Con la voz del abogado de fondo, que decía emocionado que su única intención había sido «protegerla de cosas así precisamente», Michael volvió a sorprenderse de la capacidad de Balilty, que se negó a revelar cómo había conseguido el reportaje y a darle ninguna importancia.
– Tengo contacto con alguien que tiene acceso al ordenador del periódico y… No importa, qué más te da a ti cómo te consigo las cosas. No me preguntes por mis fuentes, eso dicen los periodistas, ¿no? -Balilty dijo esas cosas mientras le daba a cada miembro del Equipo especial de investigación una copia del reportaje. Al llegar a Tzilla preguntó-: ¿Aún no se ha despertado la niña? -y Tzilla, que ya había inclinado la cabeza hacia el artículo, hizo un gesto negativo.
– Qué puta, es increíble -murmuró Tzilla-. Mira lo que dice de ti, ¿lo has visto?
– Lo he visto -afirmó Michael-, y también he visto que no hay nada que hacer, no tiene sentido ni siquiera ir a los tribunales -y enfrente de ellos Yair volvió a oler el perfume de uno de los frascos que Alón, de criminalística, estaba alineando a lo largo de la mesa del despacho.
– ¿Tienes Paco Rabanne? -le preguntó Balilty a Alón-. Es el único after shave que yo… Y no sólo yo, también mi mujer… ¡El único! ¡El definitivo! Pruébalo -le dijo a Alón en broma y haciéndole un guiño- y verás cómo las mujeres caen a tus pies. Pregúntale a él, es todo un doctor en química.
– ¿Cómo habrá sabido todo esto? Quién le habrá hablado de las mujeres… Quién le habrá contado la historia de tu ex mujer y de… Y hasta lo de Nita… Y la historia de su hermano, todo, quién se lo habrá dicho -preguntó Tzilla, y miró a los otros miembros del Equipo especial de investigación esperando que estuviesen tan inquietos como ella.
– Pero qué quieres -le dijo Balilty-, ¿qué esperabas? No le ha dado lo que quería y se ha metido con él. Para ser una mujer que se le ha insinuado y a quien él no ha hecho caso, créeme, aún ha salido bien parado. Te lo digo por experiencia, no hay nada peor que la venganza de una mujer humillada, todo el mundo lo sabe.
Con la voz del abogado de fondo, que seguía lamentándose por la facilidad con que destrozan la vida de una persona, Michael pensó en el extraño silencio de Eli Bahar mientras todos estaban leyendo el reportaje, en cómo bajó la vista y evitó encontrarse con los ojos de Michael o con los del resto de los presentes y en cómo salió del despacho con la copia del reportaje y desapareció durante un buen rato.
– Nosotros no somos como usted cree -dijo el abogado Rosenstein mientras doblaba el pañuelo de cuadros-. Y lo más terrible no es sólo que Zahara esté muerta, sino que mi mujer, a la que siempre he intentado ahorrarle… Zahara… No sé, se obsesionó hace unos años con ese asunto de su historia familiar. No sé por qué, pero creo que tuvo que ver con un chico, tal vez un ashkenazí que la ofendió…
Michael se preparó.
– Entonces, pese a todo -dijo Michael-, sabe algo de un hombre en la vida de Zahara Bashari.
– No, no, no, es un malentendido -se apresuró a explicar el abogado-, si supiera algo, créame que lo diría. Además, ya le han preguntado a todo el mundo y nadie sabe nada. Pero me refiero a que, si se indaga, cuando las personas defienden una ideología, en el fondo lo hacen por algo personal que les ha ocurrido, eso creo yo. Es lo que he aprendido a lo largo de los años. Y cuando he visto esto… -señaló las hojas de periódico dispersas por la mesa-, entonces…
Michael volvió a echar un vistazo a los titulares invertidos del reportaje.
– De todos modos -añadió el abogado-, cuando Zahara vino a trabajar ya estaba completamente metida en ese asunto étnico, y no dejaba de ocuparse de él. Pero hasta hace unos meses no oí nunca la historia de su hermana, esa que… -se calló, examinó la manga de la bata y tiró de un hilo gris plateado.
– Ya era hora -dijo Michael-, ha llegado el momento de que explique cómo se enteró de esa historia y cómo llevó eso a la compra del piso.
El abogado se incorporó en la silla.
– No es como lo dice aquí -dijo con desprecio, y arrojó a un lado el reportaje-, no tiene nada que ver con el embarazo. Yo jamás me he acostado con Zahara, ni siquiera… Eso cae por su propio peso. No tengo ni idea de cómo habrá conseguido esa información sobre nuestra Tali porque…
– Le he preguntado cómo se enteró de la historia de la Zahara mayor, y qué relación tiene el piso con eso -recordó Michael.
– Hace unos meses -dijo Rosenstein moviendo los ojos-, fue en mayo, creo, una tarde nos quedamos solos en la oficina: ella entró en mi despacho y cerró la puerta; no entendí lo que quería. Ella me preguntó si tenía unos minutos y dije que sí, tenía todo el tiempo del mundo para ella, pero al mirarla comprendí que nada bueno iba a salir de aquello. Pero no me pude imaginar que tenía que ver con nosotros, pensé que tenía que ver con ella, con su vida o con sus planes. Pensé… ¿La verdad?
Michael asintió.
– Sólo la verdad y nada más que la verdad -dijo.
– Pensé que había venido a decirme que lo dejaba…, que había encontrado algo más… Ojalá hubiera sido así… -dijo Rosenstein, y se calló.
– Pero no fue así -observó Michael sin apartar la vista de él, y el abogado negó con la cabeza, la inclinó y suspiró.
– Sin preámbulos -dijo Rosenstein sin mirar a Michael-, directamente al grano, me dijo que había investigado todo nuestro pasado familiar, incluido el hecho de que mi mujer era…, de que mi mujer no podía tener hijos. Tali no era nuestra hija natural, esas fueron las palabras exactas de Zahara: «no es vuestra hija natural». Yo ya había empezado a sudar y a negarlo, pero ella me cortó como un cuchillo y dijo: «No te esfuerces, tengo todos los detalles; y también sé que el bebé que tu amiga os trajo del hospital era mi hermana mayor, y puedo probarlo».
– Seguro que fue un duro golpe oír esas cosas -observó Michael, pues el abogado había levantado la cabeza y lo miraba expectante.
– ¿Un duro golpe? ¡Yo no lo llamaría así! -afirmó Rosenstein, que al parecer percibió afecto en las palabras de Michael-. Nosotros no sabíamos nada del bebé que nos trajeron, no quisimos saber nada: ni quiénes eran sus padres ni lo que le había pasado… Y de pronto Zahara me dice que nos la dieron con dos meses y que la trajo la enfermera que trabajaba en el campo de emigrantes de Ein Shemer. Conocía todos los detalles. No tengo ni idea de cómo los consiguió. Y créame… -se sonó su gran nariz-, créame, ni siquiera nosotros sabíamos de dónde nos habían traído al bebé. Lo único que yo quería era que mi mujer tuviera… También yo quería niños, pero mi mujer, ella…, ella lloraba por las noches y me di cuenta de que si no le llevaba un bebé… Hoy día se puede traer de Brasil o de… Pero entonces no se podía comprar así un niño. Y yo tenía contactos: esa enfermera era de mi ciudad, yo ayudé a escapar a su hermano pequeño del gueto, yo… No importa, le ayudé a cruzar y le llevé a los partisanos. Y su hermana… estaba…, se sentía… agradecida, como se suele decir, y trajo a Tali poco después de hablar con ella. Sólo se lo dije una vez, en un café de Haifa. Le pedí, ni siquiera le pedí, le conté, y un mes después la trajo, sin preguntas y sin papeles. Y así, un día pude ir a casa y poner un bebé en los brazos de mi mujer, y eso le salvó la vida; créame, era una cuestión de vida o muerte. No sabíamos, no quisimos saber, entonces no piensas en los padres, es imposible…