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– Estaban muy unidas -señaló.

– Mucho. Como hermanas -dijo, y de repente se tapó la cara con las manos y las palabras se hicieron más lentas y vacilantes-. Aún no puedo creer que haya pasado esto. Tenía tantos planes. Usted no puede ni imaginarse…

Le dio la espalda y sus hombros temblaban.

– ¿Pero al no saber nada de ella desde el domingo…?

– La busqué, la llamé al trabajo, también al móvil, pero no la localicé. No quise llamar a su casa, a sus padres, porque… -miró hacia el interior de la casa.

– ¿Alguna vez antes dijo que iba a su casa y no fue?

– Normalmente lo hacía de acuerdo conmigo.

– ¿Qué quiere decir eso?, ¿que le proporcionaba usted una coartada? ¿Qué tenía que ocultar?

– No se puede decir que fuera una coartada. Era sólo por sus padres, para que no se preocupasen, si iba a algún sitio que… Para no tener líos con ellos. Pero es cierto que muchas veces nos veíamos en Tel Aviv, salíamos a divertirnos y, después, se quedaba a dormir en casa. Y a veces venía directamente desde el trabajo y…

El coche que bajaba por la estrecha calle se detuvo chirriando e hizo que la perra volviera a ladrar desde la acera de enfrente. Balilty puso las manos sobre el volante y los miró desde detrás de la ventanilla bajada; a su lado había un oficial con un uniforme verde y cubierto de polvo, y con una boina negra metida en la trabilla de la camisa. Salió enseguida del coche, cerró la puerta y corrió por el camino hasta donde estaba Michael.

– Déjale entrar -gritó Balilty cuando cerró el coche con llave-. Es el hermano pequeño. Es… como el padre, no dice ni una palabra. No suelta prenda -Balilty miró hacia la calle-. Pero ahí viene el otro, ¿cuánto os apostáis a que es el hermano mayor? Mira, ves… -antes de acabar la frase, la puerta volvió a abrirse con tanta fuerza que golpeó en la tapia, y el hombre que entró, sin aliento y muy pálido, avanzó por el camino corriendo, empujó al jefe de la unidad de información e irrumpió en la casa.

Capítulo 6

Al inclinarse hacia el mechero de Michael, a Netaniel Bashari le temblaron las manos.

– Perdone -le dio una calada al cigarro que le había ofrecido Michael-, necesito sentarme -por un instante se tambaleó y a punto estuvo de caer sobre la pequeña cama de la habitación de su hermana. Michael estaba sentado junto al escritorio, dibujando con los dedos líneas invisibles sobre la superficie de fórmica. Miró la purpurina que había esparcida por encima y después dirigió la vista hacia Netaniel Bashari, que era más alto que sus padres y tenía una cara alargada y estrecha muy parecida a la de su madre. Sus labios finos y bien perfilados le daban a su cara una expresión dura. Tras las gruesas lentes de unas gafas con montura plateada parpadeaba sin cesar y, cuando abrió los ojos, apareció la mirada gélida de una persona traumatizada-. Si me pregunta qué siento ahora -le dijo a Michael, y clavó la vista en la ventana que daba al patio trasero-, no puedo decirle nada. Creo que es por el shock. Sencillamente no puedo asimilarlo, Zahara era el ser más vital que he conocido; si me pidiera que la describiera, la primera palabra que diría sería vitalidad. Una vitalidad así no se ve todos los días, ni siquiera tenía relación con su alegría de vivir, era sencillamente vitalidad. No puedo pensar en ella como en… -agachó la cabeza y un escalofrío le recorrió los hombros y, cuando la levantó, su cara aún estaba paralizada por la consternación-. Sencillamente no me lo creo -dijo-, no puedo creerlo. A las dos, a las dos tenía que… Quedé con ella al lado de la sinagoga… hacía una semana que no la veía… Quién ha podido… ¿Están seguros de que esto no tiene alguna relación con la situación de inseguridad? Qué sé yo, pululan por aquí todos esos palestinos y nos odian tanto. No había nadie en el mundo que la odiase… Quién ha podido querer… Zahara…

De repente se incorporó y apretó los labios. Estuvo un rato callado.

– Le aseguro que si ustedes no encuentran al que ha hecho esto -su voz se volvió más agresiva-, saldré por mi cuenta a darle caza, y lo encontraré, lo prometo.

Poco a poco se fue aclarando que había visto a Zahara una semana antes, después de Yom Kippur. Comieron en el campus de la universidad de Har Hatzofim. Ella quería que la ayudase a buscar documentos históricos sobre los yemeníes que habían trabajado en la colonia agrícola Kinneret, estaba obsesionada con eso. Una sonrisa extraviada apareció en su rostro cuando mencionó la reivindicación de su hermana, decía que «si se hablaba del derecho de retorno de los palestinos, se podía hablar también del derecho de retorno de los yemeníes de Kinneret que fueron expulsados de allí en 1930». Le pareció que estaba bien, como siempre, nada que destacar. ¿Pálida? ¿Cómo que pálida? Estaba estupenda. Sólo un poco excitada por el episodio ese de Kinneret, y él intentó que se calmase.

– Pensaba fundar un pequeño museo comunitario de la cultura y la historia de los judíos del Yemen y, al parecer, había conseguido alguna subvención. Es lo último que hablamos sobre eso, discutimos -dijo Netaniel Bashari consternado-; si hubiera sabido que sería la última vez… ¿Pero cómo lo iba a saber? Nadie lo podía saber.

La pequeña grabadora estaba en medio de los dos sobre un taburete de mimbre, y Michael observaba cómo el medidor de frecuencias de voz llegaba hasta lo más alto cuando mencionaba a su hermana y, después, cuando mencionó a Linda.

– Enseguida vendrá Linda -dijo-, Linda Obarian, creo que fue la última que habló con ella.

Michael dio las gracias a la fuerza oculta que había dejado a Balilty fuera de la habitación. Era fácil imaginar su reacción si le hubiera oído a Netaniel Bashari decir eso.

– ¿Linda Obarian? ¿La de la inmobiliaria?

– Sí, ¿por qué?, ¿la conoce? -Netaniel Bashari se incorporó de pronto y su tensión aumentó, y un nuevo matiz de miedo apareció en su cara.

– Por casualidad -dijo Michael, y recordó cómo, cuando subió por la escalera hasta el desván, ella volvió la cara y evitó mirar el cadáver de Zahara. ¿La habría identificado por el vestido o los zapatos si la hubiera mirado?

– Enseguida vendrá -repitió Netaniel-, vive cerca -con su mano morena señaló hacia el final de la calle-, justo enfrente de nuestra sinagoga -respiraba con gran esfuerzo-. Todos vivimos aquí, la carretera de Belén separa la casa donde nací de mi casa actual.

Sin darle importancia, y sólo después de que Michael le preguntara una segunda vez, Netaniel Bashari explicó cómo se habían hecho amigas su hermana y Linda, cuando tenía catorce años más o menos, y dijo que para él, debido a la diferencia de edad que había entre ellos, su hermana era como una hija.

– Yo ya no vivía en casa cuando ella nació -dijo Netaniel-, pero por el concepto de familia que tengo me pareció importante relacionarme con ella. Desde la infancia. Desde que era pequeña entablé una buena relación con ella. Zahara era muy, muy inteligente, y estaba seguro de que estudiaría después del servicio militar. Yo estaba a favor de que hiciera el servicio militar para sacarla de casa, de este estancamiento; yo pensaba que estaba muy sola con nuestros ancianos padres, había una enorme diferencia generacional. Mi madre tiene sesenta y siete años, comprende, es de la vieja generación, más como una abuela. Por eso Zahara… me consideraba casi como un padre, acudía siempre a mí cuando tenía problemas, siempre me hablaba de sus dificultades, de sus preocupaciones, aunque también de sus buenas experiencias. Pensábamos enviarla a estudiar a Estados Unidos pero, últimamente, le entró esa locura en la cabeza, bueno, no era una locura, quería resucitar la canción yemení. Buscó viejas canciones yemeníes, aprendió mucho de mi madre, de ella le venía todo eso. Tenía que cantar esta tarde, a las ocho… Yo estaba más unido a ella que nadie -su voz se quebró-. Cuando yo nací, mi madre tenía veintiocho años, y después nació Eliahu, y unos años después, casi diez, llegó Betzalel, y Zahara fue una sorpresa, un milagro, un prodigio. En lugar…