Выбрать главу

– De momento no hemos encontrado nada -dijo Michael, y dirigió la oreja hacia el pasillo-. Creo que ha llegado el médico, señor Benesh -dijo en tono tranquilizador-. Pero debe decirme toda la verdad, ¿cree usted que Yoram ha abandonado el país?

Efraim Benesh le miró abatido.

– Cómo voy yo a saberlo -murmuró-, estaba aquí ayer por la noche. Y esta mañana, antes de salir, no comprobé si él y Michelle estaban en la habitación. Puede ser que… Ya se lo he dicho, no lo sé.

La puerta de entrada se cerró de golpe, unos pasos se acercaban, un objeto pesado cayó en el pasillo y, con las voces que entraban de fondo -«¿Has traído la camilla?», gritó una. «Espera a que el médico termine», dijo otra-, Michael se acercó a Efraim Benesh, se inclinó y le miró a los ojos.

– Ya nos hemos dado cuenta de que usted conoce a su hijo, usted es el único que de verdad sabe cómo funciona su hijo -le dijo Michael-. Y ahora le pregunto: ¿es posible que, según usted, a pesar de todas las promesas y amenazas, haya abandonado el país con su prometida, con Michelle? Después de lo que ha pasado -señaló con la cabeza hacia el pasillo-, de verdad es conveniente que no sigamos ocultando nada, porque no hay ninguna razón para ello.

Efraim Benesh movió la cabeza de un lado a otro, miró a su alrededor como si fuera a encontrar una respuesta en el armario abierto y después extendió los brazos.

– Dios santo -dijo, y se calló un instante antes de añadir-: Puede ser que sí. A Estados Unidos. Con Michelle. Dios sabe lo que le habrá contado. Pero está usted en lo cierto. Ya no hay ninguna razón.

– Espere aquí, el médico vendrá enseguida a hablar con usted -le informó Michael, y después se fue rápidamente a la cocina a llamar por teléfono desde allí. En la pared, junto al frigorífico, había un teléfono del mismo color. Michael intentó tres veces contactar con Balilty y tres veces oyó la respuesta grabada: «El teléfono al que llama no está disponible». Por tanto llamó a Tzilla que, nada más oír su voz, le reprendió:

– Dime, ¿por qué no contestas al beeper? Llevo media hora intentando… -él debía conseguir que dejara de gritar, informarle de lo que había que hacer y acallar sus quejas («¿Cómo que controles?», dijo Tzilla perdiendo la paciencia. «¿De dónde voy a sacar efectivos para eso? Basta con el aeropuerto. Hablaré con Balilty, ya veremos lo que se puede hacer») antes de que ella le dijera-: Llevo media hora intentando localizarte: la niña se ha despertado, ha abierto los ojos y está consciente, pero no está dispuesta a hablar. No habla con nadie y Einat se está volviendo loca. No suelta ni una palabra. He pensado que sólo tú…

– Ahora no -le dijo Michael, y miró a Eli, que estaba en la entrada de la cocina-, ahora no, dentro de un rato me paso por ahí, y tú no te muevas de tu sitio y no hagas caso a ideas e iniciativas brillantes.

– Los de criminalística están aquí, y también el médico -dijo Eli cuando Michael colgó el teléfono-, quieren hablar contigo y con el marido. También querrían hablar con el hijo, pero no hay hijo, ¿no? Ese tal Yoram ha desaparecido, no se ha quedado a esperar la prueba de ADN, ha desaparecido y ha matado a su madre -Michael salió de la cocina y él le siguió-. Hay muchas formas de matar -murmuró Eli cuando estaban de nuevo en la entrada del dormitorio, mirando al médico, que estaba examinando el cuerpo de Clara Benesh-, muchas formas, créeme. Se puede matar a alguien sin tocarle. Eso es lo que Balilty te diría. Te apuesto a que ese chico ya está fuera de nuestras aguas territoriales.

En silencio observaban al médico, que se echó a un lado, y ellos también se apartaron hacia la ventana para dejar sitio libre a los camilleros. En silencio miraban a Jaffa, de criminalística, que estaba metiendo todo lo de los cajones en una bolsa de plástico negra, y a Alón, que no paraba de hacerle fotos al cadáver, desde la derecha, desde la izquierda y desde arriba; al gancho de hierro; a la escalera.

– Es una lástima que la hayáis movido -dijo Alón, e inmediatamente se mordió los labios-. Pero seguro que pensasteis que aún se podía hacer algo -no apartaba los ojos del visor de la cámara-; seguro que teníais la esperanza de poderla bajar y hacerle el boca a boca o algo así.

– No -dijo Eli-, ya no tenía nada de pulso, la nuca estaba rota, hasta yo puedo darme cuenta de algo así; pero no se puede dejar a una persona así, colgada.

Alón hizo unas cuantas fotografías más, rompiendo el silencio con el sonido de la cámara, y después bostezó.

– Vale, yo ya he terminado, podéis sacarla de aquí -dijo Alón, y los dos jóvenes con batas blancas dejaron la camilla sobre la cama.

Se oyeron unos pies arrastrándose, era Efraim Benesh, que entró en la habitación y se tapó los ojos cuando dejaron el cuerpo de su esposa en la camilla y la levantaron.

– El médico dice que murió enseguida, sin…, sin… -dijo Efraim Benesh mirando a su alrededor-. Y su hijo no está aquí, ni siquiera lo sabe. El médico me ha puesto una inyección -añadió con voz cansada, y se tumbó a un lado de la cama-. No sé qué… No sé qué hacer -dijo, poniéndose de lado y estirando las piernas-. Dios santo, ¿qué te he hecho yo para que me hagas esto? ¿Qué? -dijo, se puso en posición fetal y de repente se calló. Su cuerpo se relajó y su respiración se volvió rítmica.

– Se ha dormido -dijo Eli mirando a Michael con una expresión confusa- ¿Qué vamos a hacer? No podemos dejarle solo según está, se despertará y… ¿Hay alguien a quien podamos llamar? ¿Alguien de la familia o de…?

– No hay nadie, por lo que yo sé -dijo Michael pensando en voz alta-. No tienen relación con los vecinos y los dos trabajaban juntos, no tiene ni siquiera una secretaria.

– ¿No se dijo algo de un cuñado? ¿O una cuñada? -Eli se esforzaba por recordar-. ¿De que estuvieron en una celebración familiar? Al menos hay que informar… Ocuparse de… Voy a llamar a Tzilla -dijo al final-, ella sabrá lo que hay que hacer -y al instante marcó en el móvil que tenía en la mano.

Sin prestar atención, mientras observaba el gran cuerpo de Efraim Benesh en posición fetal y la cara tapada con los brazos, oyó las frases entrecortadas de Eli -«No tenemos ni idea…» «¿Cuánto tiempo?» «Lo más deprisa que puedas»-, y se preguntó a quién llamarían para que se quedase junto a su cama cuando necesitara vigilancia, y cuando ya no fuera necesaria, y quién se encargaría de los trámites del funeral. En su imaginación veía a su hijo Yuval tapándose la cara y llorando. Y en ese dormitorio se llenó de tristeza y de compasión por Yuval y también por sí mismo y, cuando cerró los ojos, vio el rostro de Ada.

– Le llevará unos minutos -dijo Eli-, ella ya tiene en la cabeza a quién hay que informar, pero quiere que vayas a Har Hatzofim, al hospital. Ya no tienes nada que hacer aquí. Llévate el coche, yo la esperaré aquí. Es más importante ahora que estés allí.

Al pasar delante de la casa que acababa de comprar y que tenía olvidada durante los últimos días, se le vino a la cabeza el nuevo tono de voz de Eli Bahar, un tono autoritario y tranquilo del que había desaparecido la amargura, como una pústula que ha sido pinchada y secada y ya no duele.