba un breve júbilo. En instantes así envidiaba la simplicidad de Woodie. Envidiaba a quienes eran capaces de descansar en sus laureles. Pero él nunca había sido así.
Y bien, ¿qué quedaba por hacer? Había que apoderarse de la lanceta. Había que obtener una muestra de la escritura de Royden Sharp: quizá a través de los Greatorex. Había que comprobar si Walker y Gladwin tenían más importancia de la que parecía. Quedaba la cuestión de la mujer y la niña que habían sido agredidas. Había que investigar el expediente académico de Royden en la escuela de Walsall. Había que procurar emparejar de un modo más concreto los movimientos de Wallie Sharp con lugares desde donde se habían enviado cartas. Había que enseñar la lanceta, una vez conseguida, a los veterinarios que hubiesen atendido a los animales mutilados y solicitarles su dictamen profesional. Había que preguntar a George qué recordaba de los Sharp, si recordaba algo.
Tenía que escribir a su madre. Tenía que escribir a Jean.
Ahora que tenía la cabeza llena de tareas pendientes, se sumió en un sueño tranquilo.
Ya en Undershaw, Arthur se sintió como se sentía cuando se acercaba al final de un libro: casi todo estaba en su sitio, la emoción principal de la creación había pasado, ahora sólo era cuestión de trabajo, de eliminar todas las fisuras posibles. Los días siguientes empezaron a llegar los resultados de sus instrucciones, pesquisas y presiones. El primero llegó en forma de un paquete de papel de estraza encerado y atado con una cuerda, como un objeto comprado en la ferretería de Brookes. Pero antes de abrirlo sabía lo que era; lo supo por la cara de Wood.
Desenvolvió el paquete y poco a poco extrajo, cuan larga era, la lanceta. Era un instrumento atroz, y lo hacía aún más horrible el contraste entre la sección recta, que era roma, y el borde afilado de la curva letal…, que era, en efecto, tan afilado como podía ser [24].
– Bestial -dijo Arthur-. ¿Puedo preguntarle…?
Pero el secretario le interrumpió con un movimiento de la cabeza. Sir Arthur no podía tenerlo todo, primero no queriendo y después queriendo saber.
George Edalji escribió diciendo que no se acordaba de los hermanos Sharp, ni en la escuela ni posteriormente; tampoco se le ocurría ningún motivo de inquina que pudieran tener contra él o su padre.
Más satisfactoria era una carta del señor Mitchell detallando el expediente académico de Royden Sharp.
Navidad, 1890
Primaria. Puesto, el 23 de 23. Muy atrasado y débil. No cursa francés ni latín.
Pascua, 1891
Primaria. Puesto, el 20 de 20. Lerdo, no hace los deberes, empieza a progresar en dibujo.
Mediados de verano, 1891