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—Pero ¿qué posible motivo tenía Marta para asesinar a Renauld? —le pregunté.

—¡Qué motivo! ¡El dinero! Renauld era varias veces millonario, y a su muerte (o así lo creían ella y Jack), la mitad de su gran fortuna tenía que pasar a su hijo. Vamos a reconstruir la escena desde el punto de vista de Marta Daubreuil. Marta Daubreuil oye lo que hablan Renauld y su mujer. Hasta ahora, Renauld ha sido una bonita fuente de ingresos para las Daubreuil, madre e hija, pero ahora se propone libertarse de sus redes. Es posible que, al principio, la idea de ella fuese sólo evitar que se les escapase. Pero a ésta sigue otra idea más atrevida, ¡y que no alcanza a horrorizar a la hija de Jane Beroldy! En aquel momento, Renauld es un obstáculo inexorable en el camino de su matrimonio con Jack. Si éste desafía a su padre, quedará reducido a la pobreza..., lo que no entra en modo alguno en los proyectos de Marta. En realidad, dudo de que Marta haya sentido nunca el menor afecto por Jack Renauld. Sabe simular la emoción, pero lo cierto es que pertenece al mismo tipo frío y calculador de su madre. Dudo también de que estuviese muy segura de su dominio sobre los sentimientos del muchacho. Le había deslumbrado y cautivado; pero, separada de él, como tan fácilmente podía procurarlo su padre, podría perderle. En cambio, muerto Renauld y heredero Jack de la mitad de sus millones, el matrimonio se celebraría en seguida y ella alcanzaría de una vez la riqueza... y no los miserables millares que habían sido extraídos hasta entonces. Y su hábil cerebro adopta el sencillo plan. Todo será fácil. Renauld está disponiendo todas las circunstancias de su propia muerte..., a ella le bastará adelantarse en el momento oportuno y convertir la farsa en una triste realidad. Y llega ahora el segundo punto que me ha conducido infaliblemente a Marta Daubreuiclass="underline" ¡la daga! Jack Renauld había hecho fabricar tres recuerdos. Uno se lo dio a su madre; otro, a Bella Duveen... ¿No era muy probable que hubiese dado el tercero a Marta Daubreuil? Así, pues, resumiendo, hay cuatro puntos que considerar contra Marta Daubreuiclass="underline" Primero, Marta Daubreuil pudo haber oído los planes de Renauld. Segundo, Marta Daubreuil estaba dilectamente interesada en la muerte de Renauld. Tercero, Marta Daubreuil era hija de la célebre madame Beroldy, que, en mi opinión, fue moral y virtualmente la autora del asesinato de su marido, aunque pudo ser George Conneau quien descargó el golpe efectivo. Cuarto, Marta Daubreuil era la única persona, aparte de Jack Renauld, en cuya posesión era probable que estuviese la tercera daga.

Poirot se detuvo y aclaró la voz.

—Por supuesto, cuando tuve noticia de la existencia de la otra muchacha, Bella Duveen, me di cuenta de que era perfectamente posible que fuese ella la autora de la muerte de Renauld. Esta solución no me gustaba mucho, porque, corno ya se lo indiqué a usted, Hastings, a un perito como lo soy yo le gusta encontrar un antagonista digno de su acero. No obstante, uno debe tornar los crímenes tal como los encuentra, no tal como quisiera encontrarlos. No parecía muy probable que Bella Duveen vagase por allí con un cortapapeles «recuerdo» en la mano; pero, naturalmente, podía haber tenido siempre la idea de vengarse de Jack Renauld. Cuando se presentó confesando el asesinato todo parecía haber terminado. Y, no obstante, yo no estaba satisfecho, amigo mío. No estaba satisfecho. Repasé el caso minuciosamente, y llegué a la misma conclusión. Si no era Bella Duveen, la única persona que podía haber cometido el crimen era Marta Daubreuil. Pero ¡no tenía una sola prueba contra ella! Y entonces me mostró usted esa carta de Dulce y vi una posibilidad de dejar el asunto resuelto de una vez. La primera daga había sido robada por Dulce Duveen y echada al mar..., ya que, como ella lo creía, pertenecía a su hermana. Pero si, por una casualidad, no era la de su hermana, sino la regalada por Jack a Marta, ¡la de Bella Duveen debía continuar intacta! No le dije a usted una palabra, Hastings (no era el momento adecuado para novelar); pero busqué a Dulce, le dije tanto como me pareció necesario, y le encargué que registrase los enseres de su hermana. ¡Imagine mi alegría cuando vino a buscarme (según mis instrucciones) bajo el nombre de miss Robinson, con el precioso recuerdo en sus manos! Entre tanto, yo había dado mis pasos para obligar a Marta a que saliese a la superficie. Por orden mía, madame Renauld repudió a su hijo y declaró su intención de otorgar al día siguiente un testamento que le privaría para siempre de recibir parte alguna de la fortuna de su padre. Era un recurso desesperado, pero necesario, y madame Renauld se mostró dispuesta a correr el riesgo..., aunque, por desgracia, también ella se olvidó de hacer mención de su cambio de dormitorio. Supongo que dio por entendido que yo lo conocía. Todo sucedió como yo lo había pensado. Marta Daubreuil hizo una última y atrevida tentativa para coger los millones de Renauld... ¡y fracasó!

—Lo que no puedo comprender en absoluto —objeté— es cómo pudo meterse en la casa sin que la viéramos nosotros. Parece un verdadero milagro. La dejamos en Villa Marguerite; luego vamos directamente a Villa Geneviéve... ¡y allí estaba antes que nosotros!

—¡Ah!, pero es que no la dejamos en Villa Marguerite. Había salido de allí por la puerta posterior mientras nosotros hablábamos con su madre en el vestíbulo. ¡Aquí es donde se lució a costa de Hércules Poirot, como dirían los americanos?

—Pero ¿y la sombra tras la cortina? La vimos desde la carretera.

—Bueno; cuando miramos allí, madame Daubreuil había tenido el tiempo justo de correr arriba y ocupar su sitio.

—¿Madame Daubreuil?

—Sí. Una es madura y la otra es joven; una es morena y la otra es rubia; pero, para los efectos de una silueta sobre la cortina, los perfiles son muy parecidos. Yo mismo pensé (¡como un gran imbécil!, imaginando que tenía tiempo de sobra) que no intentaría penetrar en la villa hasta mucho más tarde. No le faltaban sesos a esta hermosa Marta.

—¿Y su objeto era asesinar a madame Renauld?

—Sí. Toda la fortuna pasaba entonces al hijo. Pero esto hubiera sido un suicidio, amigo mío. En el suelo, junto al cuerpo de Marta Daubreuil, encontré una almohadilla, un frasco de cloroformo y una jeringuilla hipodérmica con una dosis fatal de morfina. ¿Comprende? Primero, el cloroformo...; luego, cuando la víctima esté inconsciente, el pinchazo con la aguja. Por la mañana, el olor del cloroformo ha desaparecido por completo, y la jeringuilla está donde se ha caído de la mano de madame Renauld. ¿Qué hubiera dicho el excelente Hautet? «¡Pobre mujer! ¿Qué les dije a ustedes? ¡La emoción de su alegría fue demasiado, encima de todo lo demás! ¿No les dije que no me sorprendería que su cerebro quedase desequilibrado? ¡Todo él es verdaderamente trágico, este caso Renauld!» No obstante, Hastings, las cosas no pasaron enteramente como las había planeado Marta. Para empezar, madame Renauld estaba despierta y esperándola. Hay una lucha. Pero madame Renauld está aún terriblemente débil. Hay una última probabilidad para Marta Daubreuil. Hay que desechar la idea del suicidio; pero si puede imponer silencio a madame Renauld con sus fuertes manos, escapar con su escala de seda mientras golpeamos la puerta lejana, y regresar a Villa Marguerite antes que nosotros volvamos allí, sería difícil probar nada contra ella. Sólo que iba a recibir un jaque mate, no de Hércules Poirot, sino de la pequeña acróbata de las muñecas de acero.

Reflexioné sobre toda la historia.

—¿Cuándo empezó usted a sospechar de Marta Daubreuil, Poirot? ¿Cuando nos dijo que había oído la riña en el jardín?

Poirot sonrió.

—Amigo mío: ¿recuerda el día en que llegamos a Merlinville? ¿Y la hermosa muchacha que vimos de pie junto a la puerta? Usted me preguntó si no había advertido la presencia de una joven diosa, y yo le contesté que sólo había visto una muchacha con ojos acongojados. Ésta es la razón de que haya pensado en Marta Daubreuil desde el principio. ¡La muchacha de ojos acongojados! ¿Por qué estaba acongojada? No a causa de Jack Renauld, pues no sabía entonces que había estado en Merlinville la noche anterior.