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– Pero no salió de casa -aseguró Michael.

– No salió -confirmó la madre.

– Señora Benesh -dijo Michael señalando el sillón-, por qué no se sienta un rato… -esperó hasta que se estiró la estrecha falda, dejó el abrigo en el respaldo del sillón y se sentó ladeando las piernas-. ¿Duerme bien por la noche? -preguntó.

Ella miró a su hijo como si no supiera qué decir, pero el rostro de Yoram estaba petrificado y tenía los puños apretados.

– No muy bien -dijo Clara Benesh al final-, no me encuentro muy bien…

– Entonces, ¿toma pastillas? -sugirió Michael.

– No todos los días -dijo rápidamente-, sólo a veces, cada dos días, una pastilla -se tocó el cuello y de pronto añadió asustada-, pero con receta, el médico me la manda, es una pastilla muy buena, Bondormir, se duerme profundamente y al levantarte también… y sin efectos secundarios.

– ¿Y su marido? -preguntó Michael.

– También -confesó-, a él también le cuesta dormir, por eso hace unos años que nosotros… Dos o tres veces a la semana, no tollas las noches… También hemos tenido algunos problemas en el trabajo: mi marido es contable -explicó dándose importancia-, y yo trabajo con él de secretaria; así… trabajamos juntos.

– Es decir -dijo Michael con calma-, que si Yoram sale de casa después de que se hayan tomado una pastilla para dormir puede ser que ustedes no se den cuenta.

– Sí, tal vez -dudó Clara Benesh, y al instante añadió-: Pero entonces nos lo dice por la mañana, Yoram nos lo cuenta… Y también está muy cansado, la empresa de informática significa doce, catorce horas de trabajo diarias, toda la semana, ofrecen buenas condiciones pero… -de repente se calló-. ¿Por qué me preguntan todas esas cosas? ¿A qué viene? -se rebeló-. ¿Qué ha hecho Yoram? Yoram es un chico majísimo, nunca…

– Señora Benesh -dijo Michael-, observe esto, por favor -y en un solo movimiento se acercó a su hijo, le cogió la pierna y le retiró el pantalón y el calcetín-, mire este tobillo de cerca.

Se levantó despacio y se acercó a su hijo, después se inclinó y le miró el tobillo.

– ¿Qué es esto, Yoram? ¿Qué te ha pasado en el pie? -preguntó asustada mientras ponía la palma de la mano en la zona herida. Yoram Benesh se apartó, pero enseguida se contuvo.

– Nada -dijo con desdén-, es de hace unos días y ya…

– ¿Cómo que de hace unos días? -se sorprendió la madre-, ayer no tenías nada ahí, no te vi nada -se volvió hacia Michael-. Yo le noto todo a mi hijo, aunque quiera ocultármelo para que no me preocupe, yo lo noto todo al instante -explicó con media sonrisa-, y eso no se lo había visto, y precisamente ayer le miré bien los pies porque…

– Basta, mamá, ya es suficiente -dijo su hijo en voz baja-, no entiendes lo que están haciendo, se han llevado nuestro coche y necesitamos un abogado.

– ¿Un abogado? -se asustó la madre-. ¿Por qué un abogado? ¿Qué has hecho?

– No he hecho nada -dijo Yoram Benesh-, pero ellos creen que sí.

– ¿Qué? -Clara Benesh se levantó-, ¿qué? -sus ojos encendidos se dirigieron a Michael-. ¿Qué quieren de él?

– Tenemos razones para pensar que está relacionado con la desaparición de Nesia Hion -respondió Michael con calma.

– ¿Quién es Nesia Hion? -preguntó llena de confusión Clara Benesh.

– Nesia Hion es esa niña gorda que desapareció, la de la casa de enfrente -le dijo su hijo.

Clara Benesh soltó una risotada ronca.

– Ustedes están un poco anor… ¿No están bien de la cabeza? -le preguntó a Michael-. ¿Qué tiene que ver mi hijo con una niña de la casa de enfrente? Nosotros no tenemos relación con nadie, ni siquiera conocemos a los vecinos de esta calle, ¿qué tiene él que ver con esa niña?

– La han encontrado -dijo su hijo-, la han encontrado hoy al mediodía, junto a la calle Yehuda.

– ¿Y está viva? -preguntó su madre.

– Viva, completamente viva -dijo el sargento Yair-, y por los indicios que tenemos, su hijo…

– ¡Tonterías! -dijo Clara Benesh con desprecio, y en un tono amenazante añadió-: ¿Es que no oyen lo que estoy diciendo? Mi hijo Yoram no tocaría ni a una mosca, aunque sea un pequeño animalito, unos pichones, un gatito, lo trae a casa, y una vez que tenía un conejo y el conejo se murió, no se puede imaginar lo que lloró. Nuestro hijo es un ángel, todo el mundo lo sabe. ¿Saben cuántas ofertas de trabajo ha tenido? Todo el rato le están lloviendo ofertas, todos quieren tenerlo con ellos. ¿Sabe lo que le quieren los padres de Michelle? Y no son unas personas del montón, es una familia con un estatus muy alto: la familia de su madre está allí desde la guerra de Secesión de los Estados Unidos, llegaron desde Inglaterra, y su padre también es americano de tercera generación; es una familia con posición, y ¡cuánto quieren a Yoram! Ustedes están diciendo tonterías. Sólo tonterías.

Tal vez después de las pruebas, si viene con nosotros, se demuestre que son tonterías -convino Michael.

¿Qué pruebas? -preguntó la señora Benesh con desconfianza apretándose el cuello con la palma de la mano.

Todo tipo de trámites -respondió Michael.

– No voy a ir a la policía -sentenció Yoram Benesh-, y no tienen derecho a llevarme sin mi consentimiento, sólo un juez puede…

– ¿Cómo que un juez, Yoram? -se asustó su madre-. No hace falta ningún juez, tú no has hecho nada.

– No le vamos a llevar sin su consentimiento -dijo Michael y le lanzó una dura mirada-, le vamos a llevar con su pleno consentimiento, y cualquier abogado a quien consulte le dirá que es mejor que…

– ¿Pero por qué? -suplicó Clara Benesh-. Explíquenme qué es lo que ha hecho. Les digo que él no…

– Basta con ese mordisco en el tobillo de ayer por la noche, ¿no? -dijo Yair-. Puede habérselo hecho la perra de la niña. Quien raptó a la niña degolló a su perra.

Clara Benesh se estremeció.

– Lo que están diciendo son tonterías -repitió con voz temblorosa-. Pero yo no entiendo de estas cosas. Primero, que venga su padre, él entiende de estas cosas por sus clientes, he oído que el impuesto sobre la renta puede… Yoram, ¿dónde está tu padre? ¿Aún está durmiendo?

– Estamos hablando de asesinato, secuestro e intento de asesinato, y no del impuesto sobre la renta -recordó Michael.

– ¿Qué asesinato? -dijo Clara Benesh aturdida-. Ha dicho que la niña está viva, ¿no?

– El asesinato de Zahara Bashari, la hija de sus vecinos -explicó el sargento Yair.

Junto a la puerta del salón estaba Efraim Benesh con una taza de café en la mano.

– ¿Qué pasa aquí? -preguntó, y dejó la taza en un estante a la entrada de la habitación-. ¿Qué pasa, Clara?

– Pero de eso ya hablaron con nosotros -dijo Clara Benesh sin mirar a su marido-. Ya se lo dije ayer: no le deseo una tragedia así ni a mis peores enemigos, ni siquiera a esa familia, pero no tengo nada que decir sobre esas personas, son primitivos, asiáticos. Y durante todos estos años -entonces su voz se rompió-, durante todos estos años pensé que tal vez habían comprendido y… Y mi hijo Yoram, lo puedo decir en su cara, incluso de pequeño era más bueno que…, de verdad era muy bueno e intentaba hacer las paces y quería… -inclinó la cabeza-. Se lo dije a él entonces y se lo digo a ustedes ahora: no se puede cambiar a las personas. No cambian. No es casual que precisamente a ellos, que precisamente ahí…

– Un momento, señora Benesh, quiero entenderlo bien -dijo el sargento Yair-. ¿Qué está diciendo? ¿Está diciendo que toda la familia… que sus vecinos son los propios responsables del asesinato de Zahara Bashari? ¿Eso es lo que está diciendo?

– Clara, Clara, cálmate -dijo su marido acercándose a ella-. No se encuentra bien -le explicó a Michael con gesto preocupado.