– Peter no sabe nada -dijo Nesia, y esa voz, una voz que llevaba esperando tanto rato, pero que no pensaba oír antes de verla abrir los ojos, era muy débil.
– Ni lo sabrá, si tú no quieres -aseguró Michael en tono alegre.
– Él la mató -susurró Nesia-. Yoram, el guapo, mató a Zahara -entonces abrió los ojos, unos ojos trigueños que le miraron como si toda su vida dependiera de lo que vieran en ese momento.
– Sí -dijo Michael-, él la mató, pero ya no va a matar a nadie más.
Sus ojos entornados le miraron entonces con recelo, y él repitió su promesa en un tono tranquilo e irrefutable.
– Me encontró -dijo Nesia, y tosió-, me encontró en el refugio, y también encontró el bolso.
– Pero tú encontraste ese bolso antes -dijo Michael-. Ya sabías algo.
Movió la cabeza sobre la gran almohada y se chupó los labios, él metió la gasa en el vaso de agua y le acercó el bastoncillo. Nesia lo miró de un lado a otro antes de ponérselo en los labios y chupar.
– No, no sabía nada -dijo Nesia a continuación-. Sólo vi… Los vi una vez al lado de la casa encantada.
– ¿La casa encantada de la carretera de Belén? -aventuró Michael.
– Ellos no me vieron. Nadie me vio -dijo, y había cierto orgullo en esas palabras-. Yo estaba en el patio -explicó.
Él movió la cabeza sin apartar los ojos de Nesia.
– Puede pasar, puede ser que alguien mate a alguien a quien ama -dijo Nesia, medio preguntando, medio pensando en voz alta.
– Una niña como tú -dijo Michael con prudente seriedad- ya sabe que las personas, incluso los mayores, hacen lo contrario de lo que sienten o quieren.
– ¿Lo contrario? ¿Como para no demostrar que quieren a alguien?
– También -corroboró Michael.
– Sí -afirmó Nesia-, pero sólo los niños, no Yoram, el guapo. ¿Por qué él -acentuó la palabra- hizo lo contrario?
– Le daba miedo -dijo Michael-, tenía miedo.
– ¿Es que le daba miedo que ella se lo contase a sus padres y a los padres de él? -Nesia cerró los ojos y él vio las legañas acumuladas en los lagrimales.
– Y también tenía ya… Estaba atado a otra mujer, se había prometido -explicó Michael.
Nesia se puso de lado, mirándole, y él se apartó hasta el borde de la cama.
– Por culpa de la prometida de América -murmuró e hizo una mueca con la boca-, ha sido por su culpa.
– ¿Te duele? -Michael se asustó.
– No, sí, un poco. Pero…, pero antes -exigió-. Primero dime…, explícamelo todo… Por culpa de la prometida de América, la rubia esa. Yo la vi. La señora Yoselzon le dijo a mi madre que es rica.
– Sí -dijo Michael-, a su madre le gustaba su prometida. Es como si tienes una amiga que no le gusta a tu madre y no está de acuerdo en que seas su amiga y prefiere a otra.
– Vale -dijo Nesia, y muy despacio, con gran esfuerzo, volvió a ponerse boca arriba-. Pero yo no tengo amigas, las chicas de la clase no me quieren.
– Ahora todo será distinto -aseguró Michael-, ahora eres otra persona, te han pasado cosas. Yo creo que si alguien aprende lo que tú has aprendido últimamente, evoluciona, y su vida no es la misma que era antes.
Le miró fijamente de forma inquisitiva y, debido a esa mirada, Michael se apresuró a añadir con absoluta seriedad:
– Si alguien, sobre todo alguien joven, sufre una crisis tan fuerte como la que has sufrido tú, y tiene la suerte de seguir vivo, como ha ocurrido en tu caso -entonces se atrevió a acariciarle el brazo-, sale más fuerte de lo que era antes.
– Mi cuerpo está muy débil -dudó Nesia-, no puedo ni levantar la pierna.
– Tu cuerpo se fortalecerá -aseguró Michael, retirando la mano de su brazo-. Pero yo hablaba de ti, de Nesia: verás el mundo de otra forma y también a ti misma.
– Pero si yo tuviera una amiga así y tuviera que decirle que mi madre no me deja, pues se lo diría y ya está -titubeó-. ¿Por que hay que matar? ¿No pasa lo mismo con los mayores?
– No exactamente, no siempre; muchas veces es así, pero… -dijo Michael-, en este caso… Había cosas más complicadas en este caso.
– ¿Por qué? -exigió saber Nesia, y Michael la miró aturdido, no sabía si debía contarle lo del embarazo. ¿Qué sabía una niña de su edad de la sexualidad?
– Ahora me vas a decir que soy demasiado pequeña para comprender -se rebeló con un hilo de voz-; ahora seguro que me vas a decir que cuando crezca… -clavó la mirada en el techo, después le miró de reojo, sin mover la cabeza.
– Ellos… -carraspeó Michael-, ellos ya… Él le prometió y ella…, Zahara…, ella ya… Él le prometió casarse con ella y ella respondió… -Nesia le miró con recelo. Él estaba furioso consigo mismo por los eufemismos, así que al final dijo-: Ellos ya vivían como marido y mujer, Zahara estaba embarazada.
– Ah -dijo Nesia-, ahora lo entiendo. Es decir -continuó sin turbarse- que es como en Jóvenes sin descanso. Ya lo entiendo. Había allí una, ¿la has visto? -él movió la cabeza e intentó decir algo sobre el poco tiempo libre que tenía-. Bueno -dijo Nesia sin esperar explicaciones-, hay una, da igual cómo se llame, que está embarazada de un chico porque tuvieron relaciones sexuales -le miró para comprobar si estaba escuchado o para ver si sus palabras le producían algún efecto y, como le devolvió la mirada, continuó, sopesando cada sílaba-: La enfermera del colegio nos ha explicado lo que son las relaciones sexuales, y yo ya lo sabía antes. En Jóvenes sin descanso la chica le dijo al chico que se lo iba a contar a todo el mundo, estaba muy enfadada con él, y él le dijo: «Eso es chantaje, eso es lo que es, chantaje». ¿Entonces también Zahara le hizo chantaje a Yoram?
– Podría ser -dijo Michael sin querer-, pero eso aún no lo sabemos con exactitud.
– Yo… -dijo Nesia, y cerró los ojos como si estuviera agotada- le vi una vez aplastando a un gato. Pasó por encima con el coche, y el gato se quedó ahí, en la carretera, completamente aplastado. Y él se bajó del coche y miró las ruedas, para ver si le había pasado algo a las ruedas de su coche. No le importó nada el gato, lo dejó ahí en medio de la carretera, como un…, como carroña.
– ¿Saliste con tu perra la tarde antes de Sukkot? -preguntó como si viniese al caso, y vio cómo temblaban los dedos de Nesia-. ¿No me lo quieres contar? -preguntó Michael.
– Ahora no -murmuró Nesia, y sus ojos, que se abrieron un instante, volvieron a cerrarse-, en otro momento. Mañana a lo mejor. Mañana te lo cuento.
Michael asintió. Pensó que debía irse y dejarla descansar, pero cuando hizo amago de levantarse Nesia le miró.
– ¿Entonces él no la quería? -le preguntó.
Michael suspiró. Había personas, le dijo, que no sabían o no podían amar a los demás porque se odiaban demasiado a sí mismas.
– Pero él era tan guapo -insistió-. ¿Cómo alguien tan guapo puede no quererse?
– La belleza es ante todo algo interior -dijo Michael-, y la belleza empieza porque una persona no piense sólo cosas malas de sí misma.
– ¿Crees -dijo Nesia en voz baja y en tono pensativo- que también puede ser al revés? ¿Que alguien feo pueda pensar de él cosas buenas?
Alguien llamó a la puerta, primero suavemente y después con toda la mano.
– Es mi madre -dijo Nesia esbozando una sonrisa benévola-. Ya puedes abrirle. Quiere verme.
Capítulo 18
Tres veces llegó la camioneta y se fue. Y cada vez los obreros cargaban en ella cinco calderas que habían sacado del desván. Ada y Michael estaban junto a la ventana enrejada del bajo y les veían descender por la escalera: un obrero se cargaba una caldera a la espalda y el otro la agarraba por debajo para aligerar un poco el peso. Ada se llevó varios sustos y preguntó si de verdad la escalera era firme; después insinuó algo sobre la forma en que estaban vaciando la escena del crimen y convirtiéndola en el dormitorio. No dijo «mi dormitorio», y tampoco «nuestro dormitorio»; y antes de que él pudiera dar su opinión sobre eso, preguntó: