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– Ésta es mi hija, Skyler -dijo Francesca. Lucía una sonrisa, pero su expresión era tensa-. Recordarás que ayudó en la lucha contra la maldad de Xavier.

– Sí, por supuesto -dijo Ivory-. Estuviste increíble. Todos tienen muy buena opinión de ti, Skyler, obviamente por buenas razones. Soy Ivory y él es mi compañero, Razvan.

Ivory sintió el impacto cuando Razvan levantó la cabeza. El golpe a sus entrañas, duro y profundo. En realidad en aquel momento no había prestado atención a nada excepto a proteger a Ivory de la maldad de Xavier y tratar de mantener en calma a todo el mundo. Ahora no había manera de pasar por alto a esta niña. O al trauma que había sufrido. Tragó con dificultad, pero su expresión no cambió. Sólo Ivory percibió el terrible golpe.

– Así que soy una Buscadora de Dragones -dijo Skyler, con la barbilla levantada-. Es por eso que puedo sentir la tierra de la misma manera que Syndil, aunque ella no es una Buscadora de Dragones, sino que tiene el don de vincularse con la tierra como lo hacen ellos. Soy en parte Cárpato, aunque por alguna razón, y a diferencia de otros medio Cárpatos, yo no he necesitado sangre.

Razvan tomó aliento, lo expulsó. Ivory tomó su mano, y la aferró. No sabía cual de los dos necesitaba más del apoyo.

– Eres mi hija. -Lo dijo como una declaración, aunque no tenía recuerdos de su madre. Debían estar profundamente enterrados, suprimidos por Xavier cuando el mago fecundó a la mujer. Skyler se había salvado de ser secuestrada y hecha prisionera porque su sangre no había llamado a Xavier, el Buscador de Dragones en ella la ocultaba profundamente, probablemente presintiendo a un enemigo mortal. Eran sus ojos los que la delataban. Si Xavier la hubiera observado con atención, si no hubiera estado tan ávido por la sangre “correcta”, no habría permitido que Skyler y su madre escaparan tan fácilmente.

¿Qué le sucedió?, preguntó Razvan a su hermana. Cuando sintió su vacilación, pronunció con brusquedad la impaciente orden: Dímelo.

Ivory le puso la mano en el hombro. Era la primera vez que lo veía verdaderamente agitado. Lo sintió tensarse bajo su mano, pero no se apartó.

Natalya se mordió el labio y luego capituló. Su madre escapó cuándo ella era solo una pequeña. Durante años Skyler creyó que el hombre que se casó con su madre era su verdadero padre. Era un muy mal hombre y la vendió a otros. Francesca la rescató.

Razvan cerró los ojos brevemente. Sólo el toque de Ivory lo estabilizó. Sus hijos parecían destinados a vivir con dolor y sufrimiento aun cuando Xavier no lograra ponerles las manos encima. Abrió los ojos para mirar directamente a Francesca.

– Te estoy muy agradecido.

No tenía ni idea de qué decirle a ésta jovencita. Su hija. Una chica de la que no sabía nada, que había vivido un infierno y tenía un excesivo conocimiento sobre los monstruos del mundo.

– No sé qué palabras puedo ofrecerte, Skyler, más allá de decir que siento pesar por no haber estado presente en tu vida para protegerte de todos los horrores de este mundo. Si hubiera podido, lo habría hecho.

Ella se encogió de hombros, demasiado madura para su edad.

– Eso era a bastante imposible, dado que ni siquiera sabías que existía.

– Ahora lo sé -dijo Razvan- y espero que estés dispuesta a conocerme. Nunca ocuparé el lugar de tus padres, pero ciertamente deseo formar parte de tu vida, si tú quieres. Eres alguien de quien cualquier padre puede enorgullecerse. Te has mantenido firme contra el mal, y he oído decir que trabajas con Syndil para sanar la tierra. Eso solo ya es un milagro.

La tensión pareció abandonarla.

– Me alegro de que nos hayamos conocido. -Ella se agarró de la mano de Francesca, aparentemente sin percatarse de que lo hacía incluso mientras extendía la mano para tocar las cicatrices que se entrecruzaban sobre el brazo de él-. Tú destruiste a Xavier. Gregori nos dijo lo que sucedió.

– Sin los otros, Skyler, no hubiera sido capaz de hacerlo. Trabajamos juntos.

– Están esperando adentro por ti -dijo Francesca-. Quisiera examinaros a ti y a Ivory otra vez. Espero que os quedéis y nos permitáis sanaros tras la sesión inicial.

Razvan e Ivory intercambiaron una larga mirada. Había habido tanto dolor. El pueblo Cárpato se había reunido para ayudar a acelerar su curación, pero ninguno de los dos podía permanecer en tan cercana proximidad. Necesitaban su propia tierra sagrada y habían ido juntos a la cueva donde la Madre Tierra los rodeaba con su suelo más fértil. Ambos tenían aún cicatrices, pero, como en Vikirnoff y Natalya, ya se estaban desvaneciendo.

– Gracias, Francesca -dijo Razvan, con una pequeña reverencia formal-. Ambos apreciamos tu ayuda. Probablemente salvaste nuestras vidas.

– Lo dudo. -Francesca lideró el camino a través de la caverna hacia la cámara ceremonial donde todo el mundo aguardaba.

Descendió el silencio sobre la multitud al tiempo que ellos entraban. Ivory se acercó más a Razvan. Podía oler a salvia y lavanda. Las velas adornaban cada grieta y cada repisa imaginable, las parpadeantes luces creaban suaves sombras sobre las paredes. Por encima de sus cabezas, los cristales adornaban el techo, y las luces danzantes hacían centellear las gemas, que titilaban como una manta de estrellas. Ivory deslizó su brazo a lo largo del de Razvan, conmocionada con la cantidad de gente que rodeaba el recinto, clavando los ojos en ellos.

Mikhail se deslizó desde el centro de la cámara, cerrando la distancia entre ellos. Estrechó firmemente el brazo de Razvan a la manera formal de saludo entre dos cazadores respetados y experimentados.

– Pesäsz jeläbam ainaak que permanezcas mucho tiempo en la luz. Gracias por el gran servicio que has prestado a nuestra gente.

Razvan no se movió. No habló. Se quedó con la mirada fija sobre el hombro de Mikhail aun después de que Mikhail se girase hacia Ivory y hubiera estrechado su brazo de la misma manera formal.

– Sívad olen wäkeva, hän ku piwtä… que tu corazón permanezca fuerte, cazadora -saludó Mikhail-. Tu gente te agradece el gran servicio que nos has prestado. -Dio un paso atrás y se inclinó en una prolongada, profunda y amplia reverencia que revelaba gran respeto.

Para conmoción de Ivory, el recinto entero se inclinó con él. La emoción la sofocaba, constriñendo su garganta, y lanzó una mirada hacia Razvan. Él no se había movido. No había cambiado de expresión, como si estuviera allí congelado, su cara esculpida en piedra. No había visto el formidable tributo. No había desviado los ojos de un punto al otro lado del recinto. Volvió la cabeza para seguir su mirada.

No había equivocación posible respecto a quién era la mujer sentada al lado de Nicolas De La Cruz… Lara. Ivory no pudo centrarse en su amado Nicolas, no cuando el corazón de Razvan se hacía trizas en un millón de fragmentos. Sencillamente se desmoronó por dentro. Por fuera, parecía distante y ajeno a todo. Por dentro, simplemente se disolvió. Su paz interior había desaparecido, destruida. No podía respirar; su corazón se aceleró hasta tal punto que temía pudiera explotar.

Cada recuerdo, cada horrendo detalle de la vida de esta niña, atestaba su cabeza. El aroma de su sangre. La sensación de sus dientes desgarrándole la carne, incapaz de detenerse, incapaz de hacer nada aparte de advertirla, de intentar hacerla escapar. Sin embargo no había ningún lugar al que pudiera escapar. Ningún lugar al que pudiera ir, y él era impotente para salvarla. La desesperada consternación y el peso de la espantosa culpabilidad lo hincaron de rodillas. Diminutas gotas rojas se arrastraron hacia abajo por su cara. Sus manos se mostraron inestables al intentar enderezarse.