—A propósito —exclamé—, ¿cómo está Jack Renauld?
—Mucho mejor. Continúa en Villa Marguerite todavía. Pero madame Daubreuil ha desaparecido. La Policía anda buscándola.
—¿Cree usted que iba de acuerdo en todo con su hija?
—Nunca lo sabremos. Esta señora es una dama que sabe guardar sus secretos. Y mucho dudo de que llegue la Policía a encontrarla.
—¿Se lo ha... comunicado ya a Jack Renauld?
—Todavía no.
—Será una impresión terrible para él.
—Naturalmente. Y, sin embargo, ¿sabe usted, Hastings, que dudo de que su corazón estuviese seriamente prendado? Hasta ahora, hemos mirado a Bella como a una sirena, y a Marta Daubreuil como a la mujer que realmente amaba. Pero creo que invirtiendo estos términos nos acercamos más a la verdad. Marta Daubreuil era muy hermosa. Se propuso fascinar a Jack y lo consiguió; pero recuerde su curiosa resistencia a romper con la otra muchacha. Y observe qué dispuesto estaba a ir a la guillotina antes que comprometerla. Tengo una pequeña idea de que, cuando conozca la verdad, quedará horrorizado, trastornado..., y que su falso amor se desvanecerá.
—¿Y qué hay de Giraud?
—Éste, ¡ha tenido una rabieta! Se ha visto obligado a volver a París.
Poirot resultó un verdadero profeta. Cuando, por fin, el médico declaró que Jack Renauld estaba bastante fuerte para oír la verdad, él se la comunicó. La impresión fue realmente tremenda. No obstante, se repuso mejor de lo que yo hubiera supuesto posible. El afecto de su madre le ayudó a pasar aquel trance difícil. La madre y el hijo son ahora inseparables.
Quedaba otra revelación que hacer. Poirot le había comunicado a madame Renauld que conocía su secreto, y le había hecho ver que Jack no debía ignorar el pasado de su padre.
—¡Ocultar la verdad nunca da buen resultado, señora! Sea valiente y dígaselo todo.
Con gran tristeza en el corazón, madame Renauld consintió, y supo su hijo que el padre que había amado había sido, en realidad, un fugitivo de la Justicia. Una pregunta embarazosa fue contestada prestamente por Poirot.
—Tranquilícese, Jack. El mundo no sabe nada. Hasta donde yo puedo comprender, no tengo la obligación de revelar nada a la Policía. En todo el curso del caso he actuado no para ella, sino para su padre. La Justicia le alcanzó, por fin; pero nadie necesita saber que él y George Conneau eran la misma persona.
Había, por supuesto, en el caso varios puntos que dejaron perpleja a la Policía; pero Poirot explicó las cosas de un modo tan plausible que, paso a paso, fue cesando toda investigación acerca de los mismos.
Poco después volvimos a Londres. Sobre la chimenea de casa de Poirot advertí la presencia de un espléndido modelo de sabueso. En contestación a mi mirada interrogante, Poirot afirmó con la cabeza.
—Sí, señor. He recibido mis quinientos francos. ¿No es magnífico? Le llamo Giraud.
A los pocos días vino a vernos Jack Renauld.
—Monsieur Poirot, he venido a despedirme. Salgo para América del Sur inmediatamente. Mi padre tenía vastos intereses en el Continente y me propongo comenzar allí una nueva vida.
—¿Se va usted solo, Jack?
—Viene mi madre conmigo..., y conservaré a Stonor como secretario. Le gustan las regiones remotas del mundo.
—¿Nadie más va con ustedes?
Jack se sonrojó.
—¿Se refiere a...?
—A una joven que le quiere a usted profundamente..., que ha estado dispuesta a dar su vida por usted.
—¿Cómo puedo pedírselo? —murmuró el muchacho—. Después de todo lo que ha pasado, ¿puedo ir a encontrarla y...? ¡Oh, qué clase de triste historia podría contarle!
—Las mujeres tienen un genio maravilloso para fabricar muletas para este género de historias.
—Sí, pero... ¡he sido tan condenadamente loco!
—Todos lo hemos sido, una vez u otra —observó Poirot filosóficamente.
—Hay algo más. Soy el hijo de mi padre. ¿Se casaría nadie conmigo sabiendo esto?
—Dice usted que es el hijo de su padre. Hastings, aquí presente, le dirá que yo creo en la herencia...
—Pues ¿entonces...?
—Aguarde. Conozco a una mujer, una mujer valiente y sufrida, capaz de un gran afecto, de un supremo sacrificio personal...
El muchacho levantó la mirada. Sus ojos se enternecieron.
—¡Mi madre!
—Sí. Usted es hijo de su madre tanto como de su padre. Vaya a ver a Bella. Dígaselo todo. No le oculte nada... ¡y ya verá lo que ella le dice!
Jack parecía irresoluto.
—Vaya a verla, no ya como un niño, sino como un hombre..., como un hombre inclinado bajo el Destino del pasado y del presente, pero que mira hacia adelante, hacia una vida nueva y maravillosa. Pídale que la comparta con usted. Usted puede no darse cuenta de ello, pero el amor del uno por el otro ha sido sometido a la prueba del fuego y ha salido intacto de esta prueba.
¿Y qué más hay del capitán Arthur Hastings, humilde cronista de estas páginas?
Se ha hablado algo sobre ir a reunirse con los Renauld, en un rancho, al otro lado del Océano, pero para el final de esta historia prefiero volver a una mañana en el jardín de Villa Geneviéve.
—No puedo llamarte Bella —dije yo—, puesto que éste no es tu nombre. Y Dulce parece poco familiar. Por tanto, tendrá que ser Cenicienta. Recordarás que Cenicienta se casó con el Príncipe. Yo no soy príncipe, pero...
Ella me interrumpió:
—Cenicienta le previno; estoy segura. Ya lo ves, no podría prometer convertirse en princesa. Después de todo, no era más que una pequeña fregona...
—Ahora le toca al Príncipe el turno para interrumpir —observé—. ¿Sabes lo que dijo? «¡Demonio!..., dijo el Príncipe, ¡y la besó!»
Y uní la acción a la palabra.
Notas
[1] Alusión a la «Sra. Harris», amiga imaginaria de la caricaturesca enfermera Sara Gamp, en la novela de Dickens Martin Chuzzlewit, a la que Sara menciona con frecuencia como interlocutora de interminables diálogos. (N. del T.)
Table of Contents
Asesinato en el campo de golf
Guía del Lector
Capítulo I - Una compañera de viaje
Capítulo II - Una demanda de socorro
Capítulo III - En la Ville Geneviéve
Capítulo IV - La carta firmada «Bella»
Capítulo V - El relato de madame Renauld
Capítulo VI - El lugar del crimen
Capítulo VII - La misteriosa madame Daubreuil
Capítulo VIII - Un encuentro inesperado
Capítulo IX - Giraud encuentra algunos indicios
Capítulo X - Gabriel Stonor
Capítulo XI - Jack Renauld
Capítulo XII - Poirot aclara algunos detalles
Capítulo XIII - La muchacha de los ojos acongojados
Capítulo XIV - El segundo cadáver
Capítulo XV - Una fotografía
Capítulo XVI - El proceso Beroldy
Capítulo XVII - Hacemos nuevas investigaciones
Capítulo XVIII - Giraud actúa
Capítulo XIX - Hago uso de mis células grises
Capítulo XX - Declaración asombrosa
Capítulo XXI - Hércules Poirot habla del caso
Capítulo XXII - Encuentro el amor
Capítulo XXIII - Surgen dificultades
Capítulo XXIV - ¡Salvadle!
Capítulo XXV - Desenlace inesperado
Capítulo XXVI - Recibo una carta
Capítulo XXVII - El relato de Jack Renauld
Capítulo XXVIII - El término de la jornada
Notas