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– Come de su plato y duerme en su cama -dijo Ester Hion con expresión de asco.

– Pero Nesia la quiere y, para una niña solitaria como usted dice que es, es importante que… ¿También quiere a la señora Rosenstein?

– No hay nadie en el mundo que no quiera a la señora Rosenstein -afirmó Ester Hion-. La señora Rosenstein es la persona más… Cómo se lo diría… Da la vida por… Todo el que… ¡Cuánto me ayuda!

– ¿Toda la familia es así? ¿También el señor?

– Con el señor no hablo mucho, está todo el día trabajando -dijo Ester Hion.

– ¿Y su hija? Seguro que usted conoce también a su hija.

– Tali. También es muy agradable. Mucho, mucho.

– Pero ella vive en el extranjero, ¿verdad? -preguntó como si no tuviera certeza de ello.

– Claro, vive en Estados Unidos; tiene una casa, un palacio. Lo he visto en las fotos -dijo Ester Hion con evidente orgullo-. Desde que se casó… También su marido tiene una gran empresa… Hace ya veinte años…, más de veinte años… No hay año que no venga, en las fiestas y en verano; y también ellos van allí, en Pésaj y en Navidad. Este año es el único que no ha venido, porque ellos no quisieron.

– ¿Quiénes no quisieron?

– Sus padres, les daba miedo debido a la situación, y menos con los nietos…

– ¿Es su única hija? -preguntó con precaución.

Ester Hion movió la cabeza y suspiró.

– La señora Rosenstein no pudo tener más -susurró Ester Hion, como endulzando un secreto-. Y no podemos ni imaginar lo que le costó tener a Tali. ¡Y cuánto le gustan los niños a la señora Rosenstein! Así es -volvió a suspirar-, cada uno con sus penas.

– ¿Les conocía ya cuando la hija era un bebé? -dijo Michael, dudando por un momento si no había llegado a un punto en el que la puerta se cerraría ante sus narices; aún le incomodaba el aspecto de la hija tal y como la había descrito Balilty.

– Cómo la iba a conocer de bebé -dijo con desdén Ester Hion-, ya tiene más de cincuenta años.

– ¿Nació en Haifa? -preguntó como de paso.

No, ellos estaban en Tel Aviv cuando ella nació -dijo Ester Hion-; vi una foto de cuando era un bebé. La señora Rosenstein, que echa mucho de menos a Tali, me llamó para que viera con ella el álbum. Hay un álbum de cada año de su vida. ¡Cuántas fotos le han hecho a esa niña! Fuera el mal de ojo -murmuró y giró la cara e hizo un tranquilo y enérgico «puch» contra los demonios.

– ¿También fotos de la señora Rosenstein cuando era joven?

– No de antes de que vinieran aquí, sólo de después. ¡Qué guapa era!

– Es decir, ¿fotos del embarazo? -se arriesgó Michael.

– ¿Por qué pregunta eso? -quiso saber de pronto, y dijo enfadada-: No hay fotos de Haifa, sólo de Jerusalén. Desaparecieron en una inundación que tuvieron en su casa, después se trasladaron a Jerusalén. Y de todos sus recuerdos no queda nada.

Hubo un momento de silencio.

– ¿Tiene eso que ver con mi Nesia? -de repente despertó. Dirigió la cara hacia él, frunció en ceño y le miró con expresión de sospecha-. Porque si no tiene que ver, ¿por qué lo pregunta?

– No hay mucho parecido -confesó Michael- entre la hija y los padres, ¿comprende?

– Y qué pasa si no hay parecido -dijo enfadada y con desprecio-, eso no quiere decir nada. Cuando conocí a Tali ya era mayor, ya había terminado el servicio militar. Al principio me preocupaba que no se casase…, no era muy…, no se parecía a su madre… Y mire cómo ha sabido arreglárselas.

– Su madre es una mujer guapa -insistió Michael.

– ¿La señora Rosenstein? Como… como un ángel; y si la hubiese visto cuando era más joven, qué cabello rubio, oro puro. Oro puro.

– Y la hija, Tali, no se parece tampoco al padre -arriesgó Michael.

– Dígame -Ester Hion le miró y sus ojos estaban enturbiados por un velo de sospecha-, ¿qué le pasa? ¿Qué está buscando? ¿Esto tiene algo que ver con Nesia o no?

– Aún no lo sabemos -reconoció-, pero a lo mejor tiene relación con el triste caso de Zahara Bashari.

– ¿Cómo? ¿Cómo puede estar relacionado? -exigió saber Ester Hion.

– Yo sólo estoy intentando averiguar si es su hija natural -contestó Michael con desánimo, como justificándose.

– ¡Qué dice! -gritó- Si viera cómo los quiere. ¿Qué pasa porque no se parezca? Tampoco Nesia se parece… Nesia no se parece a su padre en nada, y tampoco a mí, nada de nada… -su voz se quebró.

Temía que empezase a llorar, pero sus ojos entornados se clavaron en él con expresión de desconfianza y rencor.

– ¿Por qué no busca a mi Nesia? -le soltó de golpe-. Por qué se ocupa de eso ahora. Son tonterías. Seguro que ese -señaló con la cabeza hacia la puerta como si Balilty estuviera detrás- se lo ha inventado todo. ¿No es suficiente con la pena que tiene todo el mundo? ¿No es suficiente?

– Señora Hion -dijo Michael después de inspirar profundamente y espirar dos veces-, le voy a decir la verdad, pero debe guardar el secreto. ¿Se puede confiar en usted?

Ella no dijo nada, asintió con la cabeza y apretó los labios. Cruzó sus ásperas manos debajo del pecho en manifiesta actitud de espera de algo que de antemano se sabe que no tiene sentido.

– Sospechamos que la… que la desaparición de Nesia está relacionada con el caso de Zahara Bashari -dijo despacio, y vio cómo el rostro de Ester Hion iba palideciendo.

– Lo sabía -murmuró-, lo sabía desde el principio, desde el principio lo sabía. Me está diciendo que… también a ella… también ella… ¿como Zahara?

– No, no, no -dijo Michael de inmediato-, estoy seguro de que no. Espero que… Estoy seguro de que la encontraremos sana y salva, pero creemos que tal vez el asesinato de Zahara Bashari esté relacionado de alguna forma con la niña yemení que desapareció hace cincuenta y dos años, una niña que… Nosotros creemos que tal vez… -al ver cómo sus ojos se quedaban fijos en él se apresuró a tranquilizarla-: El señor y la señora Rosenstein no sabían nada de Nesia, no es eso lo que quiero decir; ellos no han hecho nada, de ninguna manera -dijo al ver cómo sus ojos se abrían más aún con terror y cómo temblaban sus gruesos labios-. Entiéndalo -le rogó, poniéndole la mano en el brazo-, nosotros no queremos hacerles daño ni herirles, tan sólo queremos saber si esto tiene algo que ver con el hecho de que Zahara Bashari haya sido asesinada y también con la desaparición de Nesia.

– Oiga -Ester Hion se irguió y apartó la mano de su brazo-, le voy a decir una cosa: usted encuentra a mi Nesia y entonces yo le digo lo que sé. Si no me la encuentra, no diré ni una palabra.

– Señora Hion -le dijo en tono autoritario-, le aseguro… -el beeper que llevaba en el bolsillo de la camisa sonó. Miró la pantalla y las palabras escritas en ella: «Llama urgentemente a Tzilla».

– ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué han dicho? -preguntó Ester Hion con voz temblorosa-. ¿La han encontrado? Déjeme ver lo que pone ahí -y le quitó el beeper-. ¿Quién es Tzilla? -exigió saber, moviendo la mano con el beeper en actitud amenazante-. ¿Qué quiere decir eso?

– Señora Hion -dijo Michael en tono tranquilizador, y alargó el brazo para quitarle con delicadeza el beeper-, si me llevara al teléfono, ¿tienen teléfono, verdad? -dijo en tono relajado y tranquilizador, como el que se utiliza para hablarle a un niño asustado-, si me deja llamar a Tzilla, es la agente que centraliza toda la información sobre la búsqueda, sabremos algo más.

En silencio le devolvió el busca y con la cabeza señaló la estantería que estaba al fondo. Allí había un teléfono azulado encima de un tapete de encaje blanco, al lado de una vieja fotografía en blanco y negro de unos recién casados. Incluso con el traje de novia y con el brillo con el que el fotógrafo intentó realzarla -Michael siguió marcando el número de Tzilla, sin prestar atención a las palpitaciones de su corazón-, parecía una mujer desdichada cuya sonrisa había sido forzada por el fotógrafo; y esa sonrisa se dirigía a él, no al hombre delgado de rasgos delicados que estaba a su lado.