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Las suelas de los zuecos de Linda Obarian golpeaban el suelo de cerámica gris del piso de abajo y él oía los golpes mientras miraba atónito los despojos de las palomas que habían quedado apresadas en el desván y las colillas tiradas entre pedazos de papel, cerillas gastadas y cáscaras secas de naranja, que Jaffa se apresuró a meter también en una pequeña bolsa de plástico.

– Voy a subir -gritó Linda desde los pies de la escalera, y empezó a ascender. Michael se estremeció al sentir el contacto de su dedo en el hombro, se dio la vuelta y vio el largo cigarro que, como era habitual en ella, le ofrecía en un gesto de conciliación. Aunque siempre solía rechazarlos, porque detestaba su sabor mentolado, en ese momento, llevado por el embotamiento que le produjo el aire tan cargado, lo aceptó. Linda, la de la inmobiliaria, que consideraba a Michael un cliente indeciso e impulsivo al mismo tiempo, se inclinó hacia él y, evitando mirar el cadáver, le encendió el cigarro, adornado en el filtro con una línea dorada.

– Es mejor que bajes -dijo Michael-. ¿También tienes algo que ver con esta casa? ¿La has vendido tú? -ella negó con la cabeza.

– La vendía, pero luego se la dieron a una agencia grande, de la ciudad, y a mí no me gusta estar sólo del lado del comprador -susurró Linda.

– Ahora te puedes ir, te llamaré más tarde -dijo Michael. Ella movió la cabeza con gesto sumiso, evitó mirar el cadáver al girarse y bajó por la escalera.

El murmullo de Balilty, que no dejaba de quejarse y protestar por su agravio, resonaba en el limitado espacio del desván, donde tan sólo en el centro se podía estar erguido, y donde, a cada paso que se daba, había que ir inclinando más la cabeza para no darse con el techo abuhardillado. Había partículas de polvo suspendidas en el haz de luz que proyectaba uno de los tres focos que los del laboratorio de criminalística habían puesto en las esquinas altas para iluminar el lugar donde estaba el cadáver. Balilty sólo dejaba tranquilo a Michael cuando algo atraía su atención. Después volvía a su lado y murmuraba frases como la que dijo en ese momento:

– ¡A la gente le da por comprarse casas y ya ves lo que pasa! Ésa ha comprado una casa y ha encontrado un cadáver.

– ¿Has terminado? -le preguntó el médico a Alón, de criminalística, quien asintió ligeramente.

– Sólo he terminado de fotografiar -contestó, y dejó la cámara con mucho cuidado entre sus piernas. El doctor Solomon intentó estirar las piernas de la mujer. Incluso dobladas como estaban debajo de ella, con unas medias brillantes cuyos hilos dorados resplandecían con la luz del foco y un trozo de piel morena vislumbrándose por un agujero, se podía apreciar lo largas y perfectas que eran. Yacía sobre el suelo de cemento cubierto de polvo, con el ajustado vestido de lana gris, como una estrella de cine haciéndose la muerta. En su cabello negro y liso, que adornaba su cabeza como un halo oscuro, brillaban mechones empapados de sangre, y no hubiera sido difícil imaginar que la masa de la cara era sólo un perfecto maquillaje. Las luces de los focos, que apuntaban directamente hacia la escena, hacían aún más oscuras e intensas las sombras, que daban a las calderas una apariencia de monstruos primitivos.

– Tú la conoces -dijo Balilty en un tono entre interrogativo y afirmativo, y señaló con la cabeza el primer piso, donde estaba esperando Ada Levi.

– Estudiamos juntos la secundaria -se apresuró a decir Michael, antes de que Balilty se interesara por saber si «también con ella tuviste un lío».

– ¿También con ella tuviste un lío? -preguntó Balilty.

– No digas sandeces -dijo Michael con aspereza.

– No digas qué sandez. ¿Quién dice sandeces? -protestó Balilty, con un gesto parecido a una sonrisa-. Ya no queda ni una mujer en esta ciudad que no se haya puesto de rodillas delante de ti. Ellas dicen que tú…, ya sabes, hablan de tus cosas y todo eso. He visto cómo te mira. Y también esa de la inmobiliaria que…

– Bueno, ya está bien -Michael hizo un gesto de desaprobación con el brazo.

– ¿Quién te ha encontrado la casa? ¿Ella? -Balilty señaló con la cabeza la escalera por la que había bajado Linda Obarian y puso la mano en la cinta amarilla que rodeaba la escena del crimen.

Michael no contestó.

– Yo no la conozco. ¿Quién es? Parece completamente ida. ¿Es una persona seria? ¿Así? ¿Con ese camisón con el que se pasea? ¿Es de verdad agente inmobiliario?

Michael asintió y deshizo con los dedos el cigarro mentolado.

– Sólo lo parece… Y no es un camisón. Y además eso no tiene nada que ver, ella es la agente inmobiliario de la zona, la persona autorizada para este barrio -y al momento se sintió asqueado por intentar convencer a Balilty de la credibilidad de Linda. ¿Y encima entrar en detalles sobre su ropa? Qué más le daba a él lo que pensara Balilty.

– ¿No sabes que todos los agentes inmobiliarios son unos estafadores? -le increpó Balilty soltando un resoplido de desdén-. ¿Eso es un trabajo? Si cualquiera puede hacerlo, ¿por qué no voy a poder yo venderle una casa a alguien? Es, como se dice en yiddish, un oficio de aire, vivir del aire, ¿eso es un trabajo? ¿De dónde crees que obtienen los beneficios? De la pereza que nos da buscar a nosotros mismos, ¿o no?

Michael seguía con la cabeza los movimientos de Alón, que en la mano izquierda tenía la mano rígida de la víctima -incluso de lejos se podía apreciar su rigidez- y con la derecha escarbaba con unas finas pinzas bajo las largas uñas rojas. Era de suponer que alguien a quien le gustaban las faldas tanto como a Balilty se concentraría en ese cuerpo escultural con el vestido de lana gris, en el brillante pelo, negro rojizo, largo y desplegado como una cola, y en la masa de la cara y haría todo tipo de conjeturas sobre esa belleza truncada. Pero Balilty (que un instante después de ver el cadáver había dicho: «¡Qué bombón!, Dios, ¡qué cuerpo! ¿Cuántos le echas tú?, ¿veinticinco?», mientras el doctor Solomon se encogía de hombros y, con la misma melodía que había estado tarareando durante todo el análisis, advertía: «Se ha retocado la nariz y también ha hecho mucho régimen») no desistió:

– ¿Te ha tocado la lotería o qué? ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué es tan urgente? ¿Te han dejado una herencia? ¿Qué dice Yuval de eso? ¿Se lo has enseñado? A ver si lo entiendo, ¿es que te has vuelto completamente loco?

– Se lo he enseñado, claro que se lo he enseñado, pero él no va a vivir aquí, se ha mudado a Tel Aviv. ¿Qué es lo que te preocupa? Todo irá bien -dijo Michael con un hilo de voz, y miró hacia abajo, hacia Ada Efrati (para él aún era Ada Levi), que estaba a los pies de la escalera tocándose con su mano morena y delgada, de largos dedos, el pelo corto y oscuro salpicado de canas. La luz del foco situado encima de ella envolvía su pálida cara con un tejido de sombras. Estaba muy cerca de la arquitecto, que seguía agarrándose el cuello con la mano, un gesto que demostraba que aún no había conseguido sobreponerse.

– ¿Lo ves? -argumentó Balilty-, pretendían empezar la reforma mañana por la mañana y ahora se les han chafado todos los planes. Han encontrado un cadáver. ¿Lo ves?, no se puede planificar nada con cosas así.

La arquitecto empezó a subir por la escalera y, a la mitad, se detuvo y carraspeó como esperando su turno para hablar con Michael, que la estaba mirando mientras subía. Ella intentó llamar su atención sin conseguirlo, hasta que Balilty se calló un momento.

– Perdone -dijo entonces en un tono amable y nervioso-, ¿es usted el superintendente Ohayon?

Michael asintió.

– Me han dicho que usted… que usted es el responsable de…

Michael asintió.

– Perdone que le moleste con nuestras cosas, ya sé que no es ni el momento ni el lugar, pero hay mucha gente que depende de esto, y yo tengo que… Es un asunto de programación… Queríamos empezar mañana por la mañana con la reforma y yo tengo que saber… más o menos… qué decirle al capataz. Tenemos mucho… No importa, se podría saber, más o menos… es decir… sin ningún compromiso… cuánto tiempo pasará hasta que podamos… -volvió a carraspear-. ¿Van a prohibir la entrada? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que podamos empezar con el trabajo? Es decir, ¿estamos hablando de días, semanas o meses?