Adoraba ver en sus ojos esa mirada vidriosa y aturdida que le decía que ella estaba cayendo dentro de ese mismo pozo de hambre y necesidad, y sin embargo estaba aún un poco impresionado y sorprendido de que pudiera estar tan perdidamente enamorada. Las manos le temblaban solo un poco, y mientras sus senos se movían, suaves, deliciosos y tan tentadores, dedos de excitación tentaban sus muslos y danzaban sobre su miembro.
Él esperó. Conteniendo el aliento. El cabello de ella se derramó sobre sus caderas y muslos. Cerró los ojos mientras sentía el calor de su aliento bañando la pulsante erección, la gratificante sacudida en reacción, hinchándolo aún más. Indulgente y pausado. Adoraba su generosidad. El modo en que ella lo amaba, no con palabras, sino de éste modo, brindándole placer, sencillamente entregándose a sí misma. Eso era lo que más lo excitaba, aquél máximo regalo en el que se daba completa y generosamente, ella deseaba su placer tanto o más de lo que deseaba el suyo propio.
La lengua le dio un rápido golpecito y él gimió; sin poder evitarlo elevó las caderas, buscando su caliente boca, pero ella se retiró. Su palma le acunó las doloridas pelotas, las estimuló e hizo rodar entre sus dedos; su lengua enviaba descargas de fuego que le vibraban a través del cuerpo mientras ella le prodigaba su atención, lamiendo un camino de vuelta hacia su miembro.
Dejó de respirar. Su corazón se saltó un latido, y luego comenzó a palpitar. El estruendo en su cabeza se incrementó y juraría que en ella aporreaba un martillo neumático. Su ingle se sentía como una espiga de acero. Gruñó un suave, ronco sonido que pareció compelerla a actuar. Ella se agarró de su cadera con una mano, los dedos clavándose a fondo, mientras los dedos de la otra mano se envolvían a su alrededor como un torno. Oyó el corazón de ella ajustarse a su propio y palpitante latido. Percibió el flujo de su sangre atravesándole las venas como el oleaje en un maremoto. Juró en la antigua lengua, su voz no era la suya, sino ronca, desesperada, y hambrienta de necesidad.
Ella lo lamió. Lamió la ancha cabeza con forma de seta, girando la lengua en espiral sobre esa firme, suave y aterciopelada punta y saboreando las gotas perladas que fluían en anticipación. Su cuerpo entero se tensó, se estremeció, y ésta vez gruñó un sonido bajo y lleno de lujuria, al tiempo que su visión se hacía borrosa.
– O köd bels…¡que las tinieblas me tomen! ¡Ivory, me matarás!
Tenía que estar en su boca, en aquel paraíso húmedo, apretado y secreto. Agarró un puñado de su cabello y le atrajo la cabeza hacia él, necesitándola desesperadamente, e incapaz de esperar un momento más.
Ivory le sostuvo la mirada, observando los cambios en él, impregnándose de ellos, deleitándose en su habilidad para trastornar su calma habitual. Adoraba cuando se ponía todo endemoniado con ella, gruñendo y agarrando manojos de su cabello, arrastrándola más cerca, empujando sus caderas sin poder resistirse. Se deleitaba en el modo en que sus ojos cambiaban del azul medianoche a un intenso negro. El modo en que las franjas de su pelo se acentuaban. Había algo muy estimulante e intensamente sexy con respecto a los gruñidos que reverberaban en su pecho, el músculo contrayéndose en su mandíbula, ese pequeño tic que le hacía saber que se encontraba completamente en otro reino.
Esta noche saldrían a cazar al enemigo más peligroso que el pueblo Cárpato, que el mundo, hubiera conocido jamás, y tal vez nunca regresarían. La determinación de mostrarle cómo se sentía, lo que significaba para ella, lo que le brindaba, se veía en cada roce cautivador de su lengua y en cada caricia de sus dedos. Devoró su miembro completamente, atrayéndolo profundamente, ahuecando la mejillas para ajustar la succión alrededor de la carne firme.
Él gimió cuando sus dientes rasparon gentilmente y su lengua giró en espiral subiendo por el miembro para tentar el ultra sensitivo punto debajo de la cabeza acampanada. Echó la cabeza hacia atrás hasta que sus labios rozaban apenas por encima de él, estudiándolo, observando sus ojos dilatarse de placer, observándolo respirar de forma irregular con ásperos jadeos.
– Ivory. -Había exigencia en su voz.
Su amante tranquilo y pausado había desaparecido, aquel que se tomaba su tiempo para llevarla una y otra vez más allá del límite, siempre en completo control, siempre el que daba tan generosamente y la llevaba más allá de lo que hubiera conocido nunca. La dicha la atravesó y se lo tragó, tomándolo profundamente, sintiendo reaccionar su cuerpo entero, sintiéndolo estremecerse otra vez mientras un intenso placer vibraba a través de él.
Los músculos de sus muslos saltaron de excitación, su estómago se contrajo en reacción, los pesados músculos de su pecho se tensaron mientras sus brazos se flexionaban. Pero fue su miembro, moviéndose y pulsando en su boca, volviéndose aún más grueso de lo que nunca hubiera estado, lo que la emocionó. Adoraba cómo extendían sus labios, se deleitaba en como su caliente longitud se sentía sobre su lengua, incluso la manera en que empujaba con cortas ráfagas en staccato profundamente dentro de su garganta donde sus músculos exprimían, masajeaban y ordeñaban.
Ella había planeado éste momento, este regalo para él, ésta conquista, deseando para él este crudo placer, la impotencia, el éxtasis gratuito donde no tuviera que preocuparse por ella o por sus sentimientos, sino solamente por tomar lo que le entregara, lo que le ofrecía. El calor llameó a través de ella cuando expuso los dientes como un lobo hambriento.
Él se desplazó, haciéndolos flotar hasta el suelo, sus manos sujetaban inmóvil la cabeza de ella mientras se empujaba hasta el fondo de su boca, con los ojos entrecerrados observaba su garganta trabajándolo, observaba la belleza de la mujer que estaba a sus pies, de rodillas, suplicante, con los ojos fijos en los suyos.
No apartes la mirada de mí, ordenó.
No tenía intención de apartar la mirada, o de retirarse de su mente. Quería que esta sensación exquisita continuara para siempre. Sus propios muslos estaban húmedos, la unión entre sus piernas pulsaba por la necesidad de ser llenada por él, pero por nada del mundo iba a detenerse. Quería tomarlo profundamente en su garganta, ser todo para él, ser usada por él, darle éste regalo perfecto para que se sintiera envuelto por su amor.
La lengua de ella le acarició y frotó sobre su punto más sensible y oyó un grito estrangulado escapar de su garganta. Los ojos se le volvieron de un azul tan oscuro que parecían negros, sin pupilas. Ella sintió su reacción. Se quemaba vivo. Se prendía en llamas de la punta de los pies a la coronilla. Llamas que lamían su piel. Su sangre corría como lava ardiente, espesa, casi demasiado espesa para pasar a través de sus venas.
Más duro. El susurro estaba en su mente. ¡Oh, Kucak… ¡Oh estrellas! ¡Ivory, más duro! Su voz era áspera. Ronca. Estimulante. ¡Andasz éntölem irgalomet!… ¡Ten misericordia, no pares!
Nada podría haberla detenido. Ardía por él. Se sentía vacía por dentro sin él. Estaba desesperada por él, por este arrebato salvaje y sexy. Incrementó la succión al tiempo que él tomaba el control, mientras su cuerpo lo perdía. Utilizó su cabello, sujetándole la cabeza mientras tomaba su boca, guiando su cabeza contra él hasta que sintió la violenta sacudida. La dilatación. Oyó su propio rasgado grito de gozo y éxtasis mientras explotaba, el caliente flujo lanzándose a chorros al fondo de la garganta de ella.