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– Hasta se podría decir que ha sido muy simbólica la manera en que… -prosiguió Tsadiq, que no tenía la intención de dejar que el teléfono, Niva, o cualquier otra cosa le impidiera ahora decir lo que había estado preparando y memorizando desde las seis de la mañana para la ocasión-, la manera en que sucedió todo, al otro lado de los bastidores y junto al almacén de los decorados. Un accidente horrible, pero… -ahora ya oían los murmullos que se habían ido formando a su alrededor, frases deslavazadas que resonaban entremezcladas en sus oídos («¿Murió enseguida?», le preguntó Miri, la correctora, a Aviva. «Sí, no sufrió», se entrometió Keren, la locutora).

Tsadiq puso un dedo sobre cada una de sus sienes y apretó con fuerza. Llevaba toda la noche sin dormir. No fue hasta las cuatro de la madrugada, después de haberse sentado con el oficial de policía y haber contestado a todas sus preguntas, cuando avisó a Rubin. Luego estuvo sentado con él una hora o más, en la que Rubin, pálido y tembloroso, no hizo más que asentir con la cabeza, hasta que en un momento dado escondió largamente el rostro entre las manos y después, tras incorporarse y rascarse la frente, dijo exasperado:

– ¿Cómo has dejado que Beni la viera así? ¿Por qué no me habéis avisado? Estaba en la sala de montaje, ni siquiera intentaste buscarme… ¿Quién está con él? Tengo que ir con Beni, tengo que ver a Beni.

Que me maten, pensó Tsadiq, si llego a entender por qué alguien como Arieh Rubin puede estar tan destrozado por la muerte de una mujer que lo dejó hace años y que encima haya quedado como el mejor amigo de Beni Meyujas, el hombre por el que ella lo dejó. Nadie entendía tampoco por qué ella dejó a Rubin. Todos sabían cuánto había querido a Tirtsa, a pesar de no ser una mujer especialmente hermosa y de que él mantenía relaciones frecuentes con otras mujeres. Lo que sí se oía comentar es que él las volvía locas. El mismo Tsadiq lo había visto más de una vez en acción, especialmente durante un viaje de formación que hicieron juntos a Inglaterra, hace más de diez años; nunca olvidará cómo miró a Rubin la joven ayudante de la directora del archivo de la BBC: un bombón, con el pelo rubio platino, igualita que Jane Mansfield -¡quién conoce hoy a Jane Mansfield!- y el cuerpo de una modelo de pasarela; ni cómo desaparecieron durante veinticuatro horas. Pero si hasta el día de hoy, cuando necesita algo de la BBC, le pide a Rubin que utilice sus contactos. Esa chica, según oyó también, fue ascendida más tarde, y aunque había tenido dos maridos desde entonces, por Rubin era capaz de dejarlo todo, de manera que se reunía con él siempre que se presentaba la ocasión -incluso durante una escala que él hizo en Londres de camino a los Estados Unidos-. No es que Rubin se lo hubiera contado, pero alguien los vio -y ahora Tsadiq piensa que había sido el propio Mati Cohen quien se lo había contado después, aunque no puede asegurarlo-. Sin embargo, con Tirtsa era distinto, todos sabían que fue ella quien dejó a Rubin, y no al revés, pero ignoraban el motivo. Si hubiera sido por las otras mujeres, siempre las había habido, así que ¿dónde estaba la novedad? O puede que realmente no supiera nada y de repente se hubiera enterado de la existencia de alguna por primera vez. O puede que alguien se lo contara. Miró a hurtadillas a Niva y se fijó en su perficlass="underline" cuánto había envejecido en el último año; se le había aflojado el mentón, tenía más papada, el cuello menos esbelto, todo delataba su edad, no le había servido de nada su nuevo corte de pelo, a lo garçon, ni las mechas de un color rojo intenso; parecía como si se hubiera asustado de repente de aquel aspecto tan descuidado al que se había acostumbrado y hubiera decidido esforzarse un poco por última vez. Pero nada servirá ya, ni siquiera un régimen. Ojalá pudiera preguntarle cómo se sentía ahora, una vez que Tirtsa se había ido, cómo se sentía de verdad, pero no se atrevía. Y además, para qué preguntar, cuando estaba claro que ahora tenía el camino libre y quizá pudiera cazar a Rubin, con el niño y todo eso. Resultaba extraño pensar que Tirtsa se hubiera ido a vivir con Beni Meyujas. Tsadiq nunca había entendido por qué dio ese paso. Aunque todos sabían que Beni Meyujas llevaba años enamorado de Tirtsa y que precisamente por esperarla nunca se había casado. De todos modos, comparado con Rubin, Beni era…, parecía su padre, con la cara pequeña y arrugada. No tenía ni punto de comparación con Rubin, a pesar de que eran de la misma edad. Tsadiq había tenido mucho tiempo para pensar en todo aquello, dado que llevaba toda la noche sin dormir, respondiendo a las preguntas de aquel oficial de policía: Eli Bahar. Éste vino, supuestamente, para averiguar lo que había pasado, para hablar de la posible existencia de cierta negligencia que hubiera desembocado en el accidente, pero, tras recibir una llamada telefónica -Tsadiq no oyó la conversación, sólo lo vio moverse de un lado a otro y susurrar-, había pedido la lista de ingenieros, contratistas, técnicos y Dios sabe quién más, para investigar si se había tratado de una negligencia criminal, según dijo. Al principio al inspector le había parecido que el caso estaba resuelto con el examen médico, pero después, de repente, empezó a hacer preguntas sobre la vida de Tirtsa, como si tuviera alguna relevancia. Qué irónico el que en todo esto, Tirtsa hubiera sido la más negligente. Tsadiq tuvo que explicarle al inspector general Eli Bahar que ella siempre insistía, y en esta ocasión más que nunca, al tratarse de una película de su marido y ser especialmente caros, en dejar los decorados allí donde estaban, y esta vez ni siquiera había accedido a que los guardaran en la carpintería hasta que el rodaje hubiera concluido. Desde luego, si había que hablar de responsabilidad penal, la negligencia podría achacárseles también al propio Beni Meyujas y a Hagar, que era la mano derecha de Beni y su productora. Aquel inspector general también los citó para un interrogatorio, a pesar de que Tsadiq le había explicado varias veces los métodos de trabajo de Tirtsa, cómo era ella misma la que indicaba a los trabajadores de la carpintería dónde poner los decorados y la columna de mármol. ¡Mármol! Cada vez que pensaba en aquel mármol se volvía loco. Pero ¿qué se habían creído, que él estaba nadando en la abundancia? Y todos esos argumentos de Beni, que si un actor actúa diferente si se apoya en una columna de mármol y no en una pieza de contrachapado. ¡Tonterías! Si no hubiera sido por todas esas ideas ninguna columna le habría aplastado el cráneo a Tirtsa. Tsadiq no paraba de decirles que ese gasto loco era el origen de todos sus males. Y hablando de dinero, ¿dónde estaría Mati Cohen, que había prometido acabar con la producción? Dentro de tres cuartos de hora tendría lugar en su despacho una reunión con los directores de los departamentos a la que también asistiría Mati Cohen, pero nadie lo había visto desde el día anterior. Había que detener aquella ridícula producción, que ya había costado más de dos millones -el presupuesto completo destinado al teatro-, aunque ahora dirían que no era el momento, que no sería apropiado anularle una producción a Beni Meyujas justamente cuando acababa de perder a su pareja. Porque a él, a Tsadiq, no le importaba si Tirtsa era su esposa legítima o no, él era muy liberal, no tenía prejuicios: si Beni la había presentado como su mujer, pues eso es lo que era. Lo único que le gustaría es que alguien le pudiera explicar cómo era posible que esos dos, Rubin y Beni Meyujas, siguieran siendo amigos…

Si se hubiera tratado de dos mujeres, nunca habría ocurrido algo así, le dijo a Hefets por la mañana antes de la reunión de las noticias mientras hablaban de la investigación policiaclass="underline" dos mujeres se habrían odiado durante el resto de sus vidas. Eternamente. Sólo dos hombres podían ser capaces de mantener una amistad como ésa.