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– Estamos en deuda, señora -dijo Gregori, inclinando la cabeza-. Soy un sanador. Quizás podría ayudarla a cambio del gran servicio que ha prestado.

Ella sabía que él estaba usando el discurso formal, reconociéndola como a una antigua, pero se negaba a permitirle calmarla con una falsa sensación de seguridad. No se fiaba de él más de lo que se fiaba de Sergey. Detrás de él otro hombre se materializó y ella se oyó jadear. Por un horrible instante estuvo segura de que Draven estaba vivo y había venido a por ella otra vez. Le llevó un momento darse cuenta de que tenía que ser Mikhail Dubrinsky, el hermano más joven de Draven, el Príncipe reinante del pueblo Cárpato.

Dio un paso atrás, la flecha moviéndose para cubrir inmediatamente el corazón del intruso. Gregori dio un paso deliberadamente delante del Príncipe, manteniendo la palma de la mano hacia fuera, hacia ella.

– Nadie quiere herirte. Estamos en deuda contigo.

Detrás de él, el Príncipe apartó suavemente a Gregori a un lado.

– Soy Mikhail Dubrinsky y estamos en deuda contigo.

– Sé quién eres. -No pudo evitar la amargura de su voz-. Di mi ayuda libremente al niño, y este hombre me ha devuelto más que cualquier deuda que tuviera. Farkas, en pie ahora.

El lobo se levantó obedientemente y tropezó, casi cayéndose otra vez. Ella maldijo, sabiendo que estaba demasiado débil para cruzar la distancia solo. No podría volver a su guarida, no herida y sangrando. Dejaría un rastro de sangre en el cielo. No sería visible, pero las gotitas podrían ser olfateadas y cualquiera que lo deseara podría encontrarla.

Gregori dio un paso más cerca y la otra mano de Ivory fue a la pistolera. Ivory sacudió la cabeza.

– No deseo luchar contigo, pero si insistes, lo haré.

– Sólo deseo ayudarte.

– Hazlo dejándome pasar libremente por tu tierra. Tomaré a mi manada y me iré.

– Eres una mujer Cárpato sin compañero y necesitada de nuestra protección -dijo Gregori, con su voz suave e irresistible.

– Soy una antigua guerrera con compañero y lucho mis propias batallas. No debo lealtad a tu gente y ninguna a tu Príncipe. Que sepas esto, Oscuro, lucharé a muerte para mantener mi libertad. Sólo quiero que me dejen en paz. -Dio otro paso atrás.

– Si te marchas sin ayuda, serás vulnerable a cualquier ataque -contestó Gregori, su voz más apacible que nunca-. Como guerrero Cárpato, un macho, sanador de nuestro pueblo, no puedo permitir que te vayas sin ocuparme primero de tu bienestar.

Ella balanceó la espada hacia arriba, los ojos oscuros despidiendo fuego incluso mientras la desesperación la recorría.

– Entonces debes saber que será un combate a muerte. No quiero ayuda de ti ni de ninguno de los tuyos.

Los lobos se desplegaron, incluso Farkas, frente a los machos Cárpatos… enemigos ahora… rodeando a los hombres con los dientes descubiertos.

Capítulo 4

Razvan despertó lentamente. Al principio pensó que estaba soñando, pero los sueños de estar tumbado en la tierra habían desaparecido hacía mucho tiempo de su imaginación. Estaba seguro, absolutamente seguro, de que podía sentir la profunda capa, rica en minerales, que lo rodeaba como una cómoda manta tibia; la tierra lo acunaba, su cuerpo caliente, el hambre era un recuerdo lejano. Y eso no tenía ningún sentido.

Abrió los ojos de golpe, el poder le consumía, lo sacudía, más del que jamás se había imaginado, más de lo que jamás había concebido o soñado. Atravesaba su cuerpo como una marea ascendente, corriendo por sus venas, bombeando por el corazón, estallando a través de los órganos y nervios hasta que el poder lo llenó. La luz irradió de su cuerpo mientras explotaba a través de las capas de tierra a la superficie. La tierra erupcionó en forma de géiser, golpeando el alto techo de piedra por encima de su cabeza y esparciéndose por el cuarto.

Aterrizó agachado, sus sentidos extendiéndose, escaneando, su mente corriendo, intentando unir las piezas del puzzle. Había escapado al fin. Su mente casi no podía aceptar la verdad de ello. Recordó correr por la nieve, tiritar, su fuerza tan mermada que no podía controlar su temperatura corporal, pero se forzó a seguir andando hasta que no quedó un solo gramo de fuerza. Tenía que alejarse lo suficiente para que ni Xavier ni sus sirvientes lo encontraran antes de que el sol subiera. El sol. El último recurso de todo Cárpato era limpiar su alma con la blanca luz brillante. Incluso eso le había sido negado.

Xavier había sido descuidado. El temor fue su caída. Temía que si alimentaba a Razvan demasiado perdería el control sobre él, así que el mago había forzado a su nieto a pasar semanas sin sangre. Pero Xavier tomaba de él a diario, hasta que finalmente Razvan estuvo demasiado débil y enfermo para mantenerse en pie, o para suministrar al mago glotón el vivificador líquido Cárpato.

Recordaba esa sensación de vacío y debilidad, la locura cercana del hambre, el cuerpo gritando, los dientes afilados y necesitados a cada momento que estaba despierto. Encadenado, no podía cazar su propio alimento. Ni siquiera había animales cerca a los que llamar. Cada célula, cada órgano gritaba, hasta que el cerebro no fue nada excepto una neblina roja de necesidad. Ahora se sentía sólo ligeramente hambriento, no la constante hambre que le roía y que había gobernado su vida durante tantos siglos.

Echó una mirada alrededor, comprendiendo que estaba bajo tierra, profundo, pero hacía calor. De algún modo, la brillante luz de la luna se derramaba desde arriba, aunque estaba profundamente bajo tierra en una caverna de piedra. Oía el sonido de agua pero poco más. Ondeó las manos, y las velas saltaron a la vida por todas partes del cuarto, transformándolo instantáneamente en un santuario femenino. Las capas de piedra sobre ellas estaban talladas complejamente con hermosas imágenes, majestuosos paisajes, árboles y matorrales, como si el mundo exterior hubiera sido traído adentro, un pedacito a la vez, hasta que las paredes fueron una belleza.

Femenino… la mujer… la razón por la que veía un despliegue de colores. La luz y el color le deslumbraban los ojos, ardían después de tanto tiempo viendo sólo en gris, blanco y negro. Recordó el toque calmante de sus manos; su voz, suave e irresistible; el modo en que sabía su sangre, adictiva y caliente como hecha específicamente para él. Ella lo había salvado cuando él le había dicho que no lo hiciera. Ella le había lanzado una compulsión a pesar de todas sus advertencias, y ahora…

Sentía. Todo. La culpa, la rabia y la sensación de absoluta soledad. No tenía la menor idea de cómo comportarse en la sociedad civilizada. No tenía conocimientos de mucho aparte de engaño y tortura, y ahora aquí estaba, sin estar preparado absolutamente, vivo y bien por primera vez que pudiera recordar en sus siglos de existencia.

Razvan se estiró, sintiendo el juego de músculos bajo la piel. Su cuerpo se sentía tan diferente, cálido, vivo, el acero corría bajo la piel, tanto poder que temblaba con él, inseguro de cómo cualquiera podía esgrimir tal fuerza sin dañar a todos a su alrededor. Respiró un aliento inestable y echó una mirada alrededor otra vez.

A la mujer… su compañera… le debía haber llevado cientos de años tallar su casa. Era excepcional, pero lo atraía. Había algo seguro y consolador en ella. Estaba molesto con ella por salvarlo. No podía quedarse para reprenderla ni verse tentado por ella, por supuesto, pero por lo menos ahora tenía una oportunidad de luchar cuando persiguiera a Xavier, y sabía que lo haría. No podía permitir que el mago continuara esparciendo su mal por el mundo. Tenía que detenerlo, y ahora quizás tuviera la habilidad para ello.