– Nuestro comportamiento ha sido vergonzoso desde el principio -protestó Yuval, cortando un pedazo de la tortilla con el tenedor y ensartándolo en él-, porque aquí había árabes desde el principio y ésta era su tierra.
– Pero ahora ya no se puede hacer nada al respecto. Lo único, reconocer que les arrebatamos las tierras y que los expulsamos, pero es imposible devolvérselas. ¿Cómo lo harías tú? ¿Echando a los judíos de sus casas? Cuando exista un Estado palestino y haya paz, entonces se podrá empezar a hablar también de eso…, o por lo menos reconocerlo…
– Aquí no existe la posibilidad de poder vivir en paz -dijo Yuval con la boca llena de tortilla, al tiempo que se servía un poco de ensalada, que estaba cortada muy fina-, ¿o qué opinas tú?
– Hemos tenido algunas oportunidades -dijo Michael, clavando el tenedor en un pedazo muy pequeño de tortilla-, y creo que las volverá a haber, pero el odio que nos tienen los árabes, una parte de ellos, también ése es un asunto viejo que no hay que ignorar.
– Pues yo no quiero vivir en un país de desequilibrados -dijo Yuval-. ¿Sabes lo que hacen los soldados encargados de proteger a los colonos del sur de Hebrón?
– ¿Qué es lo que hacen? -preguntó Michael, llevándose, por fin, un trozo de tortilla a la boca y sorprendiéndose de notar su sabor.
– ¡Hacen ganchillo! Créeme, lo nunca visto. Veinte o treinta chicos, se supone que protegiendo con sus armas los asentamientos de los alrededores de Hebrón, ¡soldados de élite sentados en círculo alrededor de una estufa y tejiendo gorros, bufandas, calcetines! ¡Algo increíble! Algunos estudiaron conmigo en el instituto. He visto las fotos, te lo juro.
Michael sonrió.
– No te rías -dijo Yuval-, piénsalo, es un asunto muy serio, es como una rebelión contra el machismo, ¿no? Una rebelión muy…
– Constructiva -dijo Michael, completando la frase.
– Eso -asintió Yuval, dando buena cuenta del último trozo de tortilla y pasando de inmediato a la ensalada y el queso-. Pero yo no quiero, de ningún modo, vivir en un sitio así. Creo que sería mejor… marcharme a otro lugar. En realidad, lo que quiero es marcharme de aquí.
– ¿Adónde? -le preguntó Michael conteniendo la respiración, aunque al cabo de un instante se dijo que, de momento, aquello no eran más que palabras, de manera que se concentró en su panecillo con queso fresco.
– Puede que a Canadá -respondió Yuval pensando en voz alta, y Michael tuvo que disimular el escalofrío que le recorrió el cuerpo entero, antes de preguntarle el porqué.
– Porque éste es un país de locos en el que el precio que hay que pagar para poder vivir ya no compensa, ¿lo entiendes? -dijo Yuval con la boca llena. Michael asintió y Yuval continuó dando razones-; porque el precio que este país te exige por vivir está muy por encima de la vida que te ofrece, o ésa es, por lo menos, mi opinión en estos momentos, tal y como están las cosas -y, dicho esto, mojó un poco de pan en el aceite de oliva de la ensalada que en la carta aparecía como «Ensalada árabe».
– Puede que tengas razón -dijo Michael-, y, además, hay algo que quiero contarte, pero me tienes que prometer que…
– ¿Todo bien? -les preguntó la diligente camarera, de muy buen humor.
– Perfectamente -le aseguró Michael.
Batya Gur