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– No nos queda más remedio que seguir adelante -insistió Hefets, apartando la mirada de Natacha, que se apoyó en la pared contigua al sofá y empezó a juguetear con los extremos de la bufanda roja de lana-, como ya se ha dicho, el duelo es un lujo que nosotros no nos podemos permitir. No, no podemos. Tenemos que hablar del line-up.

– Pues veamos entonces qué es lo que tenemos para hoy -suspiró Tsadiq-. Y lo que veo es que hoy la huelga se va a intensificar, que pasa a ser indefinida y que se adhieren a ella los taxistas y todo el sistema sanitario público, además de que no creo que tarden en echarse a la calle. ¿Cómo tenéis pensado tratar el asunto, exactamente?, ¿qué puntos vais a tocar?

– El aeropuerto y la basura -le contestó Erez-; primero un reportaje sobre la basura en Tel-Aviv, porque tenemos muy buenas imágenes para la apertura del informativo y también muchos testimonios grabados en el aeropuerto.

– Ya dije ayer que, en relación con lo del aeropuerto, hay que presentar un punto de vista interesante, nuevo, tenéis que poner a trabajadores extranjeros, a árabes -se quejó Hefets-. Ya os avisé, que saquéis a extranjeros. ¿Verdad que os lo dije? Sí que lo dije. Quizá también valga la pena telefonear a la gente que se ha quedado tirada en el extranjero, eso es lo que habría que hacer.

– Qué más da lo del extranjero, con la huelga general y la paralización del transporte público tenemos muchísimo material -lo interrumpió David Shalit, y, como siempre que hablaba de cosas que le interesaban, su frente se enrojeció y el rubor fue descendiendo hasta el borde de su mandíbula afilada, ocultando las pecas de sus mejillas-. El uno ocho ocho ya atiende gratuitamente a los viajeros que se han quedado tirados por la huelga en Tel-Aviv…

– Ayer oí que los soldados se peleaban por conseguir un asiento en los autobuses -dijo Niva desde un extremo de la mesa de reuniones, mientras intentaba desenredar el cable del teléfono rojo.

– Chicos -dijo ahora Erez levantando la voz y poniéndose rectas las gafas de montura metálica-, tenemos además el asunto del Mossad del que se va a ocupar Zohar, porque ha reunido un material excelente.

– Pero ¿dónde está Zohar? ¿No estaba en Turquía cubriendo las maniobras del ejército turco?

– Decidme -intervino Miri, la correctora, mientras se quitaba las gafas de lectura-, ¿no os parece que ya es hora de hacer algo con los mensajes que se publican todos los días en el periódico Haaretz con la palabra «mentiroso»? ¿No creéis que sería interesante averiguar quién los paga, porque deben de costar un ojo de la cara, y descubrir a quién están dirigidos? -añadió, mirando fijamente a Hefets.

– No -le respondió Hefets a Erez-, ya ha vuelto y ha llamado para avisar de que hoy se iba a retrasar, ni siquiera se ha enterado de lo de Tirtsa, de lo que ha pasado. Está ocupado en algo, no entendí dónde, sólo que había salido con un equipo, seguro que enseguida llama…

– Todo el mundo sabe a quién van dirigidos esos avisos -dijo Aviva mordisqueándose el labio inferior-, no creo que haya nadie que no sepa que el mentiroso es Bibi Netanyahu.

– ¿Estás segura? -le preguntó Miri, mientras volvía a ponerse las gafas de lectura de lentes gruesos y se inclinaba hacia la hoja que tenía enfrente-, porque en ocasiones, lo que parece más evidente…

– Segurísima, no hay nadie que no lo sepa -le aseguró Aviva.

– Y tenemos también a Betsalel -prosiguió Erez-, que dentro de dos horas se vuelve con el primer ministro. Se ha convocado una reunión extraordinaria del Consejo de Ministros sobre la repercusión de todo ello y por la tarde hay una reunión extraordinaria del Partido Laborista.

– ¿No me digas?, qué emocionante -dijo Niva irónicamente, y conectó el cable ya desenredado al teléfono rojo.

– No te rías -le espetó Hefets-, que todavía existe algo llamado Partido Laborista -y dirigiéndose a Erez, añadió-: ¿O es que ya no existe el Partido Laborista? Pues en mi opinión os diré que sí. ¿O es que ya queréis enterrarlo? Pero ¿os habéis creído que el Partido Laborista es vuestra madre, para que podáis enterrarlo? No, no es vuestra madre. Si ni siquiera habéis incluido nada de Golda Meir en el line-up, y eso que hoy se conmemora su aniversario y dije que quería imágenes. Si no hay imágenes por lo menos que se la mencione.

– ¿Y a qué se refiere este punto donde pone Basyuni? -preguntó Tsadiq-. Porque sólo habéis escrito «El embajador de Egipto y el escándalo». ¿Hay algo nuevo? ¿O tenemos que esperar hasta que Betsalel vuelva de Washington, dentro de un par de horas, con el primer ministro?

– Escuchad -dijo Niva agitando el auricular del teléfono-, no tenemos estudio en Tel-Aviv, ¿lo sabíais? -miró a Hefets, que asintió con la cabeza-. Pues ¿qué vamos a hacer? -preguntó Niva, aunque sin esperar respuesta alguna dada su experiencia, mientras observaba a Hefets, que miró primero a David Shalit y después dirigió sus ojos con cautela hacia el lejano rincón, al bidón del agua fría, donde se encontraba Natacha-. ¿No queríais entrevistar a Amir Peretz en directo desde Tel-Aviv sobre el tema de la huelga? -les recordó. Pero, como nadie contestó, levantó el brazo con un gesto de desesperación mientras se miraba las uñas que llevaba pintadas de un verde fosforescente, porque, tras años sin tocar el maquillaje, de repente le había dado por pintarse las uñas. ¡Y ni más ni menos que de verde!

No había forma de entender a la gente, se dijo Tsadiq, y se estremeció. Ese verde estaba fuera de lugar allí, después de lo que había pasado la noche anterior. Y para colmo tuvo que ver cómo Niva sacaba el pie del zueco de madera y lo posaba, con el grueso calcetín de lana que llevaba puesto, en la silla que tenía al lado.

– Escuchad un momento -dijo David Shalit, tirándose del cuello del jersey negro y rascándose con cuidado una abombada picadura que tenía en el flaco cuello-, con respecto a lo de Basyuni, en la radio he oído una noticia en la que se mencionaba el nombre del médico que esa mujer llevó a juicio pero no el de ella. ¿Cómo es posible que exija una indemnización de un millón de shekel, que los calumnie a todos, a Basyuni y al médico que la atendió, y que sea la única que se va a ir de rositas? Lo que tenemos que hacer nosotros es no difundir el nombre del médico.

– Pero ¿por qué? ¿Eh? ¿Qué vamos a adelantar nosotros con eso? -preguntó Hefets-. ¿Qué te importa a ti el médico? ¿O te importa mucho? ¿Le debes algo, acaso? ¿Te ha dado a ti algo? Si no has recibido nada de él, no le debes nada.

– ¿Que qué conseguiré con eso? ¿Cómo que «qué conseguiré con eso»? Lo que pasa aquí -dijo el reportero, indignado- es que hay una mujer que afirma ser la víctima, se permite calumniarlos a todos ¿y sólo ella sale limpia? Si no transgredimos la orden de no hacer pública la identidad de la mujer tampoco debemos difundir el nombre del médico, porque de lo contrario los que acaban jodidos son los hombres.

– Un momento, un momento, a ver si lo he entendido bien -dijo Tsadiq mientras se inclinaba hacia delante y miraba a David Shalit, que primero hundió los dedos entre sus rizos pelirrojos, después se los pasó por la sonrojada cara, volvió a estirarse el cuello del jersey y a rascarse la picadura roja, que se le hinchó aún más, y finalmente se recostó en su silla-, ¿de qué es de lo que estamos hablando exactamente?