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– ¿Tuvo relaciones con Zahara? -volvió a preguntar Michael.

– Yo -Efraim Benesh se inclinó hacia delante y miró a Michael- no tengo…, no tenía nada contra esas personas, los Bashari. Pero tiene que entenderlo, son mujeres. Son cosas de mujeres. Al principio, cuando empezamos a vivir allí, teníamos una entrada común. Había un porche en la entrada de la casa con una ventana del lado de los Bashari. El primer día que llegamos nos saludaron muy amables, nos presentamos y todo eso. Nos estrechamos las manos, nos dieron la bienvenida. Pero unos días después empezaron los problemas. Uno nunca sabe cuál ha sido el desencadenante de todo. Mi mujer tendió la colada en el patio y Neimá Bashari se la tiró junto a la puerta. Ésa era su cuerda. Cómo lo íbamos a saber. No vino a hablar, tan sólo la tiró. Después arrojó cosas desde la ventana al porche de entrada, cáscaras, basura y… -permaneció un largo rato callado y embobado, como si ante sus ojos estuvieran pasando imágenes del pasado-. Si hubiera sido algo entre el señor Bashari y yo, créame, hace tiempo que todo se habría arreglado, pero una riña entre vecinos es una riña entre mujeres, y con Neimá Bashari no se podía hablar con lógica. ¿Ha notado usted que quiere echarnos a toda costa? No importa cómo, lo importante es que nos vayamos. Yo quería. Quería irme. Pero mi mujer… no quería ceder. Quería una guerra. A muerte. Darle un escarmiento. Como… -señaló con la cabeza hacia la ventana-, como con los árabes, lo mismo, como los colonos con los árabes, pero en este caso es un asunto de mujeres… Créame, señor Ohayon, una riña entre vecinos es una riña entre mujeres, créame.

– ¿Y los niños? -preguntó Michael, que quería que la conversación volviese a la pregunta con la que se había iniciado.

– Yoram nació cuando ya llevábamos muchos años viviendo aquí. Cuando ya habíamos perdido toda esperanza. Fue como un milagro -entonces sonrió y movió la cabeza-: uno piensa en un milagro y Dios se ríe en tu cara. Los invité a la circuncisión. Fui y hablé con el señor Bashari. Mi mujer no lo ha sabido nunca. Pensé…: es una buena oportunidad. Y no fueron. Nada. Ni enhorabuena, ni explicación alguna, ni una disculpa; después de tantos años viviendo allí sin…, y ellos… con sus cuatro…

– Pero, por lo que puedo entender, su hijo Yoram y Zahara Bashari de niños eran… -Michael no terminó la frase y la dejó resonando en el aire. Entonces Efraim Benesh se pasó la mano por los ojos, como queriendo borrar imágenes que le impedían abrirlos.

– Eran unos niños preciosos -dijo Efraim Benesh abriendo las manos, como compadeciéndose-, los dos eran tan guapos. También ella, Zahara. Yo… no tengo nada contra las comunidades mizrajíes, señor Ohayon, créame; si hubiera dependido de mí… Pero sus madres no dejaban… Primero las madres y luego todos, sus hermanos, su padre, y yo: ¿qué podía hacer yo? ¿Enfrentarme a todos? ¿Decir: «Dejadles, dejadles jugar juntos»? Ella además podría haber sido buena para él, haber sido una buena influencia. Pero su hermano los pilló juntos, eran muy pequeños, y se lió… Quiero decirle algo: precisamente por esa disputa, precisamente porque la madre de ella odiaba tanto a los padres de él, precisa mente por eso se enamoraron el uno del otro. Pero nosotros les es tropeamos todo. Yoram la quería, pero el odio era mayor que el amor. Qué podía hacer él si las familias… se odiaban tanto. Y Yoram es el niño de su madre, cómo iba a enfrentarse a ella. A Clara no había quien la hiciera cambiar de opinión; hasta con las cosas más insignificantes es así, y más aún con algo semejante, que su hijo fuera con la hija de… Yoram era el niño bonito de su madre… Hoy dicen que antes todo era distinto aquí, que todos eran pobres pero estaban unidos, que no había… Pero eso no es cierto, señor Ohayon, también antes había maldad. Todos eran pobres y todos inmigrantes y… no se dejaban vivir los unos a los otros, no se ayudaban… No sabe usted qué niño… tan guapo; era como su madre… Así era ella cuando la conocí en nuestra ciudad, igualita, con esos grandes ojos… -su voz se extinguió y miró a su alrededor como intentando comprender dónde se encontraba, hasta que se sobrepuso y apretó los labios.

– Pero, a pesar de todo, estaban enamorados y en contacto -recordó Michael-, usted los vio.

– Una vez lo vi todo con mis propios ojos, sólo una vez -dijo Efraim Benesh-, precisamente yo y no mi mujer, ni ninguna otra persona del mundo. Y no le dije nada a nadie. Ellos no sabían que yo lo sabía. Nadie en el mundo lo sabe, tampoco su madre. Nadie… Dios Santo, cada uno tiene el hijo que…

– ¿Cuándo fue? -insistió Michael.

– Hace… Yoram estaba en el servicio militar, ella aún no, creo. Él se ocupaba de los ordenadores, venía todos los días a casa. Un hijo único vuelve con su mamá. Y una vez… íbamos… Mi mujer quería que revisásemos las máscaras de gas, recibimos la notificación de que caducaban y había que revisarlas. Estaban en el refugio. El refugio era común. Fue… En la guerra del Golfo había… No importa, lo que pasó en la guerra del Golfo con… Al final aislamos una habitación dentro de casa. Pero allí, en el refugio, estaban las máscaras de gas, y yo bajé por la noche, no muy tarde, pero era noche cerrada, bajé al refugio a por las máscaras. La puerta estaba cerrada, con cerrojo. No encontré la llave. Hay una pequeña ventana, el refugio es medio subterráneo. Pensé… «Puede que sean ladrones…», me arrodillé y miré. Había un trapo en la ventana, pero tenía un pequeño agujero. Ellos habían puesto allí una tela, un retal. Miré por el agujero, había algo de luz; puede que una vela; se veía sin dificultad; vi… Estaban… juntos -Efraim Benesh entrelazó un dedo con otro como para que el movimiento describiese lo que había visto.

– ¿Y sólo aquella vez? -preguntó Michael.

– No vi nada más. Pero sé cosas -dijo Efraim Benesh.

– ¿Y era Zahara? -precisó Michael-. ¿Está seguro?

– Su cara estaba cerca de la luz, estaba desnuda, de cintura para arriba, la cara cerca de la luz. Ella no me vio, yo estaba a oscuras.

– ¿Y usted cree que han mantenido ese tipo de relación durante todos estos años?

– Por supuesto que sí. Durante todos estos años. Lo noto aquí -se pellizcó el brazo-, en las carnes lo noto. Siempre ha sido así. Precisamente por el odio se enamoraron. Nosotros le convertimos en un enfermo. No sé con exactitud dónde se veían, y hay…, hay cosas mucho más… Que yo no sé… Incluso con relación a Michelle. Se va a casar con ella. He conocido a sus padres y… ¿Ella no nota nada? Dígame, ¿cómo es posible que una mujer esté con un chico y no se dé cuenta de nada? ¿Se puede saber algo de alguien? Antes creía que de un hijo se podía saber…, pero, sólo si él quiere que sepas, sabes…

– O si se registra su cajón de los calcetines -recordó Michael.

– Créame -dijo Efraim Benesh mirándose las palmas de las manos; después se levantó un poco, sacó del bolsillo trasero el paquete de pañuelos de papel, cogió con cuidado un cuarto de pañuelo, se secó la cara con él y después las palmas de las manos-, ojalá no hubiera tenido que registrarlo, ojalá no hubiera tenido que saber lo que sé. Dios mío, sólo pienso en su madre, ella no…, sencillamente no se lo va a creer.

– ¿Qué no se va a creer? -preguntó Michael.

Efraim Benesh señaló la libreta de piel que estaba en la mesa cerca de Michael.

– Dios santo -dijo moviendo la cabeza-, cuánto le he dado a ese niño, cuánto he caminado con él y cuánto he hablado; y zoológico y cursos de kárate y ordenador, de los primeros que hubo aquí; de todo… Pero eso no sirve de nada, señor Ohayon, créame. Nunca se sabe… Cuando el ambiente está lleno de odio, ¿qué puede crecer ahí?