—¡Oh, desde luego! ¡Veamos la demostración!
Poirot se puso muy tieso y empezó, agitando de un lado a otro el índice para dar mayor énfasis a sus afirmaciones.
—Empezaré, como ha empezado usted, con el hecho básico de George Conneau. Ahora bien: la historia contada ante el tribunal por madame Beroldy, relativa a los «rusos», fue reconocida como pura invención. Si era inocente de toda aquiescencia en el crimen, fue compuesta por ella, y sólo por ella, como lo declaró. Por otra parte, si no era inocente, pudo haber sido inventada por ella o por George Conneau. En el caso que investigamos tropezamos con la misma historia. Como se lo indiqué a usted, los hechos quitan toda verosimilitud a la idea de que la haya inspirado madame Daubreuil. Por tanto, volvemos a la hipótesis de que la historia nació en el cerebro de George Conneau. Muy bien. Es decir, que George Conneau proyectó el crimen con la complicidad de madame Renauld. Quede, pues, esta dama en el foco luminoso, y tras ella, hay una figura en las sombras cuya actual identidad es desconocida para nosotros. Examinemos ahora el caso Renauld desde el principio, colocando todos los detalles significativos en orden cronológico. ¿Tiene aquí un cuaderno de notas y un lápiz? Perfectamente. Ahora bien: ¿cuál es el primer dato que hay que anotar?
—¿La carta dirigida a usted?
—Ésta fue la primera noticia que nosotros tuvimos, pero no es el verdadero principio del caso. Yo diría que el primer dato de alguna significación es el cambio sufrido por monsieur Renauld poco después de su llegada a Merlinville, tal como lo han declarado varios testigos. Tenemos que considerar también su amistad con madame Daubreuil y las cuantiosas sumas de dinero que le entregó. Desde aquí podemos pasar directamente al veintitrés de mayo.
Poirot se detuvo, aclaró la voz y me hizo seña de que escribiese:
«23 mayo. Monsieur Renauld disputa con su hijo. Motivo: el deseo expresado por éste de casarse con Marta Daubreuil. El hijo sale para París.
24 mayo. Monsieur Renauld cambia su testamento dejando toda su fortuna a la libre disposición de su esposa.
7 junio. Disputa con el vagabundo, en el jardín, presenciada por Marta Daubreuil.
Carta escrita a monsieur Hércules Poirot implorando asistencia.
Telegrama despachado a Jack Renauld ordenándole que siga el viaje en el Anzora a Buenos Aires.
Chófer, Masters, enviado fuera de vacaciones.
Visita de una dama aquella noche. Al despedirla, pronuncia: "Sí, sí; pero, por amor de Dios, ¡váyase ahora!"»
Poirot se detuvo.
—Vamos a ver, Hastings, tome cada uno de estos hechos, considérelos con cuidado, aisladamente y en relación con la totalidad de ellos, y vea si esto no le presenta el asunto bajo un nuevo aspecto.
Concienzudamente, procuré hacerlo como me lo decía. Al cabo de unos segundos, dije, con acento algo dudoso:
—En cuanto a los primeros hechos, la cuestión parece ser sobre si aceptamos la hipótesis del chantaje o la de una ciega pasión por esa mujer.
—El chantaje, decididamente. Ya oyó lo que dijo Stonor acerca de su carácter y costumbres.
—Madame Renauld no confirmó esta opinión —objeté.
—Ya hemos visto que no se puede fiar por ningún concepto en el testimonio de madame Renauld. Debemos creer a Stonor en este punto.
—A pesar de todo, si Renauld tuvo una aventura con esa mujer llamada Bella, no parece improbable que tuviese otra con madame Daubreuil.
—No parece improbable en este caso, se lo concedo, Hastings. Pero ¿la tuvo?
—La carta, Poirot. Olvida la carta.
—No, no la olvido. Pero ¿qué le hace creer que estaba dirigida a Renauld?
—¡Cómo! Fue encontrada en su bolsillo y..., y...
—¡Y nada más! —añadió Poirot, interrumpiéndome—. No hay mención de nombre alguno que demuestre a quién iba dirigida. Hemos supuesto que iba dirigida al muerto porque estaba en el bolsillo de su abrigo. Ahora bien, amigo mío: en este abrigo advertí algo que me pareció anormal. Lo medí e hice la observación de que era muy largo, lo que hubiera debido darle a usted en qué pensar.
—Pensé que usted lo había dicho sólo por decir algo —confesé.
—¡Ah!, quelle idee! Más tarde me vio medir el abrigo de Jack Renauld. Eh bien!, Jack Renauld usa un abrigo muy corto. Compare estos dos hechos entre sí, y con un tercer hecho, a saber que Jack Renauld salió de la casa apresuradamente, al partir para París, ¡y dígame cuál es la consecuencia!
—Ya lo veo —asentí lentamente, al ir penetrando en mi conciencia las observaciones de Poirot—. La carta fue escrita a Jack Renauld, no a su padre; y Jack, en medio de su prisa y agitación, equivocó el abrigo.
Poirot hizo una seña afirmativa.
—¡Precisamente! Pero podemos volver a este punto más tarde. De momento, contentémonos con la consideración de que la carta no tenía nada que ver con Renauld padre, y pasemos al siguiente acontecimiento cronológico.
—«Veintitrés de mayo —leí yo—. Monsieur Renauld disputa con su hijo. Motivo: el deseo expresado por éste de casarse con Marta Daubreuil. El hijo sale para París.» No veo mucho que observar sobre esto, y la modificación del testamento al día siguiente parece bastante lógica. Es el resultado directo de la disputa.
—De acuerdo, amigo mío..., por lo menos en cuanto a la causa. Pero ¿cuál es el motivo oculto de este proceder de Renauld?
La sorpresa me hizo abrir mucho los ojos.
—La irritación contra su hijo, por supuesto.
—No obstante, le dirigió a París cartas afectuosas.
—Así lo dice Jack Renauld, pero no puede enseñarlas.
—Bien; sigamos adelante.
—Llegamos ahora al día de la tragedia. Usted ha colocado los acontecimientos de la mañana en un orden determinado. ¿Tiene alguna razón que lo justifique?
—Me he asegurado de que la carta dirigida a mí fue depositada al mismo tiempo que fue despachado el telegrama. Poco después fue informado Masters de que podía tomarse unas vacaciones. En mi opinión, la riña con el vagabundo tuvo lugar antes de estos hechos.
—No veo cómo puede usted dejar esto definitivamente establecido, a no ser que interrogue de nuevo a mademoiselle Daubreuil.
—No es necesario. Estoy seguro de ello. ¡Y si no ve esto, no ve usted nada, Hastings!
Le miré por un momento.
—¡Por supuesto! Soy un idiota. Si el vagabundo era George Conneau, Renauld empezó a darse cuenta del peligro sólo después de su tempestuosa entrevista con él. Alejó al chófer Masters, que se le había hecho sospechoso de estar a sueldo del otro, telegrafió a su hijo y le envió a buscar a usted.
Por los labios de Poirot cruzó una débil sonrisa.
—¿No le parece extraño que empleara en su carta exactamente las mismas expresiones usadas más tarde por madame Renauld al contar su historia? Si la mención de Santiago era una ficción, ¿por qué había Renauld de hablar de esta ciudad, y, lo que es más, enviar allí a su hijo?
—Admito que el caso es enigmático, pero quizá encontraremos más tarde alguna explicación. Llegamos ahora a la noche y a la visita de la misteriosa dama. Confieso que esto no lo entiendo en absoluto, a no ser que se tratase de madame Daubreuil, como lo ha sostenido siempre Francisca.
Poirot movió la cabeza.
—Amigo mío, ¿por dónde vuela su perdida imaginación? Recuerde el fragmento de cheque y el hecho de que el nombre Bella Duveen le es vagamente conocido a Stonor, y creo que podemos dar por entendido que Bella Duveen es el nombre completo de la desconocida autora de la carta escrita a Jack y de la dama que vino aquella noche a Villa Geneviéve. No podemos saber con seguridad si se proponía ver a Jack o apelar a su padre, pero creo que podemos presumir que lo que ocurrió es lo siguiente: la visitante expuso los derechos que tenía sobre Jack, y, probablemente, mostró cartas que él le había escrito, y el padre intentó desarmarla extendiendo un cheque a su favor. Indignada, la moza rompió el cheque. En su carta se expresaba en los términos propios de una mujer sinceramente enamorada y es probable que se sintiera profundamente ofendida por esa oferta de dinero. Por fin, Renauld logró deshacerse de ella, y aquí es donde son muy significativas las palabras dichas por él.