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– Tenía Parkinson -dijo el abogado con interés-. A ella no hizo falta que nadie la matara.

– Es interesante que saque el tema por propia iniciativa -observó Michael.

– Lo decía en tono sarcástico -dijo Rosenstein justificándose-. Antes de que se descubra que también la asesiné a ella para hacerla callar, como usted dice que…

– Testificó en el asunto de los niños yemeníes justo hasta su muerte -recordó Michael-, y en sus testimonios no se percibía ningún remordimiento. Sólo dijo: «Actuamos lo mejor que pudimos en las condiciones que había». Recuerdo sus palabras exactas. Sólo explicó que, a causa del pánico por la epidemia de polio, hospitalizaron de inmediato a todos los niños que tenían fiebre alta, y, a su juicio, la comisión de investigación había actuado correctamente. También me di cuenta de que contó que los padres yemeníes no iban a buscar a sus hijos durante semanas… «Como si no les importasen», dijo. No conocía los detalles…, no recordaba… y también sostuvo que hubo muchos niños que desaparecieron, de todo tipo, como los que se hospitalizaron y no fueron devueltos a sus padres. También niños ashkenazíes, de Rumania, de todo el mundo, no sólo yemeníes… Se habló…, se habló de una historia sobre una millonaria de la Organización Internacional de Mujeres Sionistas de Inglaterra a quien unos padres rumanos dieron una niña y se la llevó con ella a Inglaterra; esa historia sí que la recordaba bien Linda Avramov.

– Nosotros no sabíamos nada -insistió el abogado-, no sabíamos que era una niña yemení. Si lo hubiera sabido desde el principio tal vez… -se calló.

– ¿Sí? ¿Tal vez qué? -exigió saber Michael.

– Tal vez no la habríamos aceptado, porque… No salte como si yo fuese un racista, no tengo nada contra los yemeníes, sencillamente soy una persona práctica, no quería que se supiera… Hay… Hoy no parece hija de su madre… Si lo hubiera sabido desde el principio tal vez no… -acercó la silla a la mesa y se inclinó, como quien pretende dulcificar un secreto-. Tiene que entenderlo, no le hemos contado a Tali que es adoptada, no le hemos dicho nada a nadie. Nos trasladamos a Jerusalén y renunciamos a todo lo que teníamos en Haifa. Puede que alguien sospechara, puede ser, y una vez ella, Tali, también preguntó, y le dije que no. A qué venía eso. Me dijeron que a cierta edad los niños piensan que son adoptados y tuve miedo…, tuve miedo de que alguien le hubiera dicho algo: este es un país pequeño, todo el mundo se conoce -volvió la cabeza y se tocó el ojo con un dedo, metiéndolo por debajo de las gafas.

– Volvamos a Zahara -propuso Michael-. Entró en su despacho ¿y…? ¿Dijo, por ejemplo, cómo había conseguido la información?

– No tengo ni idea de cómo se enteró -contestó Rosenstein apenado-. Llegó y arrojó sobre la mesa un archivador de cartón con copias del Ministerio del Interior del certificado de defunción y del de nacimiento, y dijo que sabía que su hermana era…, que Tali era… Nació… Y yo miré el certificado de nacimiento: ponía que la de los padres de Zahara había nacido en… ¿abril?, y nosotros recibimos a Tali en enero. Así que le dije: «Zahara, Tali nació en enero», y ella respondió: «No puedes probarlo, todo se falsificó. Mira, en el certificado pone Zohar en vez de Zahara, ¿por qué no iban a confundirse también en las fechas?». Le dije: «Zahara, cielo, hay diferencia entre una niña de dos meses y una de cinco»; pero eso no la convenció. «No, hay muchos tipos de niños», eso dijo, «y a vosotros os la trajeron del campo de inmigrantes de Ein Shemer. ¿Y no es cierto que tenía los ojos azules?».

Michael apoyó la barbilla en la mano y, en voz muy baja, le preguntó al abogado qué era lo que en su opinión quería Zahara: ¿venganza? ¿Justicia?

– De verdad que no lo sé -contestó el abogado con abatimiento-, incluso le pregunté. Le dije, «Zahara», le dije, «qué vas a hacer con esa información después de más de cincuenta años, lo único que conseguirás será destrozar la vida de todos; y qué vas a sacar con eso…». Pero ella parecía tener una idea fija, decía todo el rato: «Sacar a la luz la verdad, sacar a la luz la verdad, vosotros no vais a vivir tranquilamente con vuestros nietos y todo… mientras mis padres están destrozados…».

– Entonces -preguntó Michael-, cree que la gente que tiene…, como ha dicho usted, «una idea fija», ¿de verdad cree que a ese tipo de gente se le puede hacer callar comprándole un piso?

– No lo sé… -confesó Rosenstein-, en una situación así hay que intentarlo… Pensé…: no hay nadie a quien no se le pueda comprar. No me mire así, usted no acaba de nacer, sólo es cuestión de fijar el precio justo, el que le convenga a esa persona. Pensé que ella no podría…, que estaría en deuda conmigo… Lo único que me importaba -dijo emocionado- era que Tali y mi mujer no se enteraran de todo eso… No sabía que… -señaló con la cabeza el reportaje del periódico-, no sabía… ¿Cómo iba a saberlo? No sabía que Zahara había hablado de eso con alguien, y menos con… con una periodista…, y pensé que si me debía un favor… No fue exactamente chantaje lo que hizo, ella no dijo: «Si haces esto y aquello no hablaré». Yo tengo experiencia con las personas, sabía que quería estudiar, y sabía que no tenía apartamento y que se quería ir de la casa de sus padres, y pensé… -se atragantó-. Pero no sabía que estaba embarazada. Eso lo hubiera cambiado todo… Si lo hubiera sabido…, no puedo decir lo que habría hecho… Lo único que me importaba era que Tali y mi mujer no se enteraran de lo que ella tenía que decir.

– Pero después del enfrentamiento con Zahara no había escapatoria -dijo Michael-, entonces supo que ellas se enterarían.

– Tali no -dijo Rosenstein asustado-, pensé que sólo mi mujer; y ella…, mi mujer, de alguna forma ya lo sabía… Nosotros… La gente siempre sabe más de lo que cree que sabe. Ella lo sabía.

– La manera más segura o más eficaz, de hecho la única manera -dijo Michael con amabilidad- de hacer callar a alguien con una idea fija que amenaza la vida de uno es hacerla callar del todo, ¿no?

Rosenstein le dio un manotazo a la mesa con desesperación.

– Ustedes han comprobado nuestra historia -dijo, como pidiendo una tregua-, han visto que estuvimos en la ópera, tal y como les dije, cómo…

– Más que eso -dijo Michael, se inclinó hacia delante y apoyó el codo en la mesa-, hemos comparado su ADN con el del feto y no coincide.

– ¿Han comparado? -Rosenstein se quedó atónito-. Cómo han podido sin… Ni siquiera he dado sangre y…

– No lleva mucho tiempo -dijo Michael-, y como abogado que es creí que era evidente que sabía que no se necesita sangre para la prueba del ADN. Me sorprende que usted…

– Se lo he dicho mil veces, desde el principio: nunca me he dedicado al derecho penal -dijo Rosenstein-: no quiero tocar toda esa basura. ¿Cómo han hecho la prueba?

– Tenemos nuestros métodos -dijo Michael, que no tenía ninguna intención de hablar sobre los cabellos que Balilty había cogido cuando estuvo en casa de los Rosenstein-. Por tanto, sabemos que el bebé no era suyo. Pero, como abogado que es, no necesito decirle -añadió Michael- que la gente con una posición determinada no tiene que hacer ese tipo de trabajos con sus propias manos…

– Contra eso -dijo el abogado, y agitó los dedos sobre la superficie de la mesa de cobre como sujetándose en ella-, contra esa opinión no tengo nada que decir, excepto que ahí pone… -señaló con la cabeza las páginas del periódico- que Zahara fue a un sitio en donde… Por propia voluntad, y ella no era una chica que se fuese con… -se apoyó en el respaldo de la silla de madera y se tocó las caderas. Durante un instante sus ojos no se fijaron en ningún sitio, luego se incorporó y gritó-: Ha sido ese tal Baliti. ¿Se llama así? Fue al cuarto de baño, estuvo husmeando por la casa, ¿ha sido él?

Michael no dijo nada.

– Si cree que soy un mafioso que contrata a un asesino a sueldo, entonces no tengo nada que… Le voy a decir una cosa: vamos, piense lo que quiera, ahora que mi mujer lo sabe todo, no tengo ya nada que perder… Estoy dispuesto a… ¿Qué es eso? -preguntó asustado-. ¿Ha oído eso? ¿Qué ha sido eso?