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– ¿Y no tiene ni idea de quién pudo asesinarla?

Rosenstein movió la cabeza de forma tajante.

– No conocía a la gente que tenía relación con ella, pero por lo que su colega me ha dicho de cómo la encontraron, debe de ser alguien muy, muy, cómo decirlo, psicópata. A lo mejor fue debido… -sus ojos se abrieron con una expresión de alivio-, a lo mejor fue debido a la situación de inseguridad. Embarazo por un lado y terroristas por otro. A lo mejor fue un árabe quien la secuestró, sin relación alguna con…

A un lado de la carretera Eli Bahar cerró de golpe la puerta del Toyota de la policía y miró a su alrededor furioso. Empujó con fuerza la puerta de entrada y, desde el camino de piedra, le hizo un gesto a Michael con la mano.

– ¿Puedes venir un instante? -preguntó Eli sin aliento, y le volvió a hacer una señal para que se acercase a cruzar unas palabras. Sus ojos verdes y pequeños estaban encendidos y su voz tembló al arrancar a hablar-: Dime, ¿es que soy un idiota o qué? Estoy como un idiota intentando localizarlos y, mientras tanto, los hermanos esos están ya en poder de Balilty. Se comporta como si fuese su Equipo especial de investigación. Le das demasiada libertad. Me envías a mí a localizar a unas personas y, mientras tanto, él se los lleva a todos y yo sigo esperando como un idiota.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Michael, intentando ganar algo de tiempo hasta que se aclarasen las ideas de Eli Bahar-, ¿qué significa «se los lleva a todos»?

– En primer lugar, viene hacia aquí con el hermano pequeño, el oficial. Y yo los estaba buscando como… Y seguía esperando y esperando hasta que se me ha notificado… -por el rabillo del ojo Michael estaba viendo a Rosenstein rascarse la cabeza y cambiar todo el peso de su cuerpo de una pierna a otra.

– Un momento -se apresuró a decirle Michael.

– Sólo quería entrar a hablar con los padres -se justificó el abogado-, si les parece bien -y su modestia al hablar hizo que Michael le mirara con atención. Cabría esperar que un abogado experto como él se opusiese a cualquier intento de interrogarle y que no se mostrase tan sumiso, a pesar de que tenía razones para estar preocupado. O es que, verdaderamente, la muerte de Zahara Bashari había acabado con las formas propias de su profesión, se dijo a sí mismo; y, con un gesto solícito, le indicó la puerta de la casa, que aún estaba abierta.

Con pasos pequeños y rápidos Rosenstein se dirigió hacia la casa y en la puerta se encontró con la periodista, que apretaba contra su cuerpo un bolso de tela clara mientras leía los mensajes del móvil que tenía en la mano izquierda. Tzilla Bahar, que estaba pegada a la puerta, esquivó el codo levantado y se dirigió hacia donde estaban Michael y Eli.

– ¿La habéis visto? -preguntó cuando llegó hasta ellos-. No fue a su casa, Zahara Bashari les dijo eso a sus padres, pero no fue. Al menos eso es lo que ha dicho.

– Orly Shoshan era una especie de coartada para sus padres pensó Michael en voz alta.

– ¿Habéis visto qué pinta tiene? -murmuró Tzilla-, no la habríais mirado dos veces con ese aspecto, hubieseis creído… Pero si se piensa en la fuerza de esos reportajes que escribe cada semana… Ahora quiere hacer un reportaje sobre este caso, y en especial sobre ti -le dijo a Michael.

– Antes tiene otros asuntos pendientes -dijo Michael-. Llévala a mi despacho, quiero hablar con ella allí. Y dile que antes de nada tenemos que hacerle unas preguntas y que después ya veremos.

– ¿Vas a permitirle que te entreviste? -se asombró Eli Bahar-. Tú nunca…

– No voy a permitirle nada -dijo Michael mientras cubría con la mano la llama del mechero. Le dio una calada al cigarro antes de añadir-: De momento será ella quien dé, pero no hay por qué hacer hincapié en eso. Tú llévatela -le explicó a Tzilla- y espera con ella en mi despacho, quiero hablar con ella en tu presencia. Y tú cita a todos los trabajadores de Rosenstein, dos secretarias, dos pasantes y un socio; al socio también. Cítalos en la comisaría. A lo mejor saben algo.

– ¿Pretendes que mientras tanto hable con ella? -preguntó Tzilla mirando a Orly Shoshan, que no se había movido del sitio.

– Confío en ti -dijo Michael sonriendo-; confío en que sabrás preparar el terreno. Puede que sea la última persona que vio con vida a Zahara Bashari -mientras hablaba seguía la mirada de la periodista, que estaba fija en el bloque de pisos del otro lado de la calle.

También él vio a la niña torpona con el chándal azul que tiraba con todas sus fuerzas de su perra desde el borde de la acera. Hacía horas que esa niña estaba ahí, pensó, mirando a los coches que paraban, y no se había acercado a preguntar. Sólo estaba ahí, observando. Un ladrido quejumbroso salió de la perra cuando el furgón de los del laboratorio de criminalística se detuvo delante de la casa; en ese momento la niña volvió a intentar arrastrarla hacia la entrada del bloque de pisos, como si de la tremolante bombilla azul saliese una radiación peligrosa. La periodista la siguió con la mirada. Por sus ojos y su cara de satisfacción Michael dedujo que Orly Shoshan estaba tramando algo. A lo mejor también sabe que los niños pueden ser excelentes observadores, pensó mientras se acercaba a ella, y quien está investigando un caso de asesinato debe hablar con los vecinos, y sobre todo con los niños. Porque de las cotillas de barrio, que aparentemente parecen muy prometedoras, no es fácil obtener una información precisa. Sus ideas preconcebidas son las que conforman también los hechos, incluso aunque les parezca haberlo visto con sus propios ojos, y sus ansias de contar algo sensacional les llevan a inventar hasta los más mínimos detalles. Para los periodistas, las cotillas de barrio son un tesoro en bruto, porque a ellos les importa menos la verdad que el sabor de la sangre, pensaba Michael mientras la miraba: sus ojos marrones y saltones eran corrientes, no reflejaban su talento, y el contorno de su cuerpo se difuminaba bajo una gran camisa de cuadros.

– Pese a todo intercambiaré unas palabras con ella -dijo finalmente.

– Ándate con cuidado -le advirtió Tzilla-, me han dicho que es peligrosa. ¿Recuerdas el reportaje sobre el anterior inspector general? Pues oí que después de eso su mujer estuvo sin hablarle durante un año. Si se mete con algo o con alguien, es su fin. Tiene una técnica especial, me han prevenido, pregunta con ingenuidad, pasa horas con el entrevistado, finge admirarle, recoge cotilleos sobre él, escribe cosas que él no ha dicho y lo presenta como si se hubiese confesado ante ella, como si fueran parte de sus confesiones. Y demás, también tira de la lengua. Recuerda que te he avisado.

– ¿De qué tienes que avisarme? -refunfuñó Michael-. Esta vez la interrogada va a ser ella, no yo.

Tzilla inclinó la cabeza y le miró con escepticismo.

– Te he dicho que quiere…

– No importa lo que ella quiera.

– A veces me pregunto… Da igual. De todos modos, en tu posición no puedes permitirte ser tan inocente.

– Vale, queda anotado en el protocolo: me has avisado -suspiró y se acercó a Orly Shoshan.

– Usted fue la última persona que vio a Zahara con vida -dijo, después de presentarse diciendo su nombre y su rango.

– ¿Por qué cree eso? -preguntó en un tono bajo y tranquilo-. Llevo más de una semana sin verla.

– Su madre dice que fue a su casa, a Tel Aviv, la tarde en que desapareció.

– A lo mejor es lo que Zahara le dijo a su madre, pero no vino a mi casa y tampoco habíamos quedado en nada.

– Entonces, ¿la vio usted hace una semana? ¿Cuándo exactamente?

– El jueves de la semana pasada.

– ¿Dónde?

– Aquí, en Jerusalén.

– ¿Pero habló con ella después?

– Casi a diario, por teléfono.

– ¿Cuándo habló con ella por última vez?

– Hace unos días, no me acuerdo exactamente, a lo mejor el domingo -rebuscó en el gran bolso de tela, sacó un pañuelo de papel y se sonó la nariz.