Выбрать главу

– Le voy a explicar lo que estoy diciendo -dijo Clara Benesh. Apartó la mano de su marido de su brazo y se sentó de forma desafiante-. Usted es joven y a lo mejor aún no comprende estas cosas, pero hay familias en las que no pueden ocurrir…, en las que precisamente… No en todas las familias asesinan a alguien…, pero en nuestro barrio, en nuestra calle… No todas las familias…, a veces… Es cuestión de sangre… hay… hay sangre buena y sangre… Y esos negros…

– Mamá -le previno su hijo mirando con temor a Michael-, te he dicho mil veces que no hables así.

– Cállate, ellos entienden lo que digo -se le formó una arruga entre las cejas depiladas-. Aquí hay muchos asiáticos, y son, cómo decirlo, personas… -de Michael su mirada pasó a Yair-. ¿De dónde son sus padres?

El sargento sonrió y contestó que eran de allí.

– La tercera generación, de Metula y Rosh Piná -dijo con orgullo.

– No importa -suspiró Clara Benesh moviendo la cabeza-, es usted demasiado joven para comprender. Como hay en esta calle tantos negracos…

– ¡Mamá! -la interrumpió su hijo en tono de advertencia.

– Pues cómo hay que llamarlos, ¿comunidad mizrají? Bueno, pues por culpa de la comunidad oriental el nivel de la calle y del barrio y… de todo el país, escuchen lo que les digo, no es el nivel que pensábamos…, al que estábamos acostumbrados…

Michael la miró con atención.

Sin relación alguna con la sangre buena y la sangre mala, señora Benesh -dijo tras un breve silencio-, tenemos que pedirle a su hijo Yoram que nos acompañe para interrogarle, y también usted y su marido tendrán que ser interrogados; y eso puede hacerse con abogado o sin él, lo que ustedes prefieran.

Clara Benesh miró a su hijo y a su marido.

– Esperaremos hasta hablar con un abogado -dijo al final, poniendo la mano sobre el brazo de su hijo-, tenemos un primo abogado, él entiende de estas cosas. Pueden esperar o marcharse. Por la fuerza no se van a llevar a un chico de una casa decente, nosotros no somos de esos…

– ¿Pueden llamarle ahora? -preguntó Michael.

– Claro que podemos -se mantuvo firme-, es de la familia, ¿no?

– ¿Entonces puede llamarle y decirle que venga?

– Puedo, claro que puedo -afirmó, y se levantó y se dirigió hacia el pasillo.

– No, señora Benesh -dijo Michael-, no mantenga ahora con él una conversación privada, sólo dígale que venga.

– Pero el teléfono está ahí -dijo temblorosa y asustada, y señaló hacia fuera de la habitación-, hay uno en el recibidor y otro en la cocina.

– Entonces, si no le importa -dijo Michael, se levantó y la siguió, y tras él salió también Efraim Benesh.

Capítulo 13

– Sólo te puedo contar una pequeña historia -dijo Emanuel Shorer, mientras cogía un vasito estrecho y lo levantaba intentando captar la mirada del camarero-. Cuando no hace falta, están todo el rato dando vueltas a tu alrededor preguntándote si está todo bien, y cuando necesitas algo, justo entonces, ni te ven -se rió e hizo un gesto con la mano. El dueño, que los estaba mirando desde detrás del mostrador, se acercó rápidamente a ellos.

– ¿Otra grapa? -preguntó, y Shorer asintió con la cabeza-. ¿También la señora? -preguntó el dueño, cuya espesa barba se movía al hablar.

– Para mí sólo café -contestó Ada sonriendo.

– También para mí -dijo Michael tocándose la nuca, que le llevaba molestando ya varias horas.

– Observa este sitio -dijo Shorer mirando a su alrededor-, son las doce y está completamente muerto. Hace dos meses entrabas aquí después de medianoche y no te podías sentar; qué digo dos meses, incluso hace un mes. No podrán mantenerse mucho tiempo con esta Intifada.

– La ciudad está completamente muerta -corroboró Ada-, nunca me había pasado esto de llegar a las diez, y menos en días de fiesta, y que hubiera sitio. Y mucho menos al lado de la ventana.

– Debes saber que Emanuel Shorer tiene contactos -dijo Michael-, y no hay en Jerusalén un restaurante que…

– Yo llegué primero -dijo Ada-. Imagínate, me dieron sitio al lado de la ventana sin contactos ni nada -su sonrisa borró un poco la tensión que Michael vio en sus ojos cuando llegó al restaurante una hora tarde y encontró a Shorer frente a ella, clavando un cuchillo en un gigantesco filete y mirándola como a la espera de que contestase a la pregunta que le había hecho. Emanuel Shorer le hizo un gesto con la mano a Michael, que estaba en la puerta observándolos. Ada aún no le había visto y sus labios temblaban al intentar contestar a su pregunta, pero Michael ya había percibido desde donde estaba un halo de crueldad en el rostro de su íntimo amigo y había comprendido que su aparición había interrumpido una especie de examen que le estaba haciendo a Ada. Aunque no había duda de que ella se alegraba de verlo y aunque dijo con toda naturalidad: «Ya no hay nada que tu amigo no sepa de mí, si hubieras tardado media hora más habríamos retrocedido a los tres años», a pesar de todo se notaba en su voz una cierta tensión. Ahora que habían llegado a los postres, la veía más tranquila que antes y hasta miraba a Shorer de vez en cuando con una sonrisa, pero su mirada estaba tan tensa como antes de que su llegada les interrumpiera.

– Hay lugares que no me importa que se cierren, esos restaurantes de Baqah y la Moshavá Germanit con comida kosher estricta o vegetariana para los turistas americanos con kipá -refunfuñó Shorer-. Pero este sitio… lo lamento por él, lo lamento también por… ¿Te acuerdas del restaurante de Meir, en el edificio maldito del zoco?

– Cerró -dijo Michael mientras retiraba el plato, asombrado de que se hubiera vaciado tan deprisa-, hace ya dos años.

– Lástima -dijo Shorer-, también Meir sabía lo que hacer con un pedazo de carne. Cuando éramos jóvenes -le explicó a Ada-, hace años, íbamos allí después de resolver algo; pero ahora no nos toca porque, por lo que hemos oído, no hemos resuelto nada, ¿eh? -y pese a la expresión de Michael se apresuró a añadir-: Pero has avanzado, has avanzado bastante. Ya tienes tres, y cada uno es toda una historia. Nunca se sabe de dónde llegará la salvación. Genial esa historia con Abital, genial de verdad. A lo mejor es un completo bluff, ¿eh? -la última pregunta se la dirigió precisamente a Ada.

– ¿Me lo preguntas a mí? -se ruborizó Ada-. Yo… no tengo ningún problema con esa historia. Por supuesto que creo que una chica joven puede contarle cosas íntimas como esas a un hombre mayor que le da…, que le da afecto, precisamente porque lo siente tan lejano.

No -corrigió Shorer-, no fue por el afecto y la lejanía, fue sobre todo porque la vio, se podría decir que la pilló con las manos en la masa.

¿Ver a una chica en el vestíbulo de un hotel de Netania se llama «pillarla con las manos en la masa»? -insistió Ada.

– Al parecer Zahara Bashari no tenía un cerebro criminal -dijo Shorer riéndose-. Hay gente que…, bueno, piensa el ladrón que todos… Ella pensaba que cualquier conocido que se topara con ella en el hotel de Netania sabría de inmediato lo que estaba haciendo y con quién.

– Si era así -le discutió Ada-, ¿por qué se sentó allí, en el vestíbulo, a contárselo? Ciertamente no estaba sola.

– Pregúntaselo a él -dijo Shorer, y miró a Michael-. ¿Por qué se lo contó allí, en el vestíbulo del hotel?

Michael se encogió de hombros. Eli Bahar y él ya habían insistido en eso y seguirían insistiendo al día siguiente.

– Según Abital -dijo Michael- estaba allí sola, quien tenía que haber llegado no llegó, y ella… ya tenía una habitación en el hotel; entonces se lo contó. Él cree que no se lo contó como si se tratara de ella misma sino de una buena amiga, y tampoco fue muy clara sobre la situación del hombre. Según Abital ese hombre no estaba casado exactamente, pero tenía obligaciones, de todo tipo, y del embarazo no sabía nada. Según Abital. No olvidéis que todo lo que tenemos es la historia de Abital, que, por lo que sabemos ahora, fue el último en estar con Zahara el día del asesinato.