– ¡Deja de bromear!
– ¿Vas a ir ante el concilio de los guerreros y decirles que crees que las mujeres se les debería permitir luchar? Porque parece como si pudieras necesitar un poco de ayuda. Pero puedo quedarme aquí parada trenzándome el pelo si prefieres que no participe.
¡O jelä peje terád, que el sol te queme, Natalya!
Ella levantó una ceja.
– ¿Acabas de maldecirme? Yo sólo sigo los deseos de mi hombre. -Lo fulminó con la mirada-. Como Donna Reed.
– Que el sol abrase al consejo de guerreros. Y que el sol queme a Donna Reed también.
– Eso no es tan agradable cuando Donna Reed es tu chica de ensueño.
– La princesa guerrera es mi chica favorita y mejor que ponga su espectacular trasero en marcha. -Vikirnoff paró dos espadas que venían hacia él, giró y la parte plana de la espada le cruzó el hombro.
Esto le hizo tambalear, pero siguió moviéndose rápidamente, agachándose y deslizándose entre las filas de guerreros para quitarse de en medio.
Natalya se estremeció, dio dos pasos hacia Vikirnoff y luego se forzó a parar.
– Parece que eso ha dolido. Te ayudaría, pero sabes que me estropearía el esmalte de uñas. Es tan bonito y rosa.
– Voy a zurrarte cuando salga de esto.
– No estoy segura de que vayas a salir de esto sin algo de ayuda, pero desafortunadamente para ti, creo que estoy ovulando en este momento. Nosotras las mujeres tenemos que quedarnos en casa y ser embarazadas.
– ¿Qué me va a costar?
– Cambiar tu posición sobre las mujeres que luchan, oh dictador poderoso. -Pero ella ya estaba levantando los brazos al aire, preparada para asumir el mando de los guerreros de sombra. Porque no iba a permitir que mataran a su hombre, aunque fuera un idiota.
Oírme ahora, oscuros, grandes guerreros arrancados de vuestros lugares de descanso, mientras llamo a la tierra, al viento, al fuego, al agua y al espíritu.
Esperó a que los guerreros semitransparentes pararan y bajaran las espadas, pero ellos continuaron luchando con Vikirnoff.
– Humo sagrado, Batman, no me están escuchando. -Natalya sacó su espada y saltó al combate, espalda contra espalda con Vikirnoff-. Ya no tengo sangre de mago. Tenemos un pequeño problema aquí.
Vikirnoff la fulminó con la mirada por encima del hombro.
– ¿Tú crees?
Escena 2
Lara se estremeció mientras se arrastraba sobre las manos y las rodillas por el retorcido y estrecho tubo de hielo que se dirigía desde el interior de la cueva al mundo exterior. Por lo menos, esperaba que se dirigiera afuera, porque no había nada excepto muerte para ella dentro de la cueva. El hielo crujía y gemía continuamente, siempre vivo, siempre en movimiento, nunca quieto, nunca silencioso. El frío se le filtraba en los huesos, aunque regulara su temperatura corporal.
Las capas de hielo, blancas y azules, eran difíciles de ver sin la luz de los candelabros que iluminaban las grandiosas cámaras de su abuelo. Generalmente, tenía la excelente visión nocturna de su padre pero estaba llorando tanto, que las lágrimas lo enturbiaban todo y el temor componía figuras oscuras que no estaba realmente allí. Con el frío punzante, podía decir que las lágrimas se convertían en hielo en su cara, congelándole la piel
Los gritos de los dragones se apagaron y se esforzó inconscientemente por oírlos. No deseaba que sus tías murieran. Vaciló, pensando en regresar a ayudarlas, pero ¿qué podría hacer ella? Estremeciéndose, se acurrucó en el tubo de hielo, asustada de avanzar, aterrorizada de volver.
La montaña tembló, sacudiéndose a su alrededor. Por un momento los pulmones se paralizaron, ardiendo en busca de aire. Oyó el grito del dragón, un chillido lleno de dolor que se alzó por las cavernas, y luego la respuesta cuando el segundo dragón bramó en angustia.
Se cubrió la cara con las manos. No había vuelta atrás ahora. Las tías no habían huido y Xavier las castigaba. Sus castigos eran terribles. Ella no tenía la menor idea de que le esperaba adelante en el mundo exterior, ninguna idea de que esperar, pero tenía que ser mejor que vivir de la manera en que había estado viviendo.
La muñeca latió y se la frotó, forzándose a mirar hacia delante, no detrás de ella. Estaba aterrorizada de que el sol la quemara como Xavier siempre le había dicho. El sol era una masa inmensa de magma ardiente, agitado y terrible, esperando para prenderle fuego. Se estremeció y comenzó a arrastrarse otra vez.
Casi inmediatamente oyó el inicio de los cuchicheos. Voces. Amortiguadas. Persistentes. Feas. Los monstruos te comerán. El sol te freirá. Tu piel se fundirá con tus huesos.
Ella se empujó para continuar, avanzando centímetro a centímetro. Advirtió el frío que se le filtraba en el cuerpo, destruyendo su capacidad de pensar claramente y se forzó a tratar de regular su temperatura corporal. Cuanto más se alejaba de la cueva de hielo y de Xavier, más se daba cuenta de que su padre debía haber estado ayudándola a mantener su calor corporal.
La subida a la superficie era interminable, las rodillas estaban arañadas y manchadas de sangre cuando alcanzó el siguiente nivel. El tubo se separaba en dos direcciones. No tenía la menor idea de por dónde ir. Encima de su cabeza la montaña gimió y crujió con la presión del peso del hielo. Por todas partes, el hielo se rompía y caían fragmentos sobre ella. Se sentó en el empalme del túnel y trató de resolver qué camino seguir. No podía sentarse ahí. Xavier enviaría algo terrible detrás de ella. Estaba segura de que ya lo había hecho.
Las diminutas arañas del hielo, mortales, con colmillos venenosos, se apresuraron por las grietas de hielo, dejándose caer hacia abajo consolarla. Se abrieron en abanico, sus cristalinas y sedosas telarañas chispeaban en la oscuridad, captando la luz de una fuente que ella no podía ver y la deslumbraban con muestras de color mientras corrían por las paredes del túnel, tejiendo redes para mostrarle el camino por el tubo de la mano izquierda.
Oyó arañar detrás de ella y supo que estaba a minutos de ser capturada. Su corazón latía demasiado rápido, golpeando con fuerza en su pecho, la sangre rugía como el sonido del hielo rompiéndose en sus oídos.
Un ejército de arañas se apartó del cuerpo principal para correr detrás de ella, tejiendo telarañas rápidamente, construyendo una barrera a través del túnel, gruesa, fuerte y brillante con hilos tóxicos.
Lara trepó detrás de las otras arañas, siguiendo los deslumbrantes hilos sedosos por las paredes. Sin tener que preocuparse por lo que había adelante, o a donde iba, viajó más rápido, arrastrándose con un ritmo rápido acompasado con el latido del corazón. El túnel se orientó hacia mientras se serpenteaba de aquí para allá en varias direcciones, llevándola de vuelta al camino de donde venía y luego bruscamente girando en dirección opuesta. Se abrían aberturas en todas direcciones, era un laberinto por el que sabía que nunca habría podido maniobrar sola. Las arañas lo hacían fácilmente, iluminando el camino con sus hilos brillantes.
El viento le tocó la cara. Las escamas heladas de hielo le mordieron la piel expuesta. Tiritando sin parar y con los dientes castañeteando se arrastró hasta que tuvo poca carne en las rodillas y palmas de las manos. Delante de ella vio luz. Al principio pensó que los ojos le estaban engañando, pero cuando continuó adelante, más luz se derramó en el túnel. Las paredes se ampliaron y el techo fue mucho más alto.