Выбрать главу

– Puede que haya venido a buscar a su confidente -ironizó Aviva, que también se acercó y se puso detrás de Rubin, como esperando su turno con Tsadiq-. Ya se sabe, la policía siempre llega cuando ya no hace falta…

– Yo, en tu lugar, si se me acabara de morir una compañera, no estaría tan alegre a la mañana siguiente, y sería incapaz de bromear de esa manera -le espetó Eli Bahar.

Hefets se volvió ahora hacia Tsadiq y lo imprecó:

– ¿Lo has citado tú? ¿Por qué ha tenido que venir ahora la policía?

– Señoras y señores -exclamó Tsadiq desde su silla, a la entrada de la sala de redacción-, os ruego un momento de atención -y milagrosamente todos se callaron-. El señor que está a mi lado es el inspector Eli Bahar, de la policía del distrito de Jerusalén, y ha venido por lo de Tirtsa; la policía está investigando la posibilidad de que se haya producido alguna negligencia, así que… Resumiendo, hablará con algunos de vosotros, con los que él decida; os pido a todos la máxima colaboración con el inspector Eli Bahar o con cualquier otro miembro de la policía, porque queremos que esta investigación acabe pronto.

Natacha, que estaba detrás de Rubin, le tiró de la manga, y Rubin posó una mano tranquilizadora sobre su brazo.

– Tsadiq… -dijo Rubin.

– Un momento, Rubin, un momento, ¿no ves que estoy…? -Natacha retrocedió unos pasos.

– No lo entiendo -dijo Hefets, visiblemente nervioso-. ¿Qué es lo que hay que investigar? Pero ¿es que es necesario investigarlo? ¿Alguien ha hecho algo mal? Quedó sepultada bajo unos bastidores y la columna de mármol, ¿no?

– Pero ¿qué es lo que te pasa? -le susurró Niva-. Hablas como si no conocieras el protocolo ante una muerte por causas no naturales.

– ¿Qué ocurre? ¿Qué es esto? -preguntó uno de los encargados de mantenimiento, que acababa de salir de la sala de los cronistas de asuntos exteriores con un gran cubo de plástico y una espátula de metal llena de manchas blancas, y casi se choca con el cámara Elmaliaj, que se disponía a entrar en la sala de redacción con un gigantesco bocadillo en la mano.

– Mira por dónde andas -le reprochó Elmaliaj al de mantenimiento-, que casi me tiras el bocadillo -y dirigiéndose a Hefets-: ¿No sabes que cuando alguien no muere en la cama, ni de alguna enfermedad, ni en el hospital, donde un médico certifica su fallecimiento, hay que llamar a la policía para que investigue si es un accidente y, en tal caso, encontrar al responsable del mismo?

– A veces se enjuicia al ingeniero responsable, si se trata de un edificio, por negligencia penal -intervino David Shalit, y dejó un vaso de poliexpán vacío en un rincón de la mesa-; y hasta puede ser procesado.

Eli Bahar susurró algo al oído de Tsadiq, y éste levantó la cabeza y preguntó:

– ¿Alguien ha visto a Max?

– ¿A Max Levin? -dijo Aviva, sorprendida-. ¿Qué tiene él que ver con…? Ajá… -asintió con la cabeza-, fue él quien encontró… Seguro que está en Los Hilos, en su despacho.

– Pues ésa es precisamente la cuestión, que allí no está -recalcó Tsadiq-. Encuéntralo, Aviva, lo necesitamos urgentemente, y también a Avi Lajman, el iluminador que estaba con Max cuando… -y, dirigiéndose ahora al inspector de policía, añadió-: Vaya con ella, con Aviva, porque le ayudará a encontrar a todas las personas que necesita. Además, mi despacho es más silencioso y mientras tanto pueden…

Aviva le brindó una dulce sonrisa a Eli Bahar, se enroscó uno de sus rizos rubio platino en el dedo y el inspector la siguió sin rechistar.

– Niva -dijo Hefets-, ¿has llevado el magnetoscopio al estudio?

– Sí, sí lo he llevado -refunfuñó Niva con la respiración entrecortada-, he ido corriendo como una loca a la filmoteca, para que ese Jezi… Lo mato si vuelve a… No pienso volver nunca más a la filmoteca por encargo vuestro, es un tipo repugnante.

– ¿Por qué? ¿Qué te ha hecho? -se interesó David Shalit, haciéndose el inocente.

– Ya está, han interrumpido la retransmisión -dijo Tsadiq, satisfecho de ver a Nejemya, el presentador, a Dani Benizri y al director general del Ministerio de Economía en la pantalla del canal 1-. Bravo, Hefets -añadió-, has traído al director general del Ministerio de Economía. Mi enhorabuena por la rapidez.

– No es por quitarme mérito -le respondió Hefets-, pero con la ministra de Trabajo y Asuntos Sociales secuestrada, cosa que no es ninguna broma, y la amenaza de inmolarse todos juntos, ¿qué podía haberme dicho? ¿Que no tiene tiempo para venir al estudio? Mirad a ése, a Sivan… ¿Qué?

Ahora volvían a verse solamente las imágenes sin sonido en la pantalla del canal 2. Ahí estaba su reportero militar, envuelto en un abrigo, temblando de frío, secándose las gotas de lluvia de la frente, con el micrófono pegado a la boca y los labios moviéndose en silencio.

Hefets subió el volumen de la pantalla del canal 1. «Señor», dijo Dani Benizri al director general de Economía, que apretó sus gruesos labios y se secó con un pañuelo celeste el sudor de la calva brillante, «no tiene por qué sentirse atacado, porque lo único que quiero entender es adonde ha ido a parar el dinero que el gobierno prometió el pasado julio, durante la última crisis, para salvar de la quiebra a la fábrica Jolit»…

«Para empezar», lo interrumpió el director general mientras se subía el extremo de la manga de su abrigo azul de lana, dejando al descubierto el puño de la camisa, y desplazaba, a continuación, su silla a un lado, «quiero expresar mi más firme condena contra lo que está sucediendo en estos momentos, porque no se trata tan sólo de un hecho muy grave, sino que sienta también un precedente muy peligroso»…

Los ojos oscuros de Dani Benizri echaban chispas. Se dirigió al presentador y éste le indicó con la mano que esperara un poco, pero Dani Benizri se negó a esperar e interrumpió el discurso de su interlocutor: «No ha respondido a mi pregunta», exclamó. «Lo que hay que entender», alzó la voz el director general, «es que este tipo de violencia es inadmisible». «Todavía no habido ninguna violencia», dijo Dani Benizri, y paseó su dedo por encima del primer botón de la camisa azul que se había puesto un momento antes de que empezara la transmisión.

– Ahora sí que se ha pasado, y mucho -dijo Niva en la sala de redacción-. Y esto -añadió, señalando la pantalla del canal 2, en la que se veían columnas de humo a la entrada del túnel-, ¿acaso no es esto violencia?

Clavó la mirada en Arieh Rubin, que estaba junto a Tsadiq, atento a la pantalla, hasta que al final Rubin asintió ligeramente con la cabeza, como dando su aprobación.

– Hefets -dijo Niva-, pídele a Dalit que le diga a Nejemya que interrumpa a Benizri, porque no puede decir que eso no es violencia…

Hefets señaló con el dedo a Tsipi, la ayudante de producción:

– Ven aquí -le dijo-, baja y mira a ver qué pasa con el magnetoscopio que Niva ha traído de la filmoteca, entérate de si lo han preparado ya, pregúntaselo a Dalit -y a continuación volvió a mirar a la pantalla.

En ella se veía a los tres participantes del debate improvisado para la ocasión: el director general del Ministerio de Economía, el reportero de asuntos laborales y sindicales, Dani Benizri, y el presentador, Nejemya, un veterano de los informativos, conocido por su honestidad, su buena educación y el estupor, que en ocasiones, provocaba en los telespectadores. Por un momento, pareció que Nejemya había perdido el control, y Dani Benizri clavó unos ojos centelleantes en su interlocutor.

– Me va usted a perdonar… -dijo el director general, tocándose los bordes de la corbata-, perdone usted, pero…

El gesto que hizo el presentador con la mano -se tocó el lóbulo de la oreja en la que llevaba el auricular que le permitía recibir las instrucciones de la sala de control- dejó entrever que le habían ordenado que frenara un poco al reportero de asuntos laborales y sindicales.