Выбрать главу

No lo dejó marchar, sintió sus temblores mientras continuaba succionándolo, ahora con gentileza, con los ojos fijos en los de él. Se meció hacia atrás sobre sus talones y finalmente le permitió resbalar de su boca. Su lengua dio una lenta y sensual pasada a sus labios llenos, hinchados.

Ivory observó como los ojos de él cambiaban, iban de ese oscuro azul medianoche a la insondable profundidad de un recóndito abismo oceánico. Tan hambriento. Tan centrado. Todo por ella. Su corazón brincó. Algunas veces su hambre podía inquietarla, como ahora, cuando su cuerpo se mostraba agresivo y podía sentir el acero corriendo a través de sus músculos. Tanto la atraía como la repelía, la incitaba y la asustaba. Razvan tenía siempre tanto control que cuando lo perdía, tal como adoraba que hiciera, su intensidad resultaba aterradora… y gratificante.

De pronto su puño la agarró del cabello otra vez para arrastrarla hacia arriba. Tiró de su cabeza hacia atrás, exponiéndole el cuello. Su corazón brincó. Se le fundieron los huesos. Sintió que los pulmones le ardían en busca aire. Él hundió los colmillos profundamente, y un absoluto éxtasis se abalanzó a través de su cuerpo como un tsunami, inundándola. Los ojos se le cerraron. ¿Cómo podría mantener sus sentidos intactos cuando ese delicioso placer se extendía a través de ella como una oleada de calor? Bebió de ella como si estuviera famélico, absorbiendo la esencia de la vida dentro de su cuerpo, como si no pudiera obtener bastante.

Adoraba cuando estaba al borde de su control, con la boca moviéndose sobre ella con desenfrenada pasión, el éxtasis que sentía no era nada comparado con aquel que le brindaban el cuerpo y el sabor de ella. Adoraba tocar su mente y alimentar la caótica pasión masculina, la necesidad y la lujuria alzándose tan afiladas y terribles que apenas podía contenerse para no devorarla. Sus colmillos causaban pequeñas punzadas de dolor que solo agregaban otra dimensión a las capas de deseo y calor que se propagaban y la consumían.

En cada alzamiento era así, la necesidad de fusionarse, de sentirse completamente uno, del calor y el fuego de su unión. Se estremeció de placer mientras tomaba un último trago indulgente y pasaba la lengua sobre los pinchazos para cerrar la pequeña herida. Su boca succionó allí por un momento, marcándola, otro privilegio que nunca antes se había tomado. Sentía… parte de él. Parte de su corazón. Parte de su alma.

La lengua de él lamió las gotas de sangre rojo rubí que se arrastraban hacia abajo por la garganta hacia el seno. Su lengua dio un golpecito al pezón y ella inspiró profundamente, pero sus manos le cogieron la cabeza para contenerlo. Sin embargo no había forma de contener a Razvan en su talante actual. Le gruñó algo y tomó su pecho dentro de su boca, mordiéndole el pezón y tirando de él hasta que la hizo gritar de placer.

Succionó con fuerza, causando estragos en su cuerpo, haciéndolo suyo. Tomó su placer de ella, pero se lo devolvió multiplicado por diez, como si él también supiera que éste podía ser su último momento juntos. Ninguno lo expresó, ninguno lo reconoció, pero cuando la llevó hasta el suelo de la cámara, estaba tan frenética como él.

Sus manos le recorrieron la espalda, las uñas clavándose hondo mientras él le bañaba los senos, enviando esos deliciosos destellos de relámpagos disparados a través de ella. Su lengua dio golpecitos a la dura cima con calientes y lentas pasadas de la lengua que la dejaron fuera de sí. Su boca adoptó un rítmico movimiento que se acompasaba con el empuje de sus caderas contra las de ella. Podía sentir su larga longitud yaciendo como un hierro de marcar contra su muslo. Cada lento roce de su cuerpo a lo largo del suyo, solo hacía que se volviera más caliente y más grueso.

Mientras ella respiraba con dificultad, arcos de electricidad parecieron chispear de excitación entre sus pieles. Él iba saltando una y otra vez entre dientes, lengua y boca tan ardientes, como un hombre poseído, dejándola sin sentido. No había nada en el mundo excepto Razvan, su duro cuerpo, su masculina esencia de pecado y sexo llenando el aire alrededor de ella, ardiendo en sus pulmones en vez del aire.

Levantó la cabeza, pequeñas llamas ardían a través del penetrante azul de sus ojos.

– Toma mi sangre, Ivory. Ahora. Justo ahora.

La levantó con manos firmes, acomodándola en su regazo, frente a él, a horcajadas sobre él, de modo que sentía la dura longitud, agresiva y caliente, contra su húmeda y resbaladiza abertura. Sus ásperos jadeos solo intensificaron el poder de su hechizo. Se sentía fascinada cuando estaba así, tan desesperado por su sabor y su contacto. Sus manos nunca dejaron de moverse sobre su piel, reclamando cada centímetro de ella para sí mismo. Amaba la euforia de ser suya.

Levantó la cabeza para lamer el pecho masculino y subir hacia su garganta. Su estómago se ondeó. Se contrajo. Su miembro, aquella terrible y maravillosa vara de acero, latía y le pulsaba contra el muslo, esperando una oportunidad. Ella se lamió los labios. Lo saboreó a él. Su esencia. Le permitió sentir lo que le hacía, profundo en su mente, en su cuerpo.

La lengua de Ivory trazó espirales sobre su pulso mientras acariciaba con la nariz su cálida garganta. Amaba el tacto masculino de él, su calor. Sus dientes lo mordisquearon y su cuerpo se movió sin descanso contra del suyo, un tentador incentivo, tan intenso, tan fundamental, que ella temblaba de necesidad. Alzó el rostro para besarlo, deseando, no, necesitando su boca. Esa gloriosa boca que podía hacer que su cuerpo resbalara al borde de un gran precipicio, demasiado cerca del borde, de aquel abismo insondable, o empujarla al otro lado, precipitándola dentro de un pandemonio de placer mas allá de nada que hubiera soñado jamás.

Su boca se fundió con la de él. Se fusionaron. Se fundieron. Tanto calor. Un calor abrasador llenaba su cuerpo entero, haciendo que su delicada piel blanca como porcelana tomara un tenue color. Levantó la vista hacia su cara, tallada con duros bordes, un rostro masculino, de ojos semientornados, posesivos. Lo besó otra vez, consumiéndolo, dejando que el ímpetu la golpeara con fuerza antes de besar un camino hacia la comisura de su boca. Lamiendo. Saboreando. Mordiendo su barbilla con pequeños mordisquitos y de regreso a sus labios. Estirando. Tentando. Deseando.

– Podrías matarnos a ambos -advirtió él.

Ella movió su cuerpo deslizándose sensualmente sobre el caliente hierro de marcar que era su muy dura erección, frotándose hacia atrás y hacia adelante, tratando de atraerlo dentro de ella.

Él gimió y su cuerpo se sacudió. Sus dedos le ciñeron el cabello, tirando de su cabeza hacia atrás para poder mirarla fijamente a los ojos.

– Toma ahora de mi sangre, Ivory. -La voz se le había hecho profunda. Severa. Más hambrienta. Más sensual.

El corazón le dio un salto. Casi explotó. Se le estrechó la garganta. Su lengua ya podía saborearlo, aquel dulce, seductor, erótico sabor de él. Sintió formarse su saliva. Se le alargaron los colmillos. Besó su terca mandíbula, dejó una senda de besos sobre su cuello donde el pulso se encontraba cálido, vivaz e invitador. Sus dientes le arañaron la piel.

Razvan aspiró profundamente.

– Kucak Estrellas, Ivory. -El sudor brillaba sobre su cuerpo-. No se si podré soportar esto.

Giró la cabeza y guió la de ella hacia su hombro, hacia la vena exacta de donde quería que tomara su sangre. Los ojos se le cerraron mientras levantaba las caderas, se colocaba en posición y la dejaba caer sobre sí de modo que lo enfundara completamente.

Su avidez creció hasta que no pudo pensar en nada excepto en su esencia y sabor. Los latidos del corazón de él igualaban los de ella. La adrenalina corrió a través suyo como una bola de fuego. Sus dientes se hundieron profundamente y él gruñó y estampó su cuerpo dentro de ella llegando a casa. No se movió, simplemente la llenó, empujando en su camino a través de estrechos y abrasadores pliegues para situarse completamente dentro de ella.