– ¡Qué dices! -gritó la más anciana, con el cuerpo casi doblado por la mitad y moviendo entre sus dedos torcidos una bolsa de plástico de donde caían gotas de leche o de requesón al camino de piedra.
– Lo que oyes -contestó la de la redecilla con una voz chillona de soprano-, ¡exactamente eso! -su voz se elevó-. Usted me conoce, señora Sima, sabe que yo no mentiría -y la mirada de todas se levantó hacia el patio vecino-. Recordad sólo lo que he dicho -avisó la de la redecilla, y miró a derecha e izquierda con un rápido movimiento, como un pájaro que inspecciona el entorno antes de lanzarse sobre un gusano, hasta que sus ojos toparon con Michael, Tzilla y el sargento Yair, que estaba detrás de ellos. Se quedo mirándolos un momento con curiosidad y acto seguido se decidió-. Perdone, señor, perdóneme -se apresuró a decir mientras se acercaba a ellos con paso rápido-, ¿es verdad lo que dicen? ¿De verdad han estrangulado a Zahara? ¿Es cierto que le han roto el cuello? Ha sido un pervertido o… ¿Es cierto que antes… -la verruga sonrosada que tenía junto a los labios se puso completamente roja, sus ojos claros se movieron en todas direcciones y su voz se redujo a un murmullo- la violaron? Los árabes esos que trabajaban en el edificio…
Michael hizo un gesto de desdén con el brazo y se apartó rápidamente del camino para quitarse de la vista de las decenas de personas que estaban en la acera de enfrente de la casa, murmurando e intercambiando retazos de información. En medio del barullo le pareció distinguir, dentro de un coche, la cara atónita de una mujer rubia de unos sesenta años, que llevaba el pelo recogido en un moño de una forma que le resultó familiar, pero no logró recordar de qué. La mujer detuvo el Subaru frente a la casa y salió del coche; sus dedos tocaban el collar de perlas que llevaba al cuello, como si buscaran allí un apoyo, y tenía la mano derecha en la boca, como ahogando un grito. Del coche, lentamente, salió también una chica, que de inmediato se tiró de la minifalda que dejaba al descubierto sus muslos. La mujer mayor la cogió del brazo y tiró de ella hacia la puerta. «¿Qué ha pasado?», preguntó con voz temblorosa.
– Señora Benesh -le dijo a voces la mujer de la redecilla-, calle, calle, señora Benesh.
Pero Michael no se quedó a escuchar el resto, sino que se acercó al Toyota blanco, que tenía el motor encendido y una bombilla azul girando encima. Tras el volante estaba Eli Bahar, mirando hacia el frente con los labios apretados, había sacado el brazo por la ventanilla y sus dedos tamborileaban en la chapa blanca. Al acercarse rápidamente hacia la puerta del copiloto, Michael vio a dos personas que se aproximaban a paso rápido: un hombre alto, con abrigo fino y gorra descolorida y, a su lado, la niña torpona del chándal azul. Iba cogida de su mano y con la derecha tiraba con fuerza de la perra; entonces levantó la cabeza y su mirada hipnotizada se clavó en la bombilla azul que giraba. La cara del hombre estaba crispada, pero sus ojos azules brillaban con vitalidad incluso cuando los entornó debido a la luz del ocaso. Cuando Eli Bahar lo vio, su expresión cambió de repente, aún antes de que Michael se disculpara por haberle hecho esperar tanto.
– Hello, Eli -saludó el hombre, que bajó hacia la calzada y se acercó a la ventanilla del conductor, y, en inglés con acento británico, dijo que había oído que había ocurrido una tragedia y preguntó si de verdad, como decía Nesia -señaló a la niña-, habían asesinado a Zahara. Eli Bahar, tras abrir la puerta y salir, agarró al hombre por el brazo y tiró de él hacia la estrecha acera.
– Ten cuidado Peter -oyó decir Michael-, aquí hay más gente que muere en accidentes de tráfico que de cualquier otra cosa, ¿por qué vas por la calzada?
– Nesia -repitió el hombre, tocando el pelo rizado de la niña, que se estremeció por el contacto- dice que han encontrado a Zahara muerta, ¿es así?
– Sí -contestó Eli Bahar con la cara seria-, ha sido asesinada, ¿por qué?, ¿la conocías?
Como justificándose, Peter dijo que no conocía a todas las personas del barrio, sólo algunas caras y algunas historias que le oía contar a Yigal («Es su amigo, vive con él en el piso», le susurró Eli a Michael), pero a Zahara la conocía por su hija, Linda. Y veía a todo tipo de gente en la tienda, que para él era como un country club donde se oye de todo. Tres jóvenes, una con pantalones ajustados y jersey y dos con vestidos largos, se acercaron también al coche, y en la acera de la casa se agolparon varios curiosos y empezaron a hablar en voz baja. Un crío constipado tiró del vestido de su madre, que le dijo algo a la vecina, y las dos miraron un instante hacia el coche de la policía y cruzaron enseguida la carretera.
– Perdóneme -le dijo una de las mujeres a Eli Bahar-, creemos que deben decirnos algo a los vecinos del barrio: sólo queremos saber qué ha pasado aquí, porque tenemos niños pequeños y si, como hemos oído, hay por aquí un asesino en serie o un violador tenemos que saberlo, y su obligación es informarnos. Tal vez tendrían que reunimos a todos en el polideportivo y explicarnos lo que pasa de forma oficial, para que no haya esta desconexión entre la comunidad y las autoridades.
Por la expresión de su cara se notaba que Eli Bahar iba a decir algo venenoso, pero miró a Peter y cambió de idea.
– Aún no podemos explicar nada -le dijo con educación-. Por el momento lo único que se puede decir es que una vecina del barrio ha sido asesinada, y no sé quién ha mencionado a asesinos en serie y violadores; es imprescindible no difundir esos rumores, pues lo único que hacen, aunque sea sin intención, es atemorizar -miró también a Michael y, sin sonreír, añadió-: Cuidar de los niños es siempre una buena idea.
– Nosotros -dijo la otra mujer, alisándose con la mano la cola de caballo- trabajamos duro para hacer del barrio un lugar agradable para vivir. Queremos que todos se integren y organizamos actividades, tanto culturales como sociales, para que exista un clima de apertura y de aceptación del otro, y ahora, de repente, hay rumores sobre un asesinato por motivos políticos…
– ¿Qué quiere decir con eso de políticos? -preguntó Eli Bahar como si no entendiese, como para ganar tiempo.
– No, políticos no, ella quiere decir por la situación de inseguridad -aclaró la primera mujer, estirándose la camisa que llevaba sobre la larga falda que barría la acera-. La gente empieza a hablar de los árabes y de que hay que prohibirles entrar en el barrio -explicó, y Michael miró su cara salpicada de manchas causadas por el sol, su largo cabello suelto sobre los pechos pesados y caídos, y el bolso de tela bordado y con láminas plateadas que habían perdido su brillo. Hasta sus pesados zuecos y sus medias de lana llegó su mirada y, después, levantó la vista hacia el cielo, que se estaba poniendo gris, y se preguntó si llovería pronto. Sin prestar mucha atención oyó cómo la otra mujer añadía a las palabras rebeldes de su amiga:
– Porque si empiezan a instalarse aquí palestinos, nosotros no querríamos que el ambiente se volviera agresivo, aún ni siquiera está claro quién lo ha hecho, ¿no es cierto?
Eli Bahar asintió.
– Todavía no -dijo con agresividad contenida.
– Aquí hay trabajadores palestinos que hacen las reformas de nuestras casas. Aunque también a causa de nuestras ideas políticas estamos preocupados. Yo, por ejemplo, soy ceramista y en mi estudio organizo voluntariamente un taller para los niños de Um Tuba. ¿Lo conoce? Es un pueblo que está frente a la explanada del Templo, y el taller es para niños de allí junto con niños de nuestro barrio; un taller de cerámica. Y nosotros -señaló a sus compañeros y también al grupo que estaba al otro lado de la carretera- somos intelectuales, artistas, humanistas, no nos interesan ni los rumores infundados ni la agitación política. Justo para luchar contra esas cosas fundamos el movimiento: somos un grupo laico y apolítico -recalcó la mujer-. Ciudadanos en favor del otro. Apoyamos el acercamiento hacia el otro. Seguro que habrá oído hablar de nosotros; por eso Paz Ahora nos decepcionó y… No importa, a nuestras reuniones viene gente de todos los sectores y de todos los estratos y también del movimiento contra la corrupción política y…