– ¿En lugar de qué? -preguntó Michael.
– En lugar… en lugar… Mire, está relacionado con… No importa, ahora no viene al caso.
– Todo viene al caso -sentenció Michael-, créame, todo viene al caso.
– Pregúntele a mi madre, yo no quiero entrar en eso.
– Le preguntaremos también a su madre, pero ahora le preguntamos a usted.
– Verá -dijo Netaniel Bashari con gran esfuerzo-, mis padres…, mi madre… era descendiente del último gran rabino de los judíos del Yemen, y ella… ella ya había perdido hijos…
– ¡Hijos!
– Yo no lo sabía… sólo sabía que tenía trece años cuando la casaron con mi padre, que tenía entonces dieciséis, creo, no más. Zahara… -respiró hondo y suspiró- Zahara se interesó por eso, yo no y mis hermanos tampoco. Ella descubrió los detalles, no todos, pero sí parte. Lo suficiente para que… lo suficiente para privar a nuestros padres de la tranquilidad que… que parecían tener…
Michael preguntó cuáles eran los detalles.
– Créame -le rogó Netaniel Bashari-, esto no tiene ninguna relación con nada, con nada tiene relación, es algo que ocurrió hace más de cincuenta años, mi madre ya tiene sesenta y nueve, para qué vamos a… También se lo dije a Zahara, para qué vamos a removerlo. Le rogué, le rogué que se olvidara de eso, pero Zahara… si se empeña en algo…
– Para nosotros las cosas no funcionan así -dijo Michael-; en nuestro caso, sólo a posteriori se puede saber si algo tiene relación o no. Y de hecho, como historiador, usted debe comprenderlo, usted sabe que… que si se hurga en los documentos, uno no siempre sabe lo que va a encontrar, no se puede saber y, a veces, aparece de repente algo del todo inesperado y resulta que eso es precisamente lo fundamental.
– Sí -suspiró Netaniel Bashari y sus ojos se posaron un momento sobre Michael-, en principio es cierto, pero yo no sé si… Zahara descubrió que mi madre perdió… -carraspeó y enseguida rectificó- mis padres perdieron un hijo en el Yemen, y después pasó otra cosa… Pero no quiero… -se incorporó en la silla, miró a su alrededor, movió la cabeza de un lado a otro y dijo con la voz rota-: No puedo. No puedo.
– Es imposible saber ahora mismo si algo hace o no hace al caso, y usted quiere que resolvamos el asesinato de su hermana pequeña -le recordó Michael.
Netaniel Bashari inclinó la cabeza y, sin alzar la vista, dijo:
– Hay cosas en la historia de nuestra familia que yo no… -se incorporó, inclinó la cabeza hacia la ventana y siguió hablando sin mirar a su interlocutor-. Hay dos tipos de personas, por ejemplo, entre quienes sufrieron el holocausto, o los de la segunda generación: hay unos que crean una asociación y se reúnen una vez a la semana o-no-sé-cuántas-veces, y se lo cuentan a sus hijos y a sus padres, y reviven de nuevo todo… todo… y hay otros que no. Que… que no quieren reconstruir sobre las catástrofes del pasado, no quieren. Sencillamente no quieren, o no pueden, depende de cómo se defina eso, y yo, yo no quiero.
Michael, que observaba su cabeza inclinada, señaló que era extraño que precisamente un historiador prefiriese no hurgar en el pasado, aunque fuese doloroso.
– Sí -suspiró Netaniel Bashari-, también Zahara decía eso, tampoco ella lo entendía -y, sin levantar la cabeza, explicó que ser historiador no implica interesarse por todos los campos del pasado, y menos por aquellos con los que se tiene una relación personal, porque eso altera el punto de vista-. Entonces pierdes la objetividad -dijo.
Habían pasado años desde que Michael se encontró en esa encrucijada vital en la que, rindiéndose a los encantos de Emanuel Shorer, se incorporó a la unidad de investigación y abandonó la carrera académica y la tesis doctoral.
– Si no lo he entendido mal, esa fue la razón por la que eligió especializarse en historia rusa -dijo en tono interrogativo-, ¿para tener suficiente objetividad?
– Más o menos -murmuró Netaniel Bashari-, eso y toda una serie de causas: había una plaza vacante, y yo valoraba mucho a mi profesor. Estudié ruso hasta la diplomatura y era bueno, podía destacar, no tenía la sensación de que por mi procedencia estuviera limitado a… -de pronto en su voz se notó rabia y aversión-. Odio a los chantajistas, a los parásitos, a los quejicas y a los… los odio -respiró profundamente-; son a los que más odio de la comunidad yemení, como nos llaman, o incluso marroquíes, en resumen, mizrajíes [1]: hurgan en las maldades que les hicieron y después quieren volver a construir sobre eso. Pretenden avanzar en la vida partiendo de la discriminación que hubo en el pasado.
Por un momento Michael dudó si comentarle que, a pesar de todo, había bastante diferencia entre avanzar partiendo de la discriminación y analizar e investigar lo que había pasado, pero no lo hizo. Volvió a preguntarle sobre su relación con Zahara y volvió a oírle hablar de la confianza tan extraordinaria que tenían y de que no había habido ningún tipo de tensión entre ellos últimamente, es decir, a excepción tal vez de algunas discusiones sin importancia sobre «la cuestión yemení».
– ¿Sin importancia? -preguntó Michael.
– Verá -dijo Netaniel Bashari-, ella pensaba, y hay muchos que piensan eso, que cuando se habla de los yemeníes se está hablando de desprecio personal y colectivo hacia una comunidad entera. Ella opinaba, y no era la única, que el asunto de Uzi Meshulam fue la expresión del distanciamiento con el Estado. Como historiador entiendo que se puede definir a Uzi Meshulam… al fenómeno Uzi Meshulam como el grado de madurez de la comunidad yemení. Así lo veía Zahara. Ella opinaba que yo, igual que la generación de mis padres, que pagó el precio, que… que teníamos, mis padres y yo, un carácter conciliador, y ella… ella quería militancia, no conciliación. Es todo -concluyó Netaniel, y apretó los labios como para demostrar que no tenía intención de seguir hablando de eso-. De verdad que no es un tema para tratar ahora.
A pesar de todo aún se podía volver sobre el tema y ampliarlo un poco, pensó Michael mientras le preguntaba directamente a Netaniel qué había hecho la tarde en que fue asesinada su hermana.
– El lunes, hace tres días y medio -precisó Michael.
– ¿El lunes? ¿Por la tarde? Porque por la mañana estuve en la universidad, y por la tarde, por la tarde de siete a nueve estuve en la sinagoga, en una reunión de la junta: estuvimos haciendo los preparativos para la fiesta de Shimjat Torá.
– ¿Y desde las nueve?
– ¿Desde las nueve? -Netaniel Bashari frunció el entrecejo como esforzándose por recordar, y su respiración se aceleró-. Estuve… estuve en casa de Linda Obarian, los dos somos miembros de la junta directiva de la sinagoga y normalmente, después de las reuniones de la junta, vamos un rato a su casa, vive cerca. Justo enfrente. En la esquina de…
Una llamada a la puerta le interrumpió. La puerta se abrió de par en par y apareció Linda, tenía la boca abierta como para gritar.
– ¿Entonces esa era Zahara? ¿Allí, en el tejado, esa era Zahara? le preguntó a Michael, que observaba su rostro turbado-. Si hubiese mirado, lo sabríamos hace ya dos días -se sentó en la pequeña cama junto a Netaniel, le agarró de la mano y de lo más profundo de su pecho salió un gemido-. Netaniel, no lo sabía, no quise mirar allí, en el tejado donde la encontraron…, no lo hice a propósito, yo…
Netaniel retiró la mano.
– Qué más da, Linda, ella estaba muerta, qué hubiera cambiado eso. Ya me has contado cómo la encontraron. No la hubieras reconocido aunque… Has dicho que ellos dijeron que… le aplastaron la cara… Es todo tan irónico -Netaniel se tapó la cara con las manos.