– Entonces, ¿cuál es la situación? -preguntó Shorer, volviéndose primero hacia Michael y luego hacia Nahari.
– Tenemos que ser muy claros -dijo Nahari-. Yo sugiero que despejemos un par de interrogantes básicos y luego convoquemos al equipo de Ohayon. Ohayon puede ir directamente a Abu Kabir, tal vez acompañado de Levy, y luego los resultados nos demostrarán que todo esto es una tormenta en un vaso de agua y que falleció a causa de la enfermedad.
– ¿Quién muere de neumonía en estos tiempos? -preguntó Shorer, cerrando la carpeta-. Quizá fue un diagnóstico equivocado. Hay montones de virus. Hasta que recibamos el informe de la autopsia no podemos hacer gran cosa; aunque sí habrá que hablar otra vez con la auxiliar… ¿Cómo se llama?
– Simjá Malul -dijo Majluf Levy.
– ¿Tenía algún tipo de relación con Osnat Harel?
– La vio por primera vez en la enfermería ese mismo día. Antes no se conocían -explicó Majluf Levy, y añadió después de reflexionar un instante-: Y no me dio la impresión de que tuviéramos entre manos un suicidio. La difunta era la secretaria del kibbutz y su habitación estaba llena de proyectos para el futuro, de notas, ideas, y además hablé con la gente. Nadie me comentó que se hubieran producido cambios en los últimos tiempos, aunque, por otro lado, nadie sabía nada de su relación con Meroz.
– ¿No lo sabían o no se lo contaron? -murmuró Nahari.
– No me contaron que lo supieran -al decir esto, Majluf Levy sonrió por primera vez en la reunión, y esa sonrisa le dio un aire más joven y menos vulnerable. Ahora se parecía otra vez al tío Jacques. Michael tuvo la impresión de que Majluf Levy estaba reponiéndose y volviendo a pisar terreno firme, y de que, cuando dejara de sentirse agraviado, sería posible trabajar con él. De hecho, Michael ya no dudaba que iba a ser un miembro útil en su equipo.
– En un kibbutz no hay secretos -comentó Nahari, mirando en torno suyo en busca de asentimiento.
– Eso se sobreentiende -dijo Majluf Levy pausadamente, en tono filosófico-. Y lo cierto es que en ningún lado hay secretos cuando se indaga a fondo. Ni siquiera en un rascacielos de una gran ciudad hay secretos. La cuestión es cuánto tiempo se tarda en descubrirlos -concluyó, dándole vueltas al anillo de oro de su meñique.
– Lo que quería decir era que cuánto tiempo se puede mantener en secreto una relación así en un kibbutz. Es un tema que conozco, porque yo también fui miembro de un kibbutz en mis tiempos. Basta con ir de visita a la lavandería; y lo que no te cuenten en la lavandería te lo contarán en el taller de costura, y si en el taller de costura no están al tanto de algo, lo cual es difícil -afirmó Nahari, girando los ojos-, la enfermera del kibbutz lo sabrá. Un par de charlas con la enfermera y uno sabrá todo lo que haya que saber.
– En este caso no ha sido así -replicó Majluf Levy, y Michael se preguntó si realmente había resonado un grito de victoria en su voz o se lo había imaginado él.
– Sólo hay que saber cómo preguntar -insistió Nahari.
– Usted me disculpará -protestó Majluf Levy-, pero en este caso la enfermera no está interesada en ocultar nada. En primer lugar, quiere dejar su trabajo. Lleva mucho tiempo planeándolo y ya sólo está a la espera de que encuentren quien la sustituya. Y aunque demostró su voluntad de cooperar, no pudo revelarme nada. Por otro lado, sólo pretende quedar libre de sospecha. Y, para mí, no es sospechosa. No tiene móviles. La difunta era una persona muy activa, secretaria del kibbutz y viuda de guerra, de la guerra del Líbano, pero, aparte de eso, no corre ningún rumor sobre ella. A pesar de que era una belleza espectacular, o al menos eso dicen todos.
– ¿Y dónde conoció a Meroz? -inquirió Shmerling.
– Según tengo entendido, se criaron juntos, los dos fueron acogidos de pequeños en el kibbutz, de manera que se conocían desde hacía mucho -explicó Majluf Levy- Ella nació en la región de Tel Aviv, de padre desconocido y con una madre de oscura reputación, pero eso ahora no tiene importancia; y el parlamentario fue a parar al kibbutz después de la muerte de su padre, y lo abandonó…
– Está bien, está bien, ahora no nos interesa todo eso -lo atajó Nahari impaciente-. Ya nos enteraremos más adelante de los detalles, por boca de la enfermera. Hemos decidido que Ohayon vaya a Abu Kabir y que, a partir de ahora, trabajarán juntos en el caso, ¿de acuerdo?
– Sí, ése es el resumen -dijo Shorer-. Michael, ¿no tienes nada que decir?
Michael hizo un gesto afirmativo.
– No hay ningún problema -dijo-, ningún problema -repitió, como convenciéndose a sí mismo.
– Entonces, ¿cuál es el problema? -preguntó Shorer, y una sonrisa asomó apenas a la comisura de sus labios.
Michael Ohayon recogió sus papeles y las llaves del coche y le devolvió la sonrisa sin decir nada.
Shorer le dio alcance en el amplio pasillo. Hizo un ademán con las minúsculas gafas en la mano y luego se las guardó en el bolsillo.
– Oye, tengo que preguntarte una cosa -le dijo a Michael.
Michael suspiró. Había adivinado la pregunta.
– Sí -le dijo a Shorer-, lo he visto.
– ¿Has visto cómo se parece a él? -preguntó Shorer-. Creía que me estaba volviendo loco -luego le puso la mano en el brazo-. Yo estaba muy unido a él, a tu tío. Él te quería mucho -dijo dando media vuelta para irse-. Nunca te lo había dicho, pero siempre estaba hablando de ti, mucho antes de que nos presentara.
– En realidad -dijo Michael para sí-, no se parece a él, qué va. Sólo la sonrisa.
6
– ¿Así que ahora estás en la UNIGD? -preguntó con admiración la secretaria del director del Instituto de Medicina Forense-. ¿Y ya te han nombrado superintendente jefe? Es una pena que no lleves uniforme, te sentaría bien -dijo con afectación mientras llamaba al director tocando un timbre.
– Muy buenos días tenga usted -dijo el director saliendo de su despacho-. ¿Cómo se encuentra su señoría? Tenemos algo que comunicarte.
– ¿Habéis terminado? -preguntó Michael.
– Claro que hemos terminado -repuso el doctor Hirsh-, pero vamos a llamar a André Kestenbaum, ha sido él quien ha practicado la autopsia.
– ¿Pretendes mantenerme en vilo? -dijo Michael-. ¿De qué se trata?, ¿de una especie de ejercicio pedagógico?
– ¿Café? -preguntó Hirsh.
– Primero quiero saber si tengo entre manos un caso policial -dijo Michael-, y nunca he trabajado con André Kestenbaum. Creo que ni siquiera lo reconocería.
– Nunca has trabajado con él porque en Jerusalén no hay distritos agrícolas, y Kestenbaum es un experto en agricultura. Ya lo verás. No sé por qué estás tan tenso -luego Hirsh sonrió y dijo-: ¿Es tu primer caso con la UNIGD? ¿Qué cargo tienes?, ¿jefe de sección? Hasta el día de hoy sigo sin comprender cómo tienen estructuradas las cosas, cómo funciona exactamente.
– No hay nada que comprender. Sí, soy jefe de sección, y si quieres saber algo, pregúntaselo a Nahari, que viene por aquí un día sí y otro no -dijo Michael, mientras tomaba asiento y estiraba las piernas.
– Bueno, ya sabes cómo son las cosas, nosotros estamos aquí con los cadáveres -dijo Hirsh sonriendo-, lejos de los problemas reales. Y lo bueno de los muertos es que no hablan. Pero las personas hablan por los codos y ahora que eres jefe de sección podrías habernos mandado a alguien en tu lugar. Tienes doce personas a tus órdenes… ¿Cómo es que nos honras con tu presencia?
– No sabía que os hubiera llegado el rumor -dijo Michael sonriente.