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Sabía poco de compañeros, y la última cosa que jamás había querido hacer era sentir emoción verdadera. Ya era suficiente malo recordar cómo era amar y sentir remordimiento por las cosas viles que había hecho, aún bajo la compulsión de otro, pero ella había llevado todo eso a su mente y corazón y lo había hecho real otra vez. Donde antes había estado entumecido durante cientos de años, ahora cada acto terrible y brutal, la violación de mujeres, el alimentarse de sus propios hijos, apuñalar a su tía, la traición de todas y cada una de las personas a las que amaba y por las que se preocupaba, todo eso ante él, llenándolo con auto-aborrecimiento y desprecio.

Su alma era tan negra. Las emociones se vertían sobre él junto con los recuerdos. Su amada hermana… había luchado por salvarla, pero al final, la había traicionado. Sus tías… había intentado duramente salvarlas, pero Xavier había controlado su cuerpo y él había sido el que hundiera el cuchillo en el pecho de su tía. No podía respirar, no podía encontrar aire que arrastrar a sus pulmones.

Sentía la garganta en carne viva y se estrangulaba, cerrando los ojos, intentó excluir la culpa y el horror de sus acciones. Poco importaba que él no hubiera tenido el control… eso en sí mismo era una culpa terrible… o que no hubiera sido lo bastante fuerte para detener a Xavier. Luchar contra él a cada centímetro del camino no había sido suficiente, y ahora esta extraña, esta mujer, traía todos esos detalles horrorosos, vívidos y repugnantes a su mente y éstos marcaban su irredimible alma.

– Razvan. -La voz era suave. Apacible-. Mírame.

Él no podía moverse. No podía enfrentarse a ella. No, no a ella… a él mismo. Maldijo la resistencia de su cuerpo a la muerte. ¿Cómo podría enfrentarse alguna vez a alguien después de los crímenes terribles que había cometido? Le subió la bilis y se ahogó en ella, un sabor amargo y metálico. Se enjuagó la cara y la palma se manchó de sangre.

La olió, aunque ella no hizo sonido cuando se acercó, tan silenciosa como sus mortíferos lobos. Sacudió la cabeza.

– Quédate atrás. No te acerques demasiado.

Porque el hambre lo volvía salvaje, mientras la culpa lo volvía un poco loco. Ahora no era a Xavier al que temía, era a sí mismo. Sabía lo que incluso el mejor de su raza podía hacer cuando estaba muerto de hambre, y él estaba lejos de ser el mejor. Estaba maldecido, maldito incluso, astuto y… tan hambriento. Hambriento.

Ivory se arrastró hacia él.

– Necesitas alimentarte. Alimento a mi manada a menudo, es sinceramente de poca importancia. Sólo toma la sangre de mi muñeca.

La podía ver entre los dedos ahora, delante de él, con preocupación en la cara, aunque era lo suficientemente lista para recelar. No se fiaba de él… estaba allí en sus ojos. Una uña se alargó, afilada y ella la bajó hacia su muñeca.

Razvan le aferró la mano, una ráfaga de temor y adrenalina combinados le dio fuerzas cuando realmente tenía poca.

– ¡No! No lo haré. -El pensamiento lo enfermaba. La oferta de la muñeca evocó la visión de una boca glotona desgarrando una pequeña muñeca. Se estranguló otra vez y giró lejos de ella.

¿Cómo le dices a alguien que estás maldito? Sacudió la cabeza.

– Tienes que llevarme a la superficie y dejar que me vaya.

– ¿Por qué no te alimentas? Quizás si me dices…

No se lo contó. Se lo mostró. Ella tenía que ver… saber… el monstruo que había llevado a su guarida. Se apoderó de su mente, fluyendo en ella, empujando los recuerdos al interior su cabeza, forzándola a observarlo desgarrar la pequeña muñeca de una niña asustada mientras ella le rogaba, permitiéndole ver a la madre de su hija pudrirse mientras él gritaba, luchaba y lloraba sangre, furioso con el monstruo que lo encarcelaba. La hizo mirar mientras traicionaba a su hermana gemela, Natalya, y cuando hundió el cuchillo en el pecho de un dragón tratando desesperadamente de ayudar a escapar a su hija.

Ella palideció, pero no se arrancó de su mente. La sintió moverse en su interior, alerta a su modo natural, pero absorbiendo sus recuerdos, leyendo su vida. Y él la alimentó, cientos de años con Xavier, observándolo torturar y matar. Xavier había utilizado su cuerpo para cometer actos horrendos una y otra vez, para procrear con mujeres psíquicas escogidas, tomando posesión de él lentamente, y luego más tarde, utilizándolo como un títere para cometer sus malvados actos. Ella debería haber retrocedido, debería haberle hundido el puño en el pecho y extraído su corazón ahí mismo, pero se quedó, observándolo todo sin temor, con calma, sin mostrar nada de sus propios pensamientos.

Después de un rato, él fue consciente de que estaba llorando, en su interior, por esos años de tormento y pena, por la arrogancia de un joven que pensó que podría derrotar sin ayuda a un enemigo que había eludido a guerreros y a mentes más viejas y más sabias que la suya. Se dio cuenta de que estaba tumbado con la cabeza en el regazo de ella, que una mano le acariciaba el pelo, que la sangre de sus lágrimas le manchaban los muslos.

– ¿Ves lo que soy? -preguntó. Fue una súplica. Había pasado los últimos veinte años planeando escapar, planeando permitir que el sol limpiara su alma, arriesgarlo todo a la existencia de una vida después de la muerte. Pero aquí estaba ella, la única mujer que podía detenerlo, y se negaba a dejarlo marchar. Si él hubiera tenido la fuerza suficiente habría luchado por salir, pero no podía arriesgarse a herirla, y con su mente tan destrozada y su cuerpo tan débil, dudaba que pudiera alcanzar la superficie sin una batalla mayor entre ellos.

– Veo más de lo que piensas. Te has olvidado, Razvan, que tuve mis propias experiencias con Xavier. -Los dedos le acariciaban el pelo y comenzaron a trazar pequeños círculos sobre las sienes-. Y tú has revelado mucho más de Xavier y sus hechizos de lo que sabes.

A él no le gustó la especulación en su voz, pero en las manos había magia, manteniendo la angustia a raya junto con el dolor físico.

– No puedes vencerlo. Créeme, lo he intentado durante siglos y siempre he fallado. -Debería haberse apartado de ella, pero descubrió que no podía. Las manos inducían magia por todo su cuerpo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien lo había tocado con tal gentileza?

– Yo tampoco -contestó ella-. Conocía a Rhiannon y a su compañero. Y cuando Xavier lanzó un hechizo sobre mí y me arrastró a lo profundo del bosque, me contó su plan para matar a su compañero y forzarla a procrear con él. Ya lo tenía todo dispuesto. Por supuesto supuse que los Cárpatos lo derrotarían; éramos demasiado fuertes.

Se detuvo. Su voz se había vuelto monótona, más baja, casi terciopelo. Sentía las suaves notas deslizándose dentro de él, acariciando los dolorosos recuerdos, empujándolos suavemente hacia atrás. Todo en Ivory parecía suave, liso y tan pacífico.

– Nadie derrota a Xavier.

Ella se inclinó sobre él y le susurró en la oreja.

– Porque tiene ayuda. Siempre tiene ayuda. En cada recuerdo que me has mostrado, un mago menor encontró primero la plataforma para el hechizo que él lanzó. Cuando me tomó, y luego más tarde tomó al compañero de Rhiannon y lo asesinó, no fue Xavier quien cometió el asesinato verdadero… aunque he oído que se llevó el mérito. Fue Draven, el hijo mayor del Príncipe Vlad. Traicionó a nuestra gente con Xavier. Él entregó al compañero de Rhiannon, muerto, a las manos de Xavier.

Razvan trató de revolverse, pero sus miembros eran pesados. Sentía la mente vagar un poco mientras ella construía puertas, luego las empujaba suave y lentamente para que se cerraran y atraparan el dolor y la culpa donde no lo pudieran alcanzar. De uno en uno, los recuerdos de su derrota y sus crímenes fueron bloqueados lentamente hasta que su mente pudo aceptar, de lejos, los siglos de fracaso, de tortura y de auto-repulsión. Su voz era la cosa más hermosa que había oído jamás y se concentró en ella, en esa melodía suave y dulce que pareció llevarlo a algún lugar, muy lejos de la brutalidad absoluta de su existencia.