– ¿Quiénes? ¿Quiénes jugaban juntos? -preguntó, y se tocó las mejillas como para alisarse las arrugas después de un profundo sueño.
– Nada, no es nada, papá -dijo su hijo con desdén.
– ¿Son ustedes de la policía? -le preguntó Efraim Benesh a Michael-, ¿no hablamos con usted el día que encontraron a Zahara Bashari?
– Sí -afirmó Michael-, y ustedes nos dijeron que Yoram no salió de casa el lunes pasado, por la tarde, dijeron que estuvo en caví desde las seis y que no salió.
– Es cierto, así fue -dijo Efraim Benesh-, ¿y qué pasa ahora?
– Es por la niña -explicó su hijo.
– ¿Qué es lo que realmente ha pasado con ella? -se interesó Efraim Benesh.
– La han encontrado, está viva -se apresuró a decir Yoram.
– Bendito sea Dios -dijo el padre-. Estos niños, de verdad, hasta que se hacen mayores estás con el alma en vilo. ¿Qué pasó?, ¿se escapó de casa?
Yair le miró sorprendido.
– ¿Cómo que se escapó de casa? Alguien la raptó y le dio una paliza de muerte.
– ¡Pero qué dice! -Efraim Benesh se quedó atónito-. ¿Quién la raptó? ¿No se sabe? -chasqueó la lengua-. No nos dejan vivir en paz. Pero ¿en qué podemos ayudarles ahora?
– Tenemos que hacerle unas preguntas a su hijo -dijo Michael amablemente-. Hemos encontrado a la niña, pero está inconsciente. No nos puede contar nada.
El rostro de Efraim Benesh se ensombreció.
– Nosotros no podemos ayudarles -dijo dubitativo y mirando a su hijo-, estábamos ocupados: la prometida de mi hijo llegó hace unos días de Estados Unidos; y no es una persona cualquiera -volvió a mirar a su hijo y esta vez había miedo en su mirada-, es una chica muy especial, una princesa, ¿no es así, Yoram?
– Déjalo, papá, eso no es asunto suyo -dijo su hijo con impaciencia-. ¿No te preparas un café?
Michael observó atentamente la cara del padre, cuya sonrisa se había desvanecido, y que por un momento pareció mirar a su hijo con temor al decir:
– Sí, sí, ¿hago también para vosotros?
– No, gracias -dijo Yoram Benesh-, ya hemos tomado.
– Y por la niña, por Nesia, ¿no preguntó la periodista? -preguntó Michael, y Efraim Benesh, que aún podía oír la conversación, se detuvo delante de la puerta y permaneció allí un rato, después salió de la habitación.
– ¿Por la niña? Preguntó, claro que preguntó por la niña, ¿pero qué le podía decir yo? No conozco a esa niña, no conozco a nadie aquí; nosotros no…, nuestra familia no…, no tenemos relación con… -su mano trazó un arco que abarcaba toda la calle.
Por un momento Michael sintió que Balilty se hubiera ido.
– Tenemos la absoluta seguridad de que usted conocía bien a Zahara Bashari -dijo de repente, adaptando a sus necesidades uno de los trucos de Balilty.
– Eso no es cierto -protestó Yoram Benesh en voz alta y, como sorprendido de sí mismo, al instante bajó la voz-. Se lo estoy diciendo, nuestros padres no se relacionan… En la vida he hablado con ella… Mi madre, sólo con que hubiera hablado con -volvió a señalar con el brazo hacia el otro lado de la pared- alguien de esa familia, y sobre todo con la hija, sencillamente me habría matado -miró a Yair-. No es que le tenga miedo a mi madre, pero no quiero romperle el corazón, soy su único hijo varón y esa familia le ha destrozado la vida.
– Hay niños así, curiosos, si se ven influidos por alguien o por algo, ya no lo dejan en paz -dijo Michael como reflexionando para sí mismo.
– ¿A qué se refiere? -preguntó Yoram Benesh y metió los dedos entre los cojines del sillón.
– Esa niña, Nesia, podríamos decir que es una fisgona, una pequeña espía, ¿no? -dijo Michael en un tono suave de absoluta complicidad.
– How should I know? -protestó Yoram Benesh.
– Ha estado en Estados Unidos -dijo Michael.
– Medio año, en Nueva York, cuando mi empresa me envió allí -explicó Yoram Benesh en un tono de orgullo, y volvió a poner las manos junto a su cuerpo-. Estoy en una empresa de informática y mi prometida…, mi novia, también es de Nueva York, llegó hace unos días, en diciembre nos casamos. También está en una empresa de informática, así nos conocimos, pero ella no tiene necesidad de trabajar porque su familia… -se oyó un portazo, él dejó de hablar y se levantó-. ¿Es su compañero? -preguntó nervioso, pero era su madre la que estaba en la puerta, con una falda estrecha y clara y una blusa de seda verde, un abrigo fino por los hombros y el pelo recogido en un moño, y, aunque su cuello estaba desnudo, ella jugueteaba con un collar invisible.
– ¿Qué pasa Yoram? -preguntó asustada-, ¿estás en casa? Es que tu coche no… Pensaba que te habías ido.
– ¿El coche no está en el garaje? -preguntó asustado, corrió hacia la puerta y salió enseguida; al cabo de un rato volvió-. ¡El coche no está en el garaje! -gritó y clavó en Michael una mirada acusadora.
– A lo mejor se le ha olvidado cerrarlo -sugirió el sargento Yair en tono amable, y Michael vio cómo los ojos de Clara Benesh, azules como los de su hijo, los examinaban a ambos, y cómo su mano ascendía desde su cuello hacia la verruga que tenía junto a su pequeña nariz. Y con una desconfianza atemorizada clavó la mirada en el rostro de Michael.
– ¿Dónde está mi coche? -exigió saber Yoram Benesh en voz alta y chillona.
– Ya se lo he dicho -explicó Yair amablemente y, dirigiéndose a Clara Benesh, le dijo-: Ha entrado con nosotros hace un rato y se le ha olvidado cerrarlo.
– Se lo han llevado, se han llevado mi coche, ¡la policía me ha robado el vehículo! -se quejó Yoram Benesh a su madre con la cara enrojecida.
En el hermoso y serio rostro de Clara Benesh la expresión de miedo dejó paso a la de rabia.
– Hace dos días que no nos dejan en paz -se quejó-, están entrando y saliendo y revolviéndolo todo, ¿y ahora le quitan el coche a Yoram? Es un coche recién estrenado, se lo han dado en el trabajo…
– Seguro que lo encontrarán -se compadeció Yair-; y si no, está asegurado o…
– ¿Cómo que asegurado? -gritó Yoram Benesh-. Ustedes me han robado el coche, eso lo sabemos todos.
– Señora Benesh -dijo Michael con paciencia-, ¿podría decirme dónde estuvo su hijo ayer por la noche?
Clara Benesh se pasó la mano por el gran moño recogido sobre la nuca, se tocó el cuello y miró de reojo a su hijo.
– ¿Por qué no se lo preguntan a él? -protestó-, por qué tienen que preguntarme a mí. Ahí está, pregúntenle a él.
Su hijo iba a decir algo, pero la mano del sargento Yair le agarró de inmediato del brazo.
– Usted se calla ahora, ¿entendido? -le ordenó el sargento.
– ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué habla así? -dijo consternada Clara Benesh-. Estuvo en casa.
– ¿Toda la noche? -preguntó Michael.
– Toda la noche, pues claro que toda la noche -dijo la madre, y también ella levantó la voz-. Qué clase de… Estábamos cansados del viaje, por la mañana temprano llevamos a Michelle al kibbutz, a visitar a unos parientes suyos, y por la noche estuvimos viendo la televisión, su padre, él y yo, y después nos fuimos a dormir.
– ¿Michelle es la prometida? -preguntó Yair.
– Yoram y Michelle se casarán en diciembre -dijo Clara Benesh con evidente orgullo-, la boda será en New Haven.
– ¿A qué hora se acostaron? -preguntó Michael, y vio cómo los ojos de Yoram Benesh se entornaban.
– No comprendo por qué… Sobre las diez -dijo la madre, y su acento húngaro se fue agudizando a medida que iba hablando-. Siempre cenamos temprano y nos vamos pronto a dormir. No había nada en la televisión, nada de nada -se justificó-, hay un millón de canales y nada que ver. Y además yo no me sentía muy bien.
– ¿También Yoram se fue a dormir a las diez? -se interesó Michael.
– Yoram es un chico grande -dijo la madre mirando a su hijo con temor-, no se le dice a un hombre de veintitrés años cuándo debe irse a dormir, a lo mejor se quedó viendo un vídeo o algo así.