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Razvan se arrodilló para examinar la cuenca grande de tierra. La depresión estaba hecha de pura roca. Roca impenetrable. El agujero circular que era su cama había sido tallado, profundo y ancho, y luego llenado de la tierra más rica, más pura, y con más minerales que él jamás había visto. Incapaz de resistirse, hundió las manos en la capa negra, sintiendo las propiedades calmantes y rejuvenecedoras.

¿De dónde procedía? Se hundió sobre los talones y estudió el hoyo ancho y profundo. Esta tierra había sido traída aquí, un pequeño pedacito a la vez, pero ahora tenía muchos metros de profundidad, casi no se había dado cuenta de que había una cama de piedra debajo.

¿Quién tenía la clase de paciencia que requeriría tallar primero una gran cámara en una lecho de piedra y luego llenar la cuenca con tierra? Debía haber llevado cientos de años, pero ella había concebido la idea y luego la había llevado a cabo cuidadosamente. Se puso de pie con un movimiento fluido, sorprendido por la manera en que su cuerpo respondía a la fuerza que le recorría, pero estaba más interesado en la mujer y en lo que ella había forjado que en cómo funcionaba su cuerpo.

Había algo extraordinario acerca del cuarto, y no sólo todo el trabajo que había requerido. Su sensación lo intrigaba. Extendió las palmas hacia las paredes. El poder crujió. El calor y la paz le llenaron. Frunció el entrecejo y dejó caer las manos, girando la cabeza para estudiar los ricos tallados. Cada pared, de aproximadamente diez metros de altura con forma oval, estaba tallada con intrincados dibujos. Un bosque llenaba una pared, cada aguja, rama y tronco nudoso en ricos detalles. Se acercó. Una segunda pared tenía una cascada que salpicaba una piscina de agua, una manada de lobos plateados, seis de ellos, estaban grabados en varias posiciones alrededor del bosque y la piscina. Reparó en los matorrales, las flores, la luna redonda y las estrellas. En el fondo de la pared, cerca de la cuenca de la cámara donde ella descansaba, había tallado una sola frase.

Kuczak és kune jeläam és andsz éntölam sielerauhoet, andsz éntölam pesädet és andsz éntölam kontsíverauhoet. Que las estrellas y la luna me guíen con su luz y otorguen serenidad a mi alma, protección de todo daño y el corazón de un guerrero… paz.

Era más que una obra de arte. Empotrado en cada carta, cada lazo y espiral, las enredaderas recorrían cada palabra por dentro y por fuera, era una sensación de tranquilidad. Cuando pasó las manos sobre la oración, a un centímetro de la pared, pudo sentir las vibraciones y supo que tejido en esas palabras, en la misma roca, había poderosas salvaguardas.

Razvan colocó las manos en la pared de piedra. Otra vez la pared tatareó con vida. Las paredes eran de roca sólida, impenetrables como su cuenca de tierra. Pero más que eso, cada pared tenía medidas de protección, poderosas. Reconoció los principios como mago, pero eran tan diferentes que resultaría casi imposible desenredarlas. Nada iba a traspasar esas paredes. Nadie jamás la encontraría, y ella estaba perfectamente a salvo.

Gruño en voz alta. Ella lo había traído a su santuario. Probablemente él fuera la primera persona que había visto jamás su casa, y con él, había traído a un enemigo más allá de todos los demás. Xavier podía poseer su cuerpo, y ahora que era fuerte, estaba en forma y lleno de poder, el mago malvado desearía el cuerpo de Razvan para sí mismo más que nunca.

Razvan tocó el violín, y sintió la alegría y el arte de su música. Sus emociones estaban por todas partes, enterradas en el arte que ella creaba, en el calor y en el santuario de su casa. Subió con cuidado por los escalones de piedra y por la apertura estrecha al cuarto más grande. Estas eran obviamente sus dependencias, donde pasaba la mayor parte de su tiempo. Las paredes de la caverna habían sido grabadas trozo a trozo hasta que había creado una torre redonda que se alzaba unos buenos doce metros. Aunque relativamente pequeña, la cámara parecía espaciosa en su sencillez.

Había un par de sillas y una alfombra gruesa de lana con un poco de pelo de lobo adherido aquí y allá, dando evidencia de que la manada a menudo se tumbaba en este cuarto. Encontró un libro de poesía y otro de batallas de samuráis, estrategia y código de honor. Eran viejos y estaban en la pequeña mesa tallada, junto a la silla. Recogió el libro de samuráis, escrito en un antiguo idioma, y lo hojeó, notando la pequeña escritura al margen y el subrayado de frases en cada página. El libro estaba deteriorado y obviamente lo habían leído a menudo.

Como en la cámara, las paredes estaban cubiertas con dibujos, cada golpe tallado en la pared, el cual debía haber llevado años completar. La artesanía le dijo algo acerca de ella. Tenía paciencia. Era meticulosa. Y una perfeccionista. Era una artesana tanto si ella lo sabía como si no. Las caras de diez jóvenes lo miraron fijamente. Cada cara tenía una expresión de amor. Cuando levantó la mano y pasó las puntas de los dedos sobre los grabados lisos, sintió el amor. El amor de ella. El amor de ellos por ella. Angustia y dolor por su pérdida. Esto, entonces, era su monumento a la familia perdida.

Razvan había conocido el amor. Su padre y madre. Su hermana, Natalya. Guardó esos recuerdos mucho tiempo después de que sus emociones se desvanecieran… y le había llevado mucho tiempo, aún cuando abrazó esa oscuridad en él, extendiéndose hacia ella desesperado por estar tan entumecido que no pudiera sentir la pérdida, la culpa y una abrumadora sensación de fracaso y desesperación. La sangre en él corría fuerte tanto si lo deseaba como si no. Cuando tocó esas caras, el amor que había allí, la pena, eso casi lo puso de rodillas. Todos y cada uno de los golpes de la herramienta usada para forjar esas líneas amadas desde el recuerdo fueron hechos con lágrimas cayendo por la cara de ella y un amor absoluto en su corazón.

Mientras las almohadillas de los dedos trazaban el pelo y frentes, bajaron por los ojos, las narices y las bocas, sintió la diferencia en ella. Al principio esas manos habían sido inocentes del conocimiento del destino de sus hermanos. Poco a poco, el conocimiento había sido ganado durante siglos, hasta que supo de la traición de sus cinco hermanos mayores. Las manos se inmovilizaron y respiró bruscamente. Vampiros. Traidores. Maestros vampiros juntándose y tramando la caída del pueblo Cárpato con… El corazón se le hundió. Su enemigo. El peor enemigo de ella. Xavier.

Estaba todo allí en la piedra. Cada detalle, cada emoción, la sangre y las lágrimas y cada gramo de amor y perdón que había en ella. Decidió que nunca los vería como eran ahora, sólo los recordaría con amor en el corazón, donde podía tocar las caras aquí en este monumento y recordar nada más que su amor.

Quiso llorar por ella, por su familia perdida. No podía imaginar qué fuerza debió necesitar para seguir adelante, tan sola, tan perdida, el dolor de su pérdida casi intolerable, la fuerza de su amor perdurando. Las otras cinco caras eran de la familia… más no familia de sangre. Sintió su profundo amor por ellos, la preocupación, el temor estaban tejidos ahí adentro. Temía saber de su destino, así que había dejado de buscar, temiendo que hubieran tomado el sendero de los hermanos. El amor brillaba junto con el terror a la verdad.

Debajo de las caras de los diez hombres había seis lobos, tallados con detalle exquisito, parecían tan reales que tocó la piedra para ver si la piel era realmente de piedra. Cada cara era diferente, como si ella hubiera estudiado un lobo y transformado a la criatura viviente en parte de la tierra para siempre. La habitación era hermosa en su sencillez y se sentía como un hogar amoroso.

Estudió cada cara con cuidado, tanto al hombre como al lobo, sabiendo que éstos eran los seres importantes en la vida de Ivory. Se preguntó, si las cosas hubieran sido diferentes, si su cara habría estado en la pared, inmortalizada con su familia.