– Y hasta el día de hoy -dijo Michael sorprendido- ha seguido sin importarle que para que ustedes, su mujer, pero también usted, fueran felices, destrozaron las vidas de otras personas, y ni siquiera… -y hasta él mismo se sorprendió de la rabia que resonaba en su voz.
Rosenstein movió la cabeza y observó a Michael.
– ¿Qué es lo que quiere, eh? ¿Que lo sienta? ¿Que me arrepienta? ¿Que pida perdón?
Michael se mantuvo callado.
– Dígame una cosa -dijo Rosenstein en voz baja-, aquí pone -golpeó las páginas del reportaje- que usted tiene un hijo; eso pone, un hijo, ¿no? ¿Suyo? ¿Natural?
Michael asintió con la cabeza.
– Entonces, ¿cómo va a comprenderlo? -protestó el abogado, se quitó las gafas y las limpió con la punta de la corbata de seda; sin ellas su mirada se volvió oscura y opaca-. Y además, ¿cómo alguien de su posición puede ser tan… tan inocente?
– ¿Inocente? -se sorprendió Michael.
¿No sabe que si uno quiere vivir, vive siempre a costa de otra persona? ¿Y que, cuanto mejor quiera vivir, más vive a costa de la vida de otra persona?
No, sorpréndase si quiere, pero yo no lo sé -dijo Michael-. Es decir, por supuesto que he oído hablar de situaciones extremas, personas que se comen unas a otras en una isla desierta, y me he encontrado en la vida con asesinos, mentirosos y criminales, cosas así, pero ese «siempre» suyo de verdad que no lo conozco -y tras un momento de reflexión añadió-: Y también tengo serias dudas de que sea una forma correcta de entender el mundo. Sea como fuere, eso no es ningún axioma -dijo enfadado.
– ¿Pero qué dice? -protestó el abogado, y volvió a ponerse las gafas-. Es usted una persona inteligente, no necesito este paskundstve, esta porquería… -señaló el reportaje del periódico- para saber que es usted una persona inteligente, y…, perdone, esto a lo mejor no suena muy bien, pero es la verdad, se comporta usted como… como un joven europeo.
– ¿Qué quiere decir con eso? -preguntó Michael, conteniendo una risita irónica.
– Yo… debo decir que… ha sido una sorpresa para mí leer aquí que emigró desde Marruecos -dijo Rosenstein-. Incluso he llegado a creer que era un error, porque no se comporta como un marroquí -concluyó Rosenstein, y miró a Michael con astuta satisfacción, como convencido de haber dicho lo que su interlocutor quería oír.
– ¿De verdad? -dijo Michael con frialdad, sin dejar traslucir una sensación de humillación que hasta a él mismo le sorprendió-. ¿Cómo se comporta exactamente un marroquí?
Rosenstein dudó.
– Como más…, cómo decirlo… Alguien que viene de una clase inferior, más… Con más rudeza…
– ¿Y un europeo? -preguntó Michael-, ¿cómo se comporta un europeo? ¿Utiliza a una enfermera responsable? ¿Por ejemplo, así?
El abogado se calló un momento, pero enseguida se repuso y dijo en voz baja:
– Mire, hace rato que no estoy hablando con usted como lo hace un abogado con un oficial de policía, hace rato… Hace horas que yo… Es evidente que usted no…, cómo decirlo…, que se puede hablar con usted con sinceridad; y créame, no tengo nada contra los mizrajíes, marroquíes o yemeníes o… lo que sean, pero si hablamos sin tapujos entonces… Igual que hay chistes de polacos… no hay que enfadarse porque haya también… Los marroquíes, todos los mizrajíes, lloran porque se sienten discriminados, ¿y nosotros qué?, ¿es que nosotros hemos estado en el paraíso? Precisamente los mizrajíes vivían en paz en la diáspora y nosotros en cambio…
Michael esperaba la socorrida mención del holocausto, pero el abogado cogió el reportaje de Orly Shoshan y señaló con el dedo el centro de la columna.
– Aquí pone -dijo Rosenstein con entusiasmo- que estuvo usted casado con una joven polaca (por cierto, me parece que conocí a su padre, era un abogado muy famoso, se dedicaba a las propiedades fiduciarias, de los primeros que se dedicaron aquí a eso…, si no me equivoco, ¿no?), es decir, ashkenazí, y también pone que se sabe, que es un atributo conocido suyo, que prefiere a las mujeres ashkenazíes. Entonces usted, si no lo entiendo mal… Bueno, no importa, veo que se está enfadando.
– Volvamos un momento al asunto de la vida a cuenta del prójimo -dijo Michael-, quiero entenderlo bien. Porque usted no se refiere a situaciones extremas, ni a cuestiones de ética en el sentido filosófico, usted está hablando de eso de forma práctica, en el día a día, y según usted se puede incluso asesinar, supongamos, a una chica joven que está amenazando su armonía familiar, o la salud de su mujer o la felicidad de su única hija o… Son razones suficientes para…
– No diga tonterías -le interrumpió el abogado-, me refiero a… Es como… -su rostro brilló de pronto-. ¿Ha leído Altneuland?
– ¿Altneuland? -se sorprendió Michael-, ¿de Herzl?
– Sí, sí, yo… hace años… me di cuenta de que él…, Herzl… ¿Por qué cree que no menciona a los árabes en absoluto? Sueña con el Estado y lo describe…, Palestina…, como si no hubiese árabes, ¿por qué? -detrás de los cristales de sus gafas brillaban sus claros y pequeños ojos, unos ojos que no esperaban respuesta sino tan sólo el placer de explicar-. Porque si los hubiera tenido en cuenta, los habría tenido que tener en cuenta de verdad, ¿me comprende?
Michael no contestó.
– Y entonces puede que el Estado judío ni siquiera existiera, ¿no es cierto? Porque si una persona quiere vivir -concluyó Rosenstein-, entonces, ¿cómo decirlo? Si uno hace algo grande…, un paso importante en la vida… En los momentos decisivos de la vida no puede tener en cuenta… Créame…, lo he visto. Yo… Y no estoy hablando de los alemanes, eso es evidente y bien sabido, no es nada nuevo decir que los alemanes eran unos monstruos…, estoy hablando de lo que los judíos se hicieron unos a otros para seguir con vida… Y eran…, eran personas que… Usted no puede juzgar… -una obstinación desesperada apareció en ese momento en su voz-. Igual que Herzl no fue capaz de pensar en los árabes, yo tampoco… Es decir, en los yemeníes… -su voz se hizo más fuerte, y con gran ímpetu dijo-: Usted mismo lo ha dicho: en su trabajo ve cosas así todo el rato…
– Lo que yo veo -dijo Michael- es que siempre hay elección, en eso creo y tengo pruebas de ello. No todo el mundo es capaz de comerse a otra persona para sobrevivir en una balsa o en una isla desierta, hay que tener en cuenta que también algunos prefieren ser comidos.
El abogado se observó los dedos.
– Yo, en toda mi vida, no me he encontrado con mucha gente así -dijo al final-, son pocos casos… Únicamente… Tal vez mi mujer, si hubiera sabido cómo llegó la niña a nosotros… Pero el hecho -discutió-, el hecho fue que no preguntó cómo. Cogió a la niña en brazos con todas sus fuerzas y no preguntó nada. Y Tali ni siquiera parecía… Tenía los ojos azules y la piel clara; sólo más tarde… Y créame, Linda Avramov, aquella enfermera, era una buena mujer, ella no…
– Ya no está viva -señaló Michael-, murió hace ocho años en Petaj Tikvá.