Выбрать главу

– ¡Niva! -gritó Tsiviya, una de las ayudantes de producción-, que no nos han dado ningún estudio en Tel-Aviv, ¿me has oído?

David Shalit se sentó al lado de la mecanógrafa.

– ¿Quieres los titulares? -le gritó a Erez-. Pues venga, anota.

– Venga, díctamelos y los escribo -le respondió Erez.

– ¿Sabes lo que te digo?, que te las apañes tú solo -le respondió entonces David Shalit, desafiante, y volvió la cabeza en otra dirección. Sus pequeños ojos azules, que los gruesos cristales de las gafas empequeñecían aún más, parpadearon y se encontraron con la mirada de Eliyahu Lutfi, el reportero de medio ambiente, un veterano cuyo indeciso tono de voz revelaba impotencia. A Tsadiq siempre le incomodaba su presencia, como si se sintiera culpable por no haberle ascendido en todos aquellos años-. ¿Querías algo de mí, Eliyahu? -le preguntó David Shalit.

– No, nada, sólo si… Si no le vas a dictar ahora el primer párrafo, si tienes un momento, ven a ver mi reportaje sobre la basura en la playa de Tel-Aviv -le pidió Eliyahu Lutfi-. Necesito la opinión de alguien para contrastar pareceres.

Niva cogió el teléfono, que acababa de sonar.

– Es Liat, ha tenido algún problema con el satélite, no logro…

– Este hedor es inhumano -leyó Erez en voz alta-. Es del texto del reportaje sobre la basura -le aclaró a Tsadiq.

Tsadiq le echó un vistazo a la hoja que le acababa de entregar Niva.

– Miri -preguntó mientras leía-, ¿ya lo has revisado? No hay ninguna marca de que lo hayas revisado.

La correctora se levantó perezosamente y se acercó a Tsadiq.

– Lo que pone aquí es todavía más crítico que lo que anunciaron anoche -le dijo Tsadiq mostrándose muy sorprendido-, no podéis hablar así del congreso mundial del Likud.

Pero Miri no llego a oír las últimas palabras porque en ese preciso momento sonó el teléfono, que estaba junto a ella, y Benizri, que se encontraba cerca del otro teléfono, abrió los ojos desorbitadamente mirando al techo, en señal desesperación, y gritó por el auricular, como si estuviera hablando con un sordo o con un demente: «No te voy a hacer un guiño, sólo voy a tocarme la corbata…», y el resto de la frase fue eclipsado por la voz de Niva, que gritó: «Un momento, un momento, ¿qué pasa aquí? Mirad», y algo en su voz hizo que todos dejaran de hablar; todas las miradas se alzaron hacia las pantallas colgadas de la pared, frente a la mesa de reuniones. Se abrieron las puertas de las salas laterales y aparecieron Tsipi, Tsiviya y Liat, las ayudantes de producción, e Irit, que estaba de prácticas en el departamento de asuntos exteriores. En la entrada de la sala de infografía se encontraba Tamari, que dijo:

– En el canal 2 han dicho que hay unos terroristas en la carretera de los túneles, o algo por el estilo.

– Yo he oído por la radio que han secuestrado a alguien -dijo Yaalá, la cronista de cultura, que acababa de entrar en la sala de noticias en aquel momento con la respiración acelerada.

Todos miraron la pantalla, pero no la del canal 1, en la que se veía, en un estudio, a un moderador y dos comentaristas -un hombre mayor y una mujer joven-, sino la del canal 2, donde aparecía un reportero con un grueso anorak militar y que, micrófono en mano, estaba entrevistando a un policía.

Hefets se dio una palmada en el muslo.

– Otra vez el canal 2 está en antena antes que nosotros -se quejó en voz alta.

Nadie fue hasta el monitor para subir el volumen. Bajo la imagen apareció el rótulo «Comisario en jefe Moljo».

– ¿Dónde está? ¿Quién es? -preguntó Niva, nerviosa.

– ¿No lo ves? Es la carretera de los túneles, míralo -le dijo David Shalit con impaciencia.

– ¿Y qué es lo que está pasando ahí? -preguntó Aviva.

– Callaos un momento y dejad oír -exclamó alguien, al tiempo que aparecía otro rótulo en el que se podía leer: «La entrada del túnel de la carretera de circunvalación al sur de Jerusalén».

Durante un momento la sala permaneció en silencio, sólo interrumpido por el fuerte sonido del teléfono.

– Está sonando el teléfono, ¿estáis sordos o qué? -dijo Niva-. Es el teléfono rojo, tenemos que contestar. ¿Alguien lo va a coger? ¡Aviva, cógelo, que es el rojo! -y sin apartar la mirada de la pantalla levantó el auricular del teléfono que estaba a su lado y que también había empezado a sonar-. No entiendo -dijo por el auricular-, explícate mejor, ¿son de Hamas o qué?

En aquel preciso momento sonaron a todo volumen los primeros acordes de la Sinfonía 40 de Mozart -la melodía de un móvil- y Niva se apresuró hacia su gran mochila de cuero negro y empezó a buscar dentro hasta que dio por fin con un aparato plateado. Miró la pantalla, frunció los labios y dijo:

– Sí, mamá, ¿qué quieres?

Tsadiq estaba frente a la pantalla que colgaba de la pared y miraba al tranquilo moderador y a los dos interlocutores que movían los labios sin sonido.

– ¿Qué haces en el supermercado de la calle Agron? -gritó Niva por el móvil-. ¡Mamá, ya habíamos acordado que no saldrías de casa hasta que yo llegara!

– ¿Dígame? -dijo Aviva, a su vez, por el auricular del teléfono rojo-. Hola, sí, está aquí, un momento, por favor -y se lo pasó a Tsadiq diciendo-: Es para ti.

Tsadiq escuchó un momento, levantó la cabeza y dijo en voz alta:

– Silencio, por favor, podéis estar tranquilos, no son terroristas.

Sólo entonces alguien subió el volumen del televisor y fue posible oír al reportero militar del canal 2 resumiendo los acontecimientos. «Bueno», dijo visiblemente emocionado, y miró directamente a la cámara, «ahora tenemos una confirmación oficial de que no se trata de un acto terrorista; haciendo un resumen de los acontecimientos, podemos decir que a las 6: 45 de esta mañana el túnel de la carretera de circunvalación que une los asentamientos de Gush Etsiyon con Jerusalén ha sido bloqueado por cuatro camiones, y según sabemos el coche de la ministra de Trabajo y Asuntos Sociales ha quedado atrapado».

– ¡Bajad el volumen! -gritó Hefets-. ¡No entiendo por qué Zohar no está en antena! ¿Por qué su reportero militar puede estar ahí y el nuestro no?

– Lo que necesitas ahora mismo no es un reportero militar -le dijo Aviva rezumando veneno mientras sacaba de su bolso una pequeña funda-, ¿no lo has oído? No es una operación militar, sino de un puñado de huelguistas que han secuestrado a su excelencia la ministra ésa, a Ben-Zvi.

– Sí -dijo Hefets-, pero eso no lo sabíamos antes. Zohar estaba de camino hacia allí, y ahora entiendo adonde se fue antes con tanta prisa. Pero el caso es que ahora debería estar allí, exactamente igual que su reportero militar. De todas formas, poco importa. Benizri, baja al estudio, haremos una pausa en la retransmisión. ¡Baja ya!

– ¡Ahí está, mirad! -exclamó Aviva, y todos miraron la pantalla del canal 1, en la que se veía a Zohar con un micrófono en la mano y una bufanda gruesa de lana enrollada al cuello, hablando a la cámara, aunque su voz no se oía; de pronto desapareció también la imagen, que fue sustituida por el letrero de rigor: «Rogamos disculpen esta interrupción».

– ¿Qué más nos podía ya pasar? -se rió Tsipi irónicamente desde la sala de los cronistas de exteriores-, ¿Por qué íbamos a tener la fortuna de poder retransmitir, por una sola vez, sin interrupciones? ¿Qué habrá pasado?

– A mí explicadme cómo se puede trabajar así y mantener una cuota de audiencia -refunfuñó David Shalit.

– Lo que yo no entiendo -dijo Hefets con voz ronca y un tono desesperado, sin apartar los ojos de la pantalla- es por qué siempre pasa justo en estos momentos; a veces… os juro que…; a veces creo que es intencionado.

– Y lo que yo no entiendo -le dijo Dani Benizri a Hefets-, lo que no entiendo es qué hace ahí un reportero militar. ¿Me oyes? Porque si se trata de los despedidos el que tendría que estar ahí soy yo, ¿no te parece?