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El hecho de que nadie se fijase en Nesia tenía también muchas ventajas: no sólo le permitía ver lo que los demás querían que se viese, sino también cosas que ninguno de los vecinos imaginaba que pudiera entender. Pasaba días enteros sola y había empezado a observar sistemáticamente, como le enseñaron en la clase de ciencias naturales: la profesora les enseñó cómo observar los insectos y las plantas y a describir en informes lo que habían visto. Cuando Nesia escuchó la explicación de la profesora, comprendió que llevaba años observando y, desde que aprendió cómo se escribía un informe así, lo hizo de forma meticulosa cada noche antes de dormir, cuando volvía de pasear con Duqui. Eran informes sobre su calle: en un cuaderno especial, con pastas de piel marrón, anotaba cada día el tiempo que había hecho y los nombres de la gente que había visto, si los conocía por su nombre, y también el número de matrícula de los coches aparcados. Bajo el título «Fuera de lo normal» describía a veces con una frase acontecimientos especiales, por ejemplo: «Ha venido la policía y ha registrado la casa de Mulam, en la puerta D», o: «La señora Y ha echado al árabe que ha venido a pedir dinero». O: «La señora B ha vuelto esta noche a casa en taxi y no tenía dinero para pagar al conductor». A veces escribía: «Un gato blanco muerto en medio de la carretera»; y a veces: «No han recogido la basura»; o: «Hoy han venido los del ayuntamiento para echar a las ratas que se fueron por el tendido eléctrico». El informe más largo era sobre el señor Abital, que llegó con su coche nuevo, de color plateado, a buscar a Zahara, con su hija en el asiento de atrás (no en balde Nasim, el de la tienda, le había dicho: «Pobrecilla, Dios sabe lo que será de ella, ya tiene trece años y es como una niña de dos»). Y ¿cómo recordaba Nesia eso? Sólo gracias al informe que escribió: «La hija del señor A ha venido de vacaciones desde el internado y el señor A ha ido con ella a buscar a Z con el coche nuevo».

Día tras día, al atardecer, se sentaba en la tapia de piedra del bloque y observaba todos los movimientos de los vecinos: quiénes se paraban a hablar junto a las puertas de las casas, quiénes metían botellas de plástico en el gran contenedor que estaba al final de la calle o tiraban basura a los lados de la acera (mirando antes a derecha e izquierda). Quiénes arrancaban los coches, quiénes aparcaban, quiénes llevaban bolsas llenas de productos de la frutería o del supermercado. Con mucha atención escuchaba palabras sueltas que también anotaba: quién-le-dijo-qué-a-quién-cuándo-y-dónde. Antes, tiempo atrás, cuando era pequeña, también entraba en los patios y escuchaba debajo de las ventanas y, a veces, hasta miraba dentro. Sí, y no es que no le diera vergüenza, le daba, y mucha, pero quería saber cómo vivían los demás, porque de su madre ya estaba harta. Y también de sí misma estaba harta. Yoram Benesh, por ejemplo -la ventana de su habitación daba al patio de atrás-, o la señora Benesh o la señora Bashari; y quien más curiosidad le despertaba era Zahara, sí, porque quería descubrir qué era lo que la hacía tan perfecta. Ahora que Nesia ya era bastante mayor, y que Duqui iba con ella a todas partes, no le resultaba fácil entrar en los patios, pero a veces se arriesgaba y entraba de todos modos; no siempre, sólo algunas veces. Y por las ventanas se oían todo tipo de cosas, como por ejemplo las conversaciones y las peleas entre Zahara y su madre.

Zahara tenía tres hermanos mayores, era la única hija de la familia Bashari. Todo el vecindario sabía lo que la mimaba su padre, pero sólo Nesia, que se acurrucó en el patio debajo de la ventana de la cocina, le oyó decir a la señora Neimá, la madre de Zahara:

– Una chica joven que vuelve a las cinco de la madrugada tiene un nombre. ¿Sabes cómo llaman a una así? La llaman puta. ¿Dónde has estado?

Y también oyó Nesia la risa floja de Zahara, su tono de regocijo al decir:

– Por favor mamá, ya tengo veintidós años, no soy vuestra niña pequeña, sólo he estado cantando en una boda, ya lo sabías, y sabes que…

– Yo no sé nada -dijo la señora Bashari-, nada. Una boda no termina a las cinco de la madrugada. Como mucho a la una o las dos, no a las cinco de la madrugada. Tienes suerte de que tu padre tenga un sueño profundo y no oiga cuándo vuelves.

Nesia se sorprendió mucho de la risa de Zahara y de que no se atemorizase ni se sintiese ofendida por su madre. La propia Nesia se sintió ofendida por el tono de aquellas palabras; la señora Bashari le hablaba a su hija, la única hija que había tenido después de tantos hijos, la más joven y la más guapa, no como se habla con una hija, sino como si la odiase. Y cuando Nesia se incorporó para mirar por la ventana, oyó a la señora Bashari gritar:

– ¡Zahara, Zahara! -y vio cómo le pegaba tres cachetes en la mejilla-. ¡Eres una desvergonzada, Zahara! -le dijo.

– Si uno coge una rata muerta y un corazón de cabra y los pone en agua y rocía la casa con ella, en esa casa no acabarán nunca los golpes ni las peleas -dijo Zahara riéndose.

– Mil veces te he dicho -gritó la madre- que dejes ya esas cosas. Igual que los primitivos, brujería y mal de ojo. ¿Es que una chica joven y guapa no tiene otra cosa en qué ocuparse?

En su pequeño cuaderno Nesia sólo escribió: «La señora B le ha gritado a Z porque ha llegado a las cinco de la madrugada. Z se ha reído». Si hubiera entendido lo que dijo Zahara sobre la rata y la cabra, también lo habría escrito, pero aun así lo recordaría; igual que escribió sólo: «Z: coche plateado en la esquina», y recordaba muy bien a qué coche se refería.

La madre de Nesia le dijo una vez a la señora Yoselzon que los yemeníes le dan mucha importancia a la familia y a los hijos, aún más que los marroquíes, y puso como ejemplo a los Bashari; cómo les habían dado tooodo a sus hijos, incluso en los tiempos difíciles.

– Aunque no tuvieran nada, a los hijos nunca les faltaba; y eran cuatro niños, no dos -dijo la madre de Nesia. Antes la señora Yoselzon le había hablado, en voz muy alta, de las estupendas notas de su hijo, y de su hija, a quien habían ascendido en el Ministerio del Interior, haciéndola responsable del departamento de pasaportes- Desde el año cuarenta y ocho los conozco, desde antes de que agrandaran la casa -dijo-. Tenían sólo una habitación y un retrete en el patio, la otra parte de la casa estaba en ruinas, las palomas y los gatos vivían allí, antes de que los Benesh la compraran.

– Bueno, nosotros ya estábamos aquí cuando los Benesh llegaron -dijo la señora Yoselzon con una especie de sonrisa maliciosa despuntando en la comisura de sus labios. Se notaba que pretendía empezar a contar ahora con pelos y señales la guerra entre los Benesh y los Bashari, pero su madre no cedió.

– Y sobre todo se volcaban con Zahara -siguió diciendo la madre de Nesia-, desde el principio la vistieron como a una princesa, y le dieron, le dieron…

– Yo no soy partidaria de los mimos -anunció la señora Yoselzon, tirando de la bata de franela que llevaba encima del vestido de flores-. Esto acabará mal -le aseguró a su madre-, Zahara está echada a perder.

– ¿Cómo que echada a perder? No está echada a perder en absoluto -protestó su madre-; es guapa y tiene un gran corazón. Zahara es estupenda, ¡y qué voz tiene! Sé que también trabaja en el bufete del señor Rosenstein, y él dice que Zahara…

– Echada a perder -sentenció la señora Yoselzon, guiñando sus pequeños ojos ante el ocaso del sol. Y con el dorso de la mano se secó la cara, una cara ancha que brillaba como si estuviera cubierta por una capa de grasa-. Acuérdate de lo que digo -dijo moviendo el dedo-, los mimos no son buenos. Mira qué importancia se da Zahara, ni siquiera saluda, y en la tienda, cuando le pregunté cómo estaba su madre, giró la cabeza como si yo no existiera. Te lo digo yo, se le ve en la frente que piensa cosas malas, mal de ojo, Dios quiera que no nos toque -miró alrededor y murmuró-: Mal de ojo contra los ashkenazíes. ¿Sabes que Zahara odia a los ashkenazíes? -y en sus ojos bullía una mirada malvada azul y turbia. Como un rayo llegó ese azul pálido hasta Nesia, que se estremeció, pues parecía que la señora Yoselzon se disponía a hablar con su madre de «una nueva dieta para la niña» y de la piel de Nesia, pues «pronto le saldrán granos llenos de pus si no hace régimen».