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– Lo peor es que dicen, me han dicho hace… Antes, Balilti me ha dicho que tengo que anunciar en el informativo que Beni Meyujas… ¿Que la producción que él dirige, Ido y Einam, va a seguir adelante como si nada? ¿Cómo voy a poder decir algo así, después de…? Porque, al fin y al cabo, es sospechoso de haber asesinado a dos…, no, a tres, a tres personas, y yo…

– Éste es un asunto que exige mucha discreción -dijo Michael en tono de advertencia-, y si usted se ha comprometido a guardar…

– De acuerdo, no se hable más, no tengo por qué darle explicaciones a nadie -dijo Hefets hinchando el pecho-, puedo… Ni siquiera el director general tiene por qué saberlo…

– Le estoy hablando muy en serio cuando le digo que tiene que hacerse de una modo absolutamente confidencial -repitió Michael haciéndole una segunda advertencia.

– No voy a hablar por hablar -dijo un ofendido Hefets-. ¿O es que no se puede confiar en mí? ¿Cree usted que me han nombrado para este cargo sólo porque no tenían a nadie para sustituir a Tsadiq y…?

– La verdad es que Beni Meyujas no es sospechoso de asesinato -lo cortó Michael-, no es un asesino ni ha sido cómplice de ninguno de los asesinatos… Ahora incluso nos está ayudando a dilucidar todo el asunto, pero tenemos que seguir aparentando que él es el sospechoso y para eso es para lo que pido su colaboración.

Michael miró fijamente los atemorizados ojos de Hefets, que correteaban de un lado a otro de la habitación.

– Entonces ¿qué es lo que tengo que hacer? -preguntó finalmente, y aplastó la colilla con el tacón de las botas camperas que calzaba.

– Usted debe comportarse como si no entendiera nada de todo este asunto, como si Meyujas, al que, entretanto, se ha dejado en libertad, fuera sospechoso; tiene que dar a entender que ustedes lo van a tratar con comprensión, como a alguien que estuviera muy enfermo. Y así no deben sorprenderse si vuelve a trabajar en el rodaje de su película, incluso tendrían que anunciar que ha vuelto a retomar el rodaje de Ido y Einam.

– ¿Dónde? ¿Dónde lo anunciamos? -se asustó Hefets.

– En ningún programa en especial -le advirtió Michael-, debe usted mantener una actitud natural. En la reunión matinal, cuando hablen del orden del día, aproveche para decir algo vago acerca de que Meyujas es sospechoso, que se encuentra en libertad bajo fianza, o algo así, y que para no hacerle las cosas todavía más difíciles, ha decidido que puede seguir con el rodaje. ¿Entendido?

– Entendido -dijo Hefets-, espero poder hacerlo bien a pesar de que no entiendo muy claramente el propósito… -y miró a Michael, que mantenía un rostro inexpresivo-. Aunque hay que dar gracias a Dios -se apresuró a añadir-, no sabe usted el peso que me ha quitado de encima al decirme que Beni no es sospechoso -y, después de suspirar, se puso muy tenso, miró a Michael y preguntó-: ¿Por qué no podemos anunciar que ha aparecido sano y salvo y que no es sospechoso de asesinato? -y cuando Michael se levantó en silencio y se fue hacia la puerta, indicándole que lo siguiera, Hefets se detuvo en seco y exclamó con voz temblorosa-: Pues si no ha sido Beni Meyujas, ¿quién lo ha hecho?, ¿quién es el asesino?

17

A las siete y media de la mañana, cuando la agresiva presentadora de lengua viperina se encontraba entrevistando a la ministra de Trabajo y Asuntos Sociales y, echándose hacia atrás un mechón de su larga cabellera y sin pestañear, le preguntaba si era posible que sus asuntos privados la hubieran distraído de la cuestión del futuro de los obreros despedidos de la fábrica Jolit, en el momento en el que la cámara se detenía en la cara maquillada de la ministra y en la pantalla se veía claramente su labio superior, en el que ya aparecían un montón de gotitas de sudor sobre los polvos, apareció Tsila en la puerta del despacho de Michael para anunciarle que Rubin había llegado.

– Espera un momento -dijo Michael sin apartar los ojos de la pantalla del pequeño televisor que le habían puesto allí, en un rincón de su despacho-, mirad esto -murmuró mientras se oía decir a la entrevistada: «No sé a qué asuntos privados se refiere usted, pero le diré que el asunto de los despedidos de Jolit ha encabezado…».

«Me refiero a su relación amorosa iniciada antes de…», y la presentadora gesticuló ostensiblemente al terminar la frase «¿antes de lo del túnel?».

Ahora, también Tsila miraba fijamente la pantalla.

– Espera, espera un momento… ¡Dios mío, lo que le están haciendo! -exclamó.

– Es por lo de las fotos, los han pescado -dijo Balilti desde la puerta de su propio despacho-, le han hecho chantaje; y eso antes de la rueda de prensa, porque ya lo he visto en el periódico, en primera página -añadió agitando un ejemplar del periódico de la mañana-; mirad -dijo eufórico, al tiempo que señalaba con su grueso dedo la enorme foto que ocupaba el centro de la página y en la que podía verse a la ministra de Trabajo y Asuntos Sociales a la entrada de un edificio, y a Dani Benizri detrás, apoyando la mano en su hombro-. Esto ha apartado la atención de todo lo demás -sentenció Balilti-, incluso el asesinato de un judío ultraortodoxo y con graves quemaduras ha quedado relegado a un segundo plano; mirad -y, como prueba de ello, señaló una pequeña nota en el extremo inferior derecho de la página-. No hay nada que interese más que un nuevo romance, salvaje, prohibido, apasionado; ¡qué maravilla! -se burló Balilti, mientras rumoreaba aún de fondo la voz de la ministra, que en ese preciso instante decía: «Quien crea que los asuntos privados pueden interferir en…», y Tsila apretó el botón del mando a distancia.

– Me marcho, voy a prepararlo todo -dijo Balilti-. Tu cliente no se ha conformado con telefonear, sino que ha venido en persona; pero mejor, porque así lo puedes retener aquí un rato y te enteras de algo más, ¿verdad?

– Tráelo aquí -le dijo Michael a Tsila, mientras ordenaba los papeles de su mesa hasta apilarlos en un único montón.

– ¿Me avisaréis antes de ir, verdad? -se aseguró Balilti.

– «Aparta el temor de tu corazón» -le dijo Tsila con sorna-, «aparta el temor y ponte en camino». Yo me encargo de todo y me hago responsable, ¿te sientes más tranquilo así? -y tirándole del brazo se lo llevó de allí, para regresar después con Rubin.

Rubin masculló un «Buenos días» vacilante desde la puerta y Michael, con un gesto de la cabeza, le indicó que se sentara en la silla que tenía enfrente. Rubin lo obedeció y se quedó mirándolo, como a la espera. Después de un corto silencio, dijo:

– He venido a buscar a Beni, así que no entiendo por qué tengo que…

– Es que se me han quedado unas pocas preguntas en el tintero -dijo Michael haciéndose el distraído y removiendo los papeles que tenía sobre la mesa-, unas preguntas que han ido surgiendo a lo largo de la investigación de la última noche… Ah, aquí está el papel que buscaba… -masculló como si hablara consigo mismo y, tras adoptar un aire dubitativo, cogió el bolígrafo, como si fuera a apuntar algo, y dijo-: En cuanto al asunto de la Digoxina…

– ¿Otra vez? -estalló Rubin-, ¿ya estamos otra vez con el asunto de los medicamentos? Se lo dije a la chica… ¿Lilian, se llama? Anoche ya le dije que…

– Se lo ruego…, no existe motivo alguno para enfadarse -dijo Michael en un tono paternal-, es que hay algo sorprendente en todo esto, porque Mati Cohen, ya sabe…, murió de repente, y hemos encontrado…

– ¡No quiero oír nada más de toda esa tontería! -lo cortó Rubin con firmeza y recalcando cada palabra-. ¡Qué manera de hacernos perder el tiempo a todos! Tengo la impresión de que me quieren convertir en su chivo expiatorio, de que cuando no saben a quién atribuirle algo, nos toca siempre a mí o a Beni Meyujas. ¿No será porque Tirtsa…? Lo que quisiera saber ahora es si me va usted a detener -y, dicho esto, alargó los brazos hacia delante y cruzó los puños-. Yo no tengo nada que hacer aquí, y usted lo sabe perfectamente, pero si lo que quiere es detenerme, hágalo. ¿Es eso lo que va a hacer?