Mientras se deslizaba entre los árboles y la montaña se alzaba, alta a lo lejos, encontró rastros. Un vagabundo madrugador en busca de leña quizás, o cazando. Se agachó y tocó los rastros en la nieve. Un hombre grande. Eso siempre era bueno. Y estaba solo. Eso era aún mejor. El hambre la roía ahora que se había permitido ser consciente de ello. Ivory corrió tras las huellas, siguiendo al hombre mientras éste avanzaba entre los árboles.
El bosque se abrió a un claro donde se asentaba una pequeña cabaña y un retrete, una corriente seccionaba la pradera que la rodeaba. Normalmente la cabaña estaba vacía, pero el rastro se dirigía a través de la nieve hasta el interior. Un fino rastro de humo comenzó a flotar por la chimenea, diciéndole que él acaba de llegar a la cabaña de caza y había encendido un fuego.
Ivory echó la cabeza hacia atrás y aulló, llamando a su manada. Esperó al borde del claro y el hombre dio un paso afuera, con un rifle en las manos, echando una mirada alrededor del bosque circundante. Esa llamada solitaria lo había asustado y esperaba, inspeccionando el área alrededor de la casa.
Ivory tomó el cielo otra vez, moviéndose con el viento, parte de la niebla que iba rodeando la casa. Se mantuvo sobre de su presa encima del techo, mientras él estudiaba el bosque y luego, con una pequeña maldición, entraba. Ella vio las sombras revoloteando entre los árboles y les hizo gestos. La manada se agachó, esperando.
La rendija bajo la puerta de la cabaña era lo bastante ancha para que la niebla fluyera e Ivory entró en la sala, caliente ahora por el rugiente fuego. Sólo un cuarto, con una pequeña chimenea y una estufa de cocina, la cabaña disponía de los servicios más básicos. En tiempos modernos, ni siquiera el más pobre de los aldeanos tenía tan pocos enseres. Observó al hombre desde un oscuro rincón de la habitación mientras él vertía agua en una olla y la ponía al fuego para que hirviera.
Cruzando el cuarto, se materializó casi delante de él, deslizándose entre el hombre y el fuego, su voluntad ya estirándose para calmarlo y hacerlo más accesible. Los ojos de él se abrieron de par en par y luego se volvieron vidriosos. Ivory lo dirigió a una silla donde pudiera sentarlo. Ella era alta, mucho más alta que la mayoría de las mujeres de las aldeas, un regalo de su herencia Cárpata, pero esta montaña de hombre era todavía más alto. Encontró el pulso latiendo a un lado del cuello y hundió los dientes profundamente.
El sabor era exquisito, sangre caliente fluyendo, las células llenándose y explotando a la vida. A veces olvidaba cuán bueno era regalarse con algo auténtico. La sangre animal podía mantenerla con vida, pero la verdadera fuerza y energía provenían de los humanos. Saboreó cada gota, apreciando la sangre vivificadora, agradecida al hombre, aunque él no recordaría haberla donado. Le implantó un sueño ligeramente erótico, lleno de placer, no deseando que la experiencia fuera desagradable para él.
Pasó la lengua a través de los pinchazos para cerrar los dos agujeros y borrar toda evidencia de que ella hubiera estado allí. Le consiguió un vaso de agua y se lo apretó contra la boca, ordenándole beber y luego puso otro a su lado, antes de salir lo envolvió en una manta para mantener su cuerpo caliente.
La manada la encontró en lo más profundo del bosque, rodeándola en el momento en que los llamó. El macho alfa vino primero, apoyándose contra su rodilla mientras ella se arrodillaba y le ofrecía la muñeca, la sangre manando. El lamió la herida de su muñeca izquierda mientras la hembra se alimentaba de la derecha. Alimentó a los seis lobos y luego se sentó un momento en la nieve, recuperándose. Había tomado mucho del leñador, aunque había tenido cuidado de que éste todavía pudiera funcionar, no queriendo que corriera el riesgo de morir de frío antes de recuperarse, y estaba un poco drenada después del combate con los vampiros y luego de alimentar a la manada.
Se puso de pie lentamente y estiró los brazos, esperando que los lobos volvieran a cambiar a tatuajes que cubrieran su piel. Cuando se unieron con ella, se sintió un poco más revitalizada, los lobos le daban su energía. Otra vez corrió y saltó al cielo, cambiando mientras lo hacía, dándole a su cuerpo alas mientras volaba sobre el bosque de camino a casa.
Las nubes eran pesadas y llenas, y pequeñas ráfagas de viento soplaban en la niebla emborronando el sol naciente. Las montañas se alzaban delante de ella… elevadas y cubiertas de nieve… ocultando calidez y un hogar bajo las capas de piedra. Se encontró sonriendo. Estamos en casa, envió a la manada. Casi. Tenía que explorar antes de bajar, comprobar la zona en busca de extraños.
Sintió a los lobos estirarse con cada uno de sus sentidos, al igual que lo hacía ella, nunca dando por sentada la seguridad. Así era como había logrado permanecer viva tantos años. Sin confiar en nadie. Sin hablar con nadie a menos que estuviera lejos de su morada. Sin dejar ningún rastro. Ninguna huella. La Asesina aparecía y luego desaparecía.
Se abrió camino en círculos apretados, más y más cerca de su guarida, todo el tiempo escudriñando en busca de espacios en blanco que quizás indicara a un vampiro, o la interrupción de energía que significaría que un mago podía estar en el área. El humo y el ruido quizás fueran humanos. Los Cárpatos eran más difíciles, pero tenía un sexto sentido con ellos y podía ocultarse si sentía a uno cerca.
Cuando empezó su espiral hacia abajo, un malestar ondeó a través de su cuerpo y luego a través de los lobos. Debajo de ella, a través de las capas de niebla, captó vistazos de algo oscuro inmóvil en la nieve. La nieve comenzaba a caer, añadiéndose a su pérdida de visión, y supo por la sensación de picor que se arrastraba sobre su piel que el sol había comenzado a subir. Cada instinto le decía que aumentara la velocidad y fuera a su guarida antes de que el sol rompiera sobre la montaña, pero algo más antiguo, mucho más profundo, la disuadió.
No podía girar lejos del cuerpo extendido sobre la nieve, que ya estaba siendo cubierto con el nuevo polvo que caía. O köd belső… que la oscuridad lo tome. Jurando con las antiguas maldiciones Cárpatas que habrían conmocionado a sus cinco hermanos en los viejos tiempos, cuando ella era su protegida y adorada hermana pequeña, puso los pies en la nieve y abrió los brazos para permitir que su manada bajara de un salto.
Los lobos se aproximaron al cadáver con cansancio, rodeándolo en silencio. El hombre no se movió. Su ropa estaba desgarrada, exponiendo parte del torso y el vientre demacrados a los brillantes ojos hambrientos. Rajá se acercó, dos pasos solamente, mientras la manada continuaba rodeando el cuerpo. La hembra alfa, Ayame, dio un paso detrás del macho y Rajá giró y le gruñó. Ayame saltó hacia atrás y se giró, desnudando los dientes a su compañero.
Ivory dio un paso cauteloso más cerca, mientras Rajá volvía a olisquear al hombre inmóvil. Había sido una vez un macho poderoso, no había duda acerca de ello. Era más alto que el humano medio por bastantes centímetros. El cabello era largo y espeso, una mata salpicada de nieve suelta y despeinada. Había sangre y tierra adheridas a los gruesos mechones, cubriendo el cabello en algunos lugares. Se inclinó sobre Rajá para conseguir un vistazo más de cerca y algo dentro de ella cambió.
Jadeando, se echó hacia atrás bruscamente, su cuerpo girando realmente, preparado para huir. El hombre tenía los huesos fuertes de un macho Cárpato, una nariz aristocrática recta, y profundas líneas de sufrimiento cortadas en una cara una vez hermosa. Pero lo que realmente atrapó su atención y la aterrorizó, fue la mancha de nacimiento que se mostraba a través de la camisa rota y fina. Podía ver el dragón en la cadera. No era un tatuaje, había nacido con esa marca.
Buscador de dragones. El aliento salió de sus pulmones en un jadeo largo. Alrededor de ella la nieve continuaba cayendo y el mundo se tornó blanco, todo sonido enmudeció. Podía oír los latidos de su corazón, demasiado rápido, la adrenalina bombeando por su cuerpo, la sangre rugiendo en sus orejas.