Ya voy. Estaré allí, Ivory. No pierdas la esperanza.
En cientos de años, nunca había dependido de nadie excepto de sí misma y su manada. Ella era Ivory Malinov, Asesina de los oscuros, y no confiaba en nadie, no creía en nadie. Así, nadie podía arrancarle el corazón, físicamente o en sentido figurado. Tomó aliento y el dolor casi la cegó, la hizo tambalearse y el Oscuro saltó hacia ella.
Ivory sacó un cuchillo del cinturón y se enfrentó a él. Conocía su reputación, pero por suerte, él no conocía la de ella. Era una ventaja, por pequeña que fuera. No estaba enterado de que los lobos fueran Cárpatos y todos más que letales. Intentaría controlarlos, era una defensa estándar pero no funcionaría, y eso le proporcionaría a ella una pequeña ventaja. Comúnmente se habría apresurado a atacar ya, sin esperar a que él diera el primer paso, pero una parte de ella no quería comenzar una guerra con los Cárpatos.
Mikhail levantó la mano.
– Gregori. No hay necesidad de esto. -Era una advertencia, entregada con una voz suave, casi tierna.
Recordó ese mismo tono… el padre de Mikhail, tan tierno y benévolo, ojos amables, compasivo, sabiduría comprensiva. La voz de la razón. Sólo quería ayudarla. Un hombre desinteresado y apacible que vivía para servir a su gente. Lo que fuera mejor para ellos. Recordaba esa voz demasiado bien. Los ojos mirándola, examinándola, perforando su alma, viendo su necesidad de conocimiento, su necesidad de aprender cuando sus hermanos no podían… o no querían. Esa voz que la tranquilizaba, diciéndole que él haría lo correcto, que hablaría con sus hermanos cuando regresaran y les explicaría por qué era necesario que ella fuera a la escuela y aprendiera.
El Príncipe comprendía. ¿Cómo no podría, cuando sabía tanto más que los otros? ¿Cómo no podría, cuando sus razones para hacerlo todo era servir a su pueblo? Había sabido que ella tenía ansias de hacer algo más que sentarse en casa y esperar a su compañero. Ella quería ser algo, hacer algo. El Príncipe comprendía y la ayudó como ella había sabido que haría.
Algo se le retorció dentro del estómago. Por un breve momento, no pudo sentir el dolor que le latía en las costillas ni la terrible agonía del hombro, ni de la quemadura de la sangre ácida o el punzante dolor de los parásitos mientras cargaban contra sus células. Nunca se le ocurrió en su candidez que el Príncipe tuviera otro orden del día, que quisiera deshacerse de ella, enviarla lejos porque sabía que su hijo enfermo y retorcido nunca la dejaría en paz, y que sus hermanos o los hermanos De La Cruz matarían a Draven. En vez de eso, ella había partido felizmente, creyendo que el Príncipe, en su infinita sabiduría, sabía mucho más que su propia familia. Se sentía tan adulta, tan validada. Había sido desesperadamente joven y confiada en aquellos días.
Tienes que darte prisa. No puedo resistir mucho más.
No sabía si su debilidad era tan física como mental. Ver a su hermano la había sacudido más de lo que había comprendido en un principio. Había jurado evitarlos y no se había preparado mentalmente para ver a Sergey en su estado de maldad. Él había cambiado su apariencia cuando la reconoció, dándole un vislumbre de su pasado, del hombre amado que la había abrazado, mecido y pasado horas enseñándola a luchar.
Le había enfermado físicamente dispararle una flecha a él. Creía haber separado exitosamente el pasado del presente en su mente, pero verlo en persona no era lo mismo que pensar en él de forma abstracta.
Estoy llegando. Entretenlos un tiempo. Usa a los lobos si debes.
– Permite que nuestro sanador te ayude -dijo Mikhail, su voz cayó otra octava, llegando a ser casi hipnótica.
Ella no pudo evitar sentir el tirón de esa voz pura, aunque durante siglos se hubiera entrenado para no caer presa del sonido. Farkas se apretó más a sus piernas, con el cuerpo temblando. Estaba en la misma forma que ella.
– No necesito tu ayuda, Dubrinsky -dijo, con voz altanera-. Ni la he pedido ni quiero nada de ti o de cualquiera conectado contigo.
El aliento de Gregori salió en un largo y lento siseo.
La mirada de Ivory saltó a su cara, a la tormenta que se arremolinaba en esos ojos. Si se iba a producir un ataque, vendría de él. Ella estaba débil por la pérdida de sangre y el dolor, y se le estaba acabando el tiempo.
– Evidentemente nunca has aprendido, en todos tus años de existencia, cómo una voz puede ser dulce y pura a los oídos, pero ocultar la verdad detrás de la máscara. Mis hermanos escogieron el sendero de mal, pero no estaban equivocados en su juicio sobre la línea Dubrinsky. El Príncipe al que sigues no es en absoluto lo que crees que es.
Su mirada volvió rápidamente a Mikhail, conteniendo absoluto y total desprecio.
– No me puedes engañar, karpatii ku köd… mentiroso, ya fui engañada una vez, y tu padre era un campeón. Deseo irme. ¿Me estás reteniendo prisionera?
Hubo un pequeño silencio y Gregori sacudió lentamente la cabeza.
– ¿Crees que puedes luchar contra todos nosotros y salir vencedora? Eres una mujer, una mujer Cárpato sin nadie para protegerla. He jurado llevar a cabo mi deber tanto si lo deseas como si no.
Ivory respiró, y exhaló. Estate preparado, Raja.
La manada desnudó los dientes y encaró la amenaza de los machos Cárpatos sin acobardarse.
Gary se movió entonces, colocando deliberadamente su cuerpo delante del de ella, deteniéndose entre Ivory y el guardián del Príncipe, ignorando la amenaza de la manada.
– Por favor -dijo-. Nadie quiere tomarte prisionera. Te ofrezco mi sangre libremente. Mi vida por la tuya. No estoy seguro de las palabras formales, pero si tomas lo que ofrezco, sabremos que por lo menos tendrás una oportunidad de luchar si te topas con otro vampiro. Nadie quiere apresarte.
– Está infectada con la sangre del vampiro -explicó Gregori-. Hay que extirpar los parásitos.
– Soy muy consciente de la contaminación -replicó Ivory-. Soy perfectamente capaz de curarme a mí misma.
Otro macho y una hembra se materializaron más allá del Príncipe, e Ivory suspiró, deseando poder hundirse en la nieve y descansar. Reconoció al macho, con sus rasgos fuertes y hermosos y casi se le escapó una sonrisa. Falcon. Un amigo de la familia, de los hermanos De La Cruz. Era un solitario pero un buen hombre. Agradeció verlo, saber que por lo menos algunos de los machos más antiguos todavía sobrevivían con sus almas intactas.
– ¡Ivory! -Registró sorpresa, sorpresa y felicidad-. ¿Tú eres la misteriosa mujer que ha salvado a nuestro hijo? -Falcon se deslizó hacia adelante pero se detuvo bruscamente cuando ella retrocedió y lo alejó con la mano.
– Pesäsz jeläbam ainaak… que puedas permanecer en la luz mucho tiempo, Falcon -saludó-. Han sido muchos años.
– Estás herida -exclamó la mujer, apresurándose hacia adelante.
Falcon la detuvo poniéndole una mano en el brazo.
– ¿Qué pasa aquí?
Ivory notó que no sonaba sentencioso, sino cauteloso.
– Deseo irme y tu Príncipe y su sirviente han dictado otra cosa.
– Sólo para velar por su salud, señora -dijo Gregori con una leve reverencia, ignorando su provocación.
La mujer frunció el entrecejo.
– Soy Sara, la compañera de Falcon. Has salvado a nuestro hijo y estamos en deuda contigo. Nadie aquí quiere herirte. -Lanzó una pequeña mirada enfurecida hacia Gregori-. No puedo imaginarme que nadie quiera hacer nada excepto recompensarte por tu ayuda. Ofrezco libremente mi sangre para ayudar a curarte. Ambos, Falcon y yo haremos cuanto podamos para curar tus heridas, aunque Gregori sea un sanador incomparable. Puede parecer intimidante, pero realmente es un hombre apacible y cariñoso.