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– A lo mejor el bolso está tirado por algún sitio, a lo mejor incluso por aquí -Michael hizo con el dedo un círculo en la oscuridad-. Tendremos que buscar por los alrededores. También en el piso de abajo y en el patio, porque seguro que vivía en algún sitio.

– ¿Qué quiere decir -preguntó Alón- seguro que vivía en algún sitio?

– ¿Qué quiere decir? -Balilty tensó sus gruesos labios-. Llaves. El jefe está hablando de llaves. ¿Quién sale de casa sin llaves? Del coche, de casa, del trabajo, yo qué sé, no hay nadie que no tenga llaves. ¿Había llaves en el bolsillo del abrigo?

– No -reconoció Alón-, pero a lo mejor las tiene el que estaba con ella, a lo mejor viven juntos.

– Dime una cosa -dijo Balilty con evidente desesperación-, ¿cuánto tiempo llevas trabajando con nosotros?

– Un mes, ¿por qué? -la laringe de Alón vibró en su largo y delgado cuello.

– ¿Y aún no se te ha abierto un poco la mente?

Alón no contestó y Michael miró a Balilty.

– Ya está bien, Danny, ya está bien, ¿no? -le dijo Michael, pero Balilty siguió mirando al de criminalística, que cambiaba el peso de su delgado cuerpo de una pierna a otra, y estaba claro que no tenía ninguna intención de dejarlo en paz.

– ¿Qué? -dijo, acentuando cada sílaba-, ¿cómo lo ves tú? ¿Qué buscarían en este agujero dos personas que vivían juntas? ¿Una mujer así sobre un cemento sucio como este? ¿Qué estaría haciendo aquí si tenía una casa en donde estar?

La prominente nuez del cuello de Alón se movió de arriba abajo y bajó la mirada.

– No lo sé -dijo con una voz casi imperceptible-, no tengo mucha experiencia, pero me han dicho que a la gente le gusta darle color a su vida, y el doctor Solomon cree que aquí ha habido… que ellos… han… que aquí han echado un polvo. Aún no puede asegurarlo, pero eso parece; entonces a lo mejor vinieron a cambiar de decorado.

– ¿Puedes decir si ella seguía con vida aquí, o si primero la estrangularon y después la arrastraron hasta este lugar? -le preguntó Michael al forense.

– Creo que estaba muy viva aquí -dijo Solomon-, pero te lo podré decir con seguridad sólo…

– Está bien, está bien -le tranquilizó Michael-, no lo tomaré en cuenta.

– Dime una cosa -le dijo Balilty a Alón, de criminalística-, ¿tú eres normal? ¿Quién iba a venir aquí para cambiar de ambiente mientras folla? ¿Te parece este un lugar romántico? ¿Con todas… -hizo un círculo con el dedo en el aire viciado- estas calderas del año de la polca, el polvo, las telarañas y los despojos de palomas? Para eso se va uno a un hotel, o algo parecido, aquí se viene sólo si no queda más remedio y hay mucha necesidad de esconderse.

– No es gente normal -concluyó Alón-. Tú ya has tenido relación con estranguladores, con gente que destroza caras, son pervertidos, ¿no?

– Estrangular y destrozar caras es una cosa, y follar es otra -dijo Balilty-. Y sólo uno ha estrangulado, la otra vino aquí con los zapatos italianos, con el cachemir y la seda, ¿o no?

Alón se quedó un momento callado y de repente dijo:

– Y con Poison.

– ¿Qué es eso? -preguntó Balilty, confuso.

– Un perfume. Está muy de moda -explicó Alón-. Aún se siente el olor. Yo lo siento.

– Está bien, tienes buen olfato. Pero no vivían juntos, eso es seguro -dijo Balilty y sacó del bolsillo trasero de sus pantalones una pequeña caja metálica-. A lo mejor hace falta más personal para buscar. Seguro que había un bolso, con llaves, barra de labios y todo lo demás. Recemos para que ese tipo no se lo haya llevado. En mi opinión esto puede tener relación con la situación…

– ¿Crees que puede ser un acto que…? -preguntó Alón.

– Yo digo una cosa: ahora hay una situación tensa, ¿no? Qué digo tensa, hay una guerra, ¿no? Entonces hay que tener eso en cuenta y…

– Precisamente he notado que han disminuido mucho los allanamientos y los asesinatos en los últimos tiempos. Desde que empezó todo este follón no ha habido casi ninguna protesta contra tantos allanamientos de… -insistió Alón.

– ¿Ves?, es difícil trabajar así, con un coche patrulla en cada esquina, por eso hay menos allanamientos de morada -interrumpió Balilty.

– Es justo lo que estoy diciendo -dijo Alón.

– Pero uno o dos pueden infiltrarse, sobre todo si hay árabes aquí haciendo reformas -dijo Balilty, mirando hacia el piso de abajo-. ¿Dónde está el capataz ese? Con él quiero yo hablar.

– Está esperando fuera, en su coche. El jefe ha dicho que está bien que espere… -recordó Alón.

– Pues que espere. Porque no se va a ir de aquí sin que yo aclare algunos puntos con él.

– Yair está en camino, llegará enseguida -advirtió Michael.

– ¿Qué Yair? -preguntó Balilty nervioso-, ¿el Buda? No puedo soportar su calma. ¿Dónde está Eli Bahar?, ¿dónde está?

– De vacaciones, ¿no te acuerdas? Les dijiste que se fueran a Turquía, y te hicieron caso y se fueron; vuelven esta noche -contestó Michael y aplastó la colilla del cigarro con el tacón del zapato.

– ¿Entonces hemos decidido que se trata de un hombre? -preguntó Jaffa.

– ¿Con quién iba a follar si no? ¿Con una mujer? -se burló Balilty-. Con una mujer no queda rastro -sentenció satisfecho-. Ahora entiendo por qué no soporto a las lesbianas, cuando folian no queda ningún rastro -soltó una carcajada que cortó de repente con la pregunta-: ¿has oído que Solomon ha hablado de follar?

– No es seguro que haya habido relaciones sexuales -dijo el forense, que se aproximaba a la escalera con una maleta de piel marrón en la mano-, de momento sólo se trata de una intuición. Únicamente en el laboratorio, con un análisis de sangre, se puede…

– Vale, vale -Balilty levantó los brazos y abrió la mano que tenía libre, la izquierda, con un gesto de rendición. De la pequeña caja metálica que tenía en la derecha sacó después un cigarro escuálido y golpeó el extremo-. Mañana todos estaremos mejor informados.

– Aunque alguien se haya llevado de aquí la cartera o el bolso -dijo Michael Ohayon-, al final lo encontraremos. Nadie se lleva algo así a casa. Alguien que no quiere incriminarse tira esas cosas o las esconde, pero no las guarda en casa.

– Siempre hay una primera vez -murmuró Solomon, que ya había empezado a meter sus aparatos en la maleta de piel.

– No encontrarás nada si se lo han llevado a Bet Yala o a Bet Sajur -sentenció Balilty, y se dirigió al forense-. Entonces, ¿tú qué dices?

– Sin comprometerme a nada -dijo el médico mientras cerraba la maleta de piel-, creo que posiblemente fuera ayer, pero por la noche, tarde. No parece que haya sido antes. Y además decís que hay un recibo del cajero de ayer a las diez y cuarto, por lo que no pudo haber sido antes. Pero sabremos más mañana, después de la autopsia en el Instituto. Esto es sólo a primera vista, me lo dice el estómago y la experiencia, y también el rigor mortis. Te lo digo yo -le hablaba a Michael como si Balilty no estuviera, y Michael recordó cómo discutieron en el caso del taxista al que encontraron degollado junto a su coche y, al final, el forense era quien estaba equivocado. Pero Balilty, que normalmente prefería comportarse como quien ha olvidado la ofensa recibida, en ese momento no tomó en consideración la falta de consideración del médico y preguntó:

– ¿Estrangulamiento? ¿Definitivamente? ¿Con ese trapo tan delicado? -señaló al pañuelo de seda rojo que Jaffa había metido en una bolsa de plástico-. Se habría rasgado al instante, ¿no?

– De momento eso es lo que parece -dijo el médico, encogiéndose de hombros-, estrangulamiento, pero tal vez no con ese trapo, como tú lo llamas, sino con dos manos alrededor del pañuelo, sin tocar directamente la piel. Hay hematomas en el cuello, ya veréis las fotografías -puso el pie en el primer peldaño de la escalera.