– ¿Como qué? Paco Rabanne o Hugo Boss o… ¿Perfume de mujer o de hombre? -preguntó Eli Bahar.
– ¿Yo qué sé? No, no era perfume de mujer, era algo amargo, agrio, con sabor a limón, como algo que he olido hace poco… No consigo recordar, tal vez desodorante o… ¿Hay perfume para el cabello?
– ¿Después de doce horas que llevaba allí? -dudó Eli Bahar-. Sería alguien de criminalística o de la gente que…
– No -insistió Yair-, era de su piel, de su cara. Me incliné para ver si respiraba y lo sentí. Pero no sé lo que era.
– Tómate tu tiempo, esas son cosas que se recuerdan de pronto, incluso a medianoche -le tranquilizó Michael-. ¿Queréis que vayamos ahora al refugio o no?
– Ya estuvimos allí, al principio de la búsqueda -dijo Eli Bahar-, otros dos policías y yo, no había nada, nada excepto las cosas normales: una cama con los muelles rotos y cajas con trastos.
– Como queráis -dijo Yair mirando por la ventanilla y, al cabo de un rato, abrió la puerta del coche y se quedó parado observando el otro lado de la calle. Michael siguió la mirada de Yair hasta el garaje, donde, dándoles la espalda, estaba Yoram Benesh con pantalones cortos, camiseta blanca y gafas de sol a la última echando agua con una manguera a la capota del Toyota rojo. Alrededor de sus pies descalzos se había formado un gran charco y sonidos graves de bajos rítmicos salían de la radio encendida del coche.
Michael se quedó mirando un rato hacia allí y salió del coche. Eli Bahar echó un vistazo al reloj y suspiró.
– ¿Qué? -preguntó Michael.
– Ese coche estaba completamente limpio, incluso creo que lo lavó ayer… -murmuró Yair, moviendo la cabeza desconcertado-. ¿Eso es todo lo que hace en la vida? ¿Lavar el coche todo el rato?
– Hay personas así -dijo Michael en tono pensativo-, obsesivas, tienen que… Sobre todo si acaban de estrenar el coche, como en este caso.
– Cuando el perro estuvo en el patio de la casa de los Bashari, al otro lado, no el de debajo de la ventana de los Bashari, al otro lado, el de los Benesh, allí perdió los estribos especialmente, al lado del árbol de Judea; y yo… creo…
Michael se asomó por la ventanilla del coche y miró a Eli Bahar, que se pasó la mano por la frente y farfulló:
– Vale, entendido. Le diré a Tzilla que nos retrasaremos. Tendrá que quedarse otra vez con ese Moshé Abital, que lleva ya dos horas esperando.
– Pues vamos -dijo Michael con paciencia-, si quieres hablar con él, vamos.
Quizás a causa de la radio y del sonido del agua -los pies de Yoram Benesh se movían en el charco al ritmo de los bajos- no se percató de su llegada hasta que estuvieron muy cerca de él. Michael carraspeó. Yoram Benesh se dio la vuelta asustado, la manguera se le escapó de la mano y el agua empezó a caer en la superficie de cemento del garaje.
– Perdone un momento -dijo Yair-, sólo quería preguntarle una cosa.
– Ah, es usted. Ah no…, ahora ustedes… -dijo Yoram Benesh mirándole.
– Sería conveniente que cerrase el grifo -dijo Yair-, ¿no es una pena derrochar así el agua? ¿Y no sabe que está prohibido…? Es ilegal utilizar una manguera para lavar un coche, ponen una buena multa por eso.
– Vale, está bien, está bien, ya lo cierro. Jesús, parece que es usted quien paga la factura del agua -refunfuñó Yoram Benesh, y se dirigió cojeando ligeramente hacia el garaje. Cuando volvió, Michael se fijó en una gran mancha roja que tenía junto al tobillo-. Tenemos una plaga de palomas -explicó cuando volvió-, si se aparca debajo de este árbol, toda la capota del coche queda cubierta. Si dejas en la capota del coche su… su porquería, quedan manchas que no se quitan, se come el color.
– ¿Entran en el garaje las palomas? -quiso saber Yair, y Michael, que estaba parado en la acera, se cruzó de brazos pacientemente, a la espera, como si no tuviese nada que ver con lo que estaba pasando.
– No, pero el coche ha estado fuera y…
– ¿Por qué ha estado fuera si tienen aparcamiento privado? -objetó Yair con expresión ingenua, y se inclinó hacia la rueda trasera.
Yoram Benesh se quitó las estrechas gafas de sol y sus ojos azules aparecieron observando atentamente la cara del sargento. El ojo derecho estaba rojo y tenía un arañazo debajo. Dejó las gafas en la capota del coche, se secó las manos en los pantalones varias veces y se las metió en los bolsillos.
– ¿Qué está buscando ahí? -exigió saber, y se acercó a la rueda trasera, pero Yair ya se había incorporado y también él se metió las manos en los bolsillos.
– ¿Por qué no había sitio? -preguntó Yair-, ¿sus padres lo ocuparon todo y cuando volvió ya no pudo?
– Sí, casi no hay espacio ni para dos.
– Cogieron terreno del jardín para hacer un garaje -observó Yair en tono crítico.
– Sí, hay suficiente jardín a los lados y detrás -se defendió Yoram Benesh-; y si me perdonan ahora -miró a Michael-, ya he cerrado el grifo, ¿no? Entonces ya no tienen nada más… Porque tengo prisa, you guys, es mejor que me digan si quieren algo más de mí, porque si no, yo tengo que… -su voz se apagó y sus ojos iban de Yair a Michael. Los dos se mantuvieron callados-. Me han dicho que han encontrado a la niña -dijo Yoram Benesh-, alive and well, y que no le ha pasado nada.
– Es un poco exagerado decir que no le ha pasado nada -observó Yair-; ella… Le han dado una paliza de muerte.
– Me refería a que está viva y se pondrá bien, eso he oído decir. La vecina -señaló con la cabeza hacia el bloque de viviendas- ha venido a contárselo a mi madre. He oído que está inconsciente, ¿es verdad?
– ¿Dónde estuvo ayer por la noche? -preguntó Michael, y el labio superior de Yoram Benesh tembló al contestar:
– ¿Queeé? ¿Qué quiere decir?
– Pues muy sencillo -dijo Michael y sus ojos volvieron a posarse en el tobillo herido-, ¿dónde estuvo ayer por la noche?
– ¿Por qué me lo pregunta? -se resistió Yoram Benesh.
– Porque volvió tarde -observó Michael con calma, como si esa explicación justificara la pregunta.
– Who says so? -exigió saber Yoram Benesh-, ¿quién dice que ni siquiera saliera de casa?
– ¿Entonces no salió? -preguntó Michael-, ¿estuvo toda la noche en casa?
– No creo que sea asunto suyo -refunfuñó cogiendo las gafas de sol de la capota del coche-, ¿es que tengo que darles cuentas de algo? -con un movimiento brusco cerró la puerta del coche.
– Perdone un momento -dijo el sargento Yair, rodeó el coche y abrió la puerta derecha de atrás.
Yoram Benesh dio un salto, cerró el puño y golpeó la capota del coche.
– ¿Qué hace? No puede… Cómo… Es mi coche privado…
– Ésa es la cuestión -se oyó la voz de Yair, que se había agachado para mirar los bajos del coche-, precisamente porque es su coche -sacó la cabeza y se incorporó-. Y ahora tiene que acompañarnos.
– ¿Qué? -Yoram Benesh se quedó estupefacto-, ¿a qué viene eso? What the hell… ¿Qué quieren de mí?
– Ya le ha oído -dijo Michael sin mirar al sargento-, tiene que acompañarnos para interrogarle. Tenemos que hacerle algunas preguntas.
– ¡Pues pregunten! -Yoram Benesh levantó la voz-. Be my guests. ¿Quién les impide preguntar? Por lo que a mí… -sus ojos volvieron a ir de uno a otro y al final se detuvieron en Eli Bahar, que estaba cerrando la puerta del coche al otro lado de la carretera-. Escuche -dijo furioso, y no estaba claro a cuál de los dos hablaba-, ¿me ha tomado por un analfabeto que no sabe ni por dónde anda? Yo no tengo que acompañarles a ningún sitio. ¿Se cree que soy algún árabe al que pueden fastidiar así? Yo no les acompaño a ningún sitio. No way -metió la patilla de las gafas de sol en la camiseta, las manos en los bolsillos de los pantalones cortos y miró a Michael con insolencia.