Muy a su pesar estuvieron un buen rato más escuchando insultos, injurias y afrentas y, cuando Michael intentó levantarse y le señaló a Tzilla el reloj, Agar le lanzó una mirada suplicante y, en el silencio de la sinagoga, recuperado por un instante, dijo con una voz que había perdido toda su fuerza:
– ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué cree él que voy a hacer? Es la única persona cercana a mí… No tengo más amigos, no tengo… Incluso esta sinagoga. No me aprecian, y si no fuera por él, ellos no… Ellos me aceptan sólo por Netaniel, y ahora qué cree él que voy a hacer… ¿Cree usted que me dejará? -lo preguntó con un tono de súplica infantil y a Michael no le resultó fácil encontrar una respuesta; fue Tzilla la que contestó en su lugar:
– No es seguro, los hombres a veces tienen una crisis, a mitad de la vida; después vuelven a casa con el rabo entre las piernas -y entonces, en el banco de la sinagoga, en la penumbra que conservaba los olores a cera, manzanas y perfumes de la Havdalah, la ceremonia del final de la fiesta, Agar lloró el amargo llanto de la humillación, como un niño que descubre por primera vez las injusticias del mundo y se asombra. Entonces, derramando lágrimas de autocompasión, se levantó, se dirigió hacia la gran puerta y sólo cuando estuvo frente a ella se calmó.
– No tengo intención de darme por vencida tan pronto -le dijo Agar a los cuadrados de madera tallada de la puerta-, lucharé por su amor, lucharé contra ella -tras decir eso salió y la puerta quedó abierta de par en par.
– Luchará por su amor, ¿has oído? -dijo Tzilla-. ¿Se puede luchar por el amor? -Michael la miró e intentó descubrir cierta burla en su cara, pero estaba seria y pensativa.
– Tal vez se pueda luchar, pero eso no tiene mucho que ver con el amor -le dijo él al cabo de un rato-; incluso me parece una total contradicción; cómo se puede luchar por algo así, eso llega como por gracia divina o por un milagro. O existe o no existe -Tzilla se miró en el espejo de la polvera que sacó del bolso.
– ¿Qué opinas? ¿Crees que ella le quiere? ¿Nos vamos a ir dejando la puerta abierta? -y después de torcer la nariz, darse varios toques en la cara y volver a meter la polvera en el bolso, una vez que hubieron salido los dos y tirado de la puerta, ella misma contestó a su primera pregunta. Michael estaba mirando la pequeña casa del otro lado de la carretera, la puerta marrón y el montón de basura acumulado en los travesaños de las vías del tren, cuando ella dijo-: Es imposible saberlo, nadie se separa en una situación así, que se mueve entre el amor, la humillación y la cotidianidad, esa es mi opinión. ¿Y sabes qué haría yo en su lugar? ¿Si pillara a Eli en…, en una mentira así? Simplemente me levantaría y me iría sin muchas explicaciones. Ya sé lo que se dice: «No juzgues al prójimo hasta que…»; y, gracias a Dios, aún no me he encontrado en su situación, pero yo no me quedaría ni un minuto. Sin escenas ni explicaciones.
El agua que caía sobre su cabeza, su espalda y sus ojos cerrados ya no estaba tan caliente como al principio. De pronto sintió frío, se estremeció y cerró el grifo.
– ¿Estás vivo? -preguntó Ada desde detrás de la puerta cerrada. Él abrió la puerta con una sonrisa forzada y descubrió los ojos de ella entre el vaho-. Te has montado aquí un pequeño infierno -movió la mano intentando dispersar el vapor que le rodeaba-, y te has abrasado con el agua -dijo, conduciéndolo con delicadeza hacia el dormitorio.
En la oscuridad, en medio de la espesa niebla del duermevela o del sueño, oyó de repente la voz de Ada pegada a su oreja.
– Es tu beeper -le susurró-, no para de sonar. Aquí está, te lo he traído para que puedas verlo.
– ¿Quién es? -preguntó él a oscuras, sin estar completamente seguro aún de si esa conversación se estaba produciendo de verdad, en ese dormitorio donde había arrojado su ropa sobre un pequeño sillón de mimbre, o lo estaba soñando.
– ¿Quieres que lo mire yo? -preguntó, y encendió la lámpara de la mesilla de noche. Hasta esa débil luz amarillenta le hizo daño en los ojos.
En la pantalla iluminada del busca, que había llevado desde el sillón a la cama, Ada vio el número del teléfono móvil de Balilty y al lado la palabra «urgente».
Después, en la penumbra del amanecer, Michael se sentó en el coche del jefe de la unidad de información y quedó a la escucha. El camión de la basura avanzaba por la calle y se paraba continuamente delante de cada edificio. Un coche patrulla los adelantó, aminoró la marcha y se alejó. El frío del amanecer hizo que Balilty pusiera en marcha el motor para calentar el coche. Cuando el cristal se cubrió de vaho, levantó la mano y lo limpió con energía, pero no se notó ninguna fuerza en su voz cuando dijo:
– No voy a entrar ahora en detalles, sólo lo fundamental -pero, a pesar de todo, entró en detalles: uno tras otro los fue exponiendo después de volver a quitarle el vaho al cristal-. No quería llamarte a su casa -empezó a decir-; me dije, habrá que darle al menos una hora o dos. No te habría despertado así a las cinco y media. ¿Es que crees que no tengo corazón?
Michael no dijo nada.
– Esta es una ciudad pequeña, todo el mundo se conoce, incluso ahora que ha crecido. A lo que iba, me marcho a casa de mi cuñada, la hermana de Mati. A las doce de la noche tiene una inundación en casa, ni a las diez ni a las once, precisamente a las doce, de reloj, y me voy a su casa porque está sola y ya sabes cómo es…, y me pongo con la tubería. Debes saber que tendrás que cambiar toda la instalación si no quieres tener esos problemas, porque las tuberías estarán podridas dentro de unos años, el agua es muy dura…
Como en sueños oyó Michael la continua palabrería de Balilty sobre las cañerías de la casa de su cuñada, sobre su experiencia con todo tipo de instalaciones y sobre lo que pasa cuando hay cañerías podridas debajo de la pila y del suelo. Y no desfallecía ni detenía el aluvión de palabras, pese a que él mismo consideraba que eso le llevaría a algo que era mejor no decir a esas horas y que no sería fácil de asimilar.
– Ella está ahí de pie y me alcanza la tubería (necesitaba ayuda para un trabajo complicado como ese, y no tenía otra pieza, ¿de dónde la iba a sacar?) -dijo Balilty-, y de repente me dice (estábamos hablando, entiéndelo, lleva su tiempo desmontar una tubería debajo de una pila; y vete tú a saber dónde está la avería), entonces me dice, así, mientras estaba trabajando: «Dime una cosa, ese tal Eli Bahar, el que trabaja contigo, ¿no está casado?». Y yo la miro y digo: «Casado, claro que está casado; y tiene dos hijos. ¿Qué pasa?, ¿es que te gusta?». Y se puso furiosa conmigo, no porque no le gustase, porque, si me lo preguntas, le gusta, precisamente por eso se puso furiosa, pero me dijo: «Qué estas diciendo, siempre piensas que estoy buscando». Y créeme, está buscando, lleva toda la vida buscando y no encuentra. ¡Exige mucho!, no sabes qué exigente es, como si fuese la princesa de Kamchatka. Fue la reina de su promoción, por lo que ella dice; sea como sea, ha llovido mucho desde entonces, créeme. «¿Entonces por qué lo preguntas?», le pregunto, y ella me mira desde arriba, yo estoy con la cabeza debajo de la pila, para que lo entiendas, y me dice: «Le vi en el café de Shimjá hace unos días, con una chica. Y Shimjá me dijo que no parecía gran cosa, que parecía una chica como cualquier otra; pero no era una chica como cualquier otra: Shimjá dijo que era una periodista importante y que la había visto una vez en la televisión. Al mirarla no parecía gran cosa, pero Shimjá dijo que, si no hubiera sido por ella, hace tiempo que habría quebrado y que, gracias a ella, empezó a irle bien en el café. Desde que hizo un reportaje sobre ella, la gente tiene que hacer cola por las noches. ¿Te acuerdas?, estuvimos allí una vez. Tiene unos pasteles de maíz que…