Michael resopló de forma burlona.
– ¿Preguntárselo a ella? -dijo Michael-. ¿Te has vuelto completamente loco? Estás hablando como…, como si aún no hubieras entendido nada. Tú mismo has visto lo que hace cuando alguien es amable con ella.
– Es mezquina, es cierto -murmuró Eli-, y es sólo el primer reportaje de una serie.
– Ni siquiera es mezquina -dijo Michael-, es una superviviente, así son los supervivientes. Ella hace su trabajo, cree que eso es lo que se le pide y se lanza a por ello con todas sus fuerzas, igual que nosotros. Hurga en la mierda… No importa, ella no me importa en absoluto -oyó cómo su voz se rompía-; no se trata de ella, se trata de ti. Y, a pesar de que eso no hará que las cosas sean más limpias, debo decirte que para mí…, desde mi punto de vista…; que siento esto, esto que ha pasado, como violencia, sencillamente violencia. Y me pregunto cómo he podido estar tan ciego como para no darme cuenta de que tú sientes eso y de que…
– ¿Eso? ¿Así de simple? -le interrumpió Eli-. ¿Desde cuándo eres tan simplista? Esa pregunta es tuya, ¿no? No eres tú quien siempre me explica que las personas no actúan movidas sólo por un motivo, y sobre todo cuando se trata de algo fuera de lo corriente. De hecho tú me explicas siempre…
– Sí -reconoció Michael-, es simplista, pero cuando te hieren, lo primero que haces es ser simplista. Lo primero que haces es preguntarte por qué te odian, por qué te han traicionado, por qué… Qué has hecho para merecer eso y cómo no has podido darte cuenta del abecé que… No importa… Sí importa, pero ahora no vamos a resolverlo. No sé lo que he hecho para que tú… -pero en su fuero interno sentía que sí lo sabía, y ese conocimiento, que era confuso y se negaba a expresarse en palabras, le aturdía y le avergonzaba y le exigía conocer el lado infantil de Eli Bahar y también su propia ceguera-. ¿De qué más hablaste con ella además de sobre mi vida amorosa? Quiero saber lo que aparecerá en los siguientes reportajes.
– Le conté -dijo Eli Bahar, y el sol iluminó por un instante unos mechones canosos de su pelo negro y rizado-, le conté la verdad sobre el árabe, que tú… Le dije que te enfadaste mucho con Balilty por… -su voz se apagó-. Pero no le dije quién, no dije «Balilty», no dije nombres, sólo…, sólo que tú no…
– ¿Pero de algún modo comprendió que se trataba de Balilty? -preguntó Michael con frialdad-. Estoy seguro de que de algún modo lo comprendió.
– Preguntó si fue alguien del Equipo especial de investigación -confesó Eli Bahar-, y yo dije… Creo que no contesté…
– ¿Grabó la conversación?
– ¿Te has vuelto loco? ¿Me tomas por un niño pequeño?
– Siempre lo graban todo, por seguridad -dijo Michael moviendo la cabeza-; como garantía, y para que si alguien protesta…
– Se lo dije -Eli se encendió-, esa fue mi condición, y ella estuvo todo el rato anotando lo que yo permitía que…
– El hecho de que no vieras una grabadora -le interrumpió Michael- no quiere decir que no la hubiese.
– Miré muy bien -insistió Eli Bahar-, vi que tenía el bolso a su lado, vacío.
– Pero ella lleva esas camisas tan grandes, hay sitio de sobra para…
– ¿Qué querías, que la cacheara? Y además, llevaba un jersey ajustado, negro, con escote -dijo Eli Bahar-. Hasta me puso ojitos, o eso me pareció: se estiró, me miró de reojo, me preguntó cómo era eso de que mi mujer y yo trabajáramos juntos, todo el rato juntos. No me lo tomé como algo personal. Pensé que era parte de…
– Pudiste al menos aprovechar la situación para sacarle algo -dijo Michael apenado y mirando el reloj.
– En el artículo hurga en la vida de todos -dijo Eli-, no creo que tenga ningún bombazo. Has visto lo que ha puesto: ni siquiera menciona a Abital por su nombre, sólo habla de un hombre casado que es uno de los sospechosos, que al parecer tenía un romance con Zahara Bashari, y que lo interrogamos y lo detuvimos. Le pregunté por eso y me dijo: «Me lo han dicho», pero no estaba dispuesta a dar detalles; y estoy seguro que eso es lo único que sabe.
Por un momento se hizo el silencio, y entonces Michael sintió la fuerza con que le latían las sienes y la sequedad de la garganta y la boca. Esa conversación no había servido de desahogo, no había producido ninguna sensación de alivio. Habría sido mejor que hubiese dicho algo sobre los celos de Eli, pero el aturdimiento no le permitió hablar de eso, y además podía imaginarse la voz de Eli, burlona y despectiva, diciéndole: «¡Yo! ¿Celoso yo? ¿Quién crees que soy? ¿Una mujer?»; o bien: «¿Quién te crees que eres?». Se desabrochó la correa del reloj, lo dejó enfrente de él, se frotó la muñeca y, en vez de preguntarle si estaba enfadado por su relación con Yair, porque comprendió que esa pregunta sería indiscreta, vergonzosa y humillante, se oyó a sí mismo, muy a su pesar, pedirle una explicación:
– Dime, ¿qué ha pasado realmente? Dime lo que… ¿Qué es lo que te he hecho?
Eli Bahar se encogió de hombros.
– ¿A mí? -dijo sorprendido y haciendo una mueca con la boca-. No me has hecho nada, no me has hecho nada en absoluto.
– Creía que podríamos hablar con toda franqueza, abiertamente -dijo Michael sin ocultar cierta crueldad en la voz. Volvió a ponerse el reloj, se metió el paquete de tabaco en el bolsillo de la camisa y echó la silla hacia atrás.
También Eli se levantó. Tenía las manos en los bolsillos del pantalón y parecía no tener nada más que decir. Michael le miró un instante en silencio y se dirigió hacia la puerta.
– ¿Crees que ya está? -soltó Eli-, ¿que ya hemos terminado?
Michael se detuvo y se dio la vuelta. Asombrado miró esa cara fina, cuyo tono oscuro estaba ahora descolorido, y las dos manchas que tenía en la piel, debajo de los ojos.
– ¿Tú te crees que en un rato, entre un asunto y otro, se puede arreglar todo? -murmuró Eli Bahar sin mirarle-. ¿Tú te crees que primero me puedes tratar como un cero a la izquierda, poner por delante a… ese niño y a mí… dejarme aparcado, y después venir y decirme «me siento herido», y palabras como «agresividad» y «traición», y que yo voy a ponerme de rodillas? Me has dejado de lado; bueno, pues estoy a un lado. ¿Qué te piensas, eh? ¿«Hablar con toda franqueza»? ¿Qué te piensas, eh? ¿Que me tienes en el bote?
– Eso es, esa es la cuestión -dijo Michael en voz baja-, por fin lo has soltado.
– ¡Eso no tiene nada que ver! -gritó Eli en un tono más fuerte que nunca-, ¡eso no tiene nada que ver! Sólo por casualidad…
– No hay casualidades -dijo Michael, y de repente se marcó en su cara algo diferente, incomprensible e inesperado; una especie de membrana cayó sobre sus ojos, que reflejaban angustia y también una profunda emoción, como si en el reproche de Eli hubiese oído también otra cosa, más importante y emocionante que todo lo que se había dicho hasta el momento. Y entonces, aturdido, como sin fuerzas, alargó el brazo, tocó ligeramente el hombro de Eli y se fue.
El pasillo no estaba vacío y sus pasos no eran los únicos que resonaban. Las puertas se abrían, los teléfonos sonaban y la gente pasaba corriendo a su lado. Alguien le cogió del brazo y otro dijo:
– ¿Qué tal, Ohayon? -al parecer se le notaba en la cara lo que había pasado en su despacho, pues en los ojos de Tzilla, que estaba fuera de la habitación pequeña con la mano en el picaporte, se apreciaba un temor inequívoco.
– ¿Qué ha pasado? -le preguntó cuando se acercó.
– Nada, nada fuera de lo normal -aseguró con un hilo de voz-. ¿Aún está ahí?
– No se ha movido -aseguró Tzilla-. Está con Yair, a Balilty no le he dejado… Dime, ¿qué ha pasado? ¿Te encuentras bien?