– Surge ahora problema -prosiguió Kestenbaum- de si niño muerto por shock anafiláctico a la penicilina. Y este diagnóstico es trabajo de médico forense, es decir, preparar el informe diciendo si ha sido shock o no.
Llegado a este punto, Kestenbaum respiró hondo, giró la cabeza y le comunicó a la esquina del escritorio:
– Ahora sólo explicaré pequeños detalles, pero he escrito todo un libro sobre este tema.
– Sí, sí, lo recuerdo -dijo Michael asintiendo con la cabeza.
El forense volvió a bajar los ojos modestamente y continuó:
– Recibo llamada de fiscal de distrito para acudir a lugar de los hechos, porque como ya estoy explicando, no trasladamos cadáver a Instituto de Medicina Forense en primer lugar, porque traslado puede causar muchas consecuencias. Luego -el forense se enderezó haciendo un ademán con la mano que sujetaba un cigarrillo-, yo… la historia… -titubeó-, ahora voy a contar historia verdadera: digo a fiscal que, según lo que sé, aquel niño muerto treinta minutos después de inyección de penicilina, por eso es cien por cien seguro que no hay shock anafiláctico, ¡porque shock anafiláctico ocurre pocos minutos después de inyección! La muerte tiene que deberse a neumonía o lo que sea, pero no a inyección de penicilina. Puesto que muerte sucede en institución pública, fiscal decide que sólo médico forense puede hacer examen. Y yo fui a hacer autopsia.
La grabadora emitió un zumbido y el forense tomó aliento.
– Fui a hacer autopsia en marco de clínica pública donde murió. No encontré indicios de shock anafiláctico por penicilina. No encontré indicios de violencia que puedan explicar muerte, ahora bien… -Michael reprimió una sonrisa; la curiosa combinación de expresiones hechas como «ahora bien» y de burdos errores y otras peculiaridades conferían un carácter inimitablemente excéntrico a la manera de hablar de Kestenbaum, delatando el hecho de que el hebreo no era ni llegaría a ser su lengua-. Ahora bien -prosiguió Kestenbaum, convencido de que estaba hablando en hebreo con la mayor fluidez-, en contenido de estómago encontré restos de chocolate en etapa inicial de digestión. Entre otras muestras, entre muchas cosas tomadas para análisis -dijo distraídamente, como si no valiera la pena molestar a su interlocutor con pormenores científicos que no iba a comprender-, tomé también muestras de contenido de estómago, porque pensé desde mismo principio que chocolate de estómago quizá comprado en el campo, y sé que en esos lugares hay muchos ratones entre la comida y dan instrucciones de matar ratones con pesticidas, y pensé que quizá ratones habían paseado sobre polvo pesticida y luego dejado restos en chocolate. Quizá, quizá, quizá -la incertidumbre aumentaba con cada quizá, a la vez que se acentuaba la expectación-, niño muerto por ese motivo.
Al oír un par de veces la grabación, Michael percibió en aquel triple «quizá» toda la gama de sentimientos que tan bien conocía por su propia experiencia profesional. Todo estaba allí: el anhelo de que aquello fuera una solución, o al menos una pista, la satisfacción de haber tenido una intuición, la voluntad de seguir cualquier pista por insignificante que fuera y, por encima de todo, la habitual mezcla de desbordante orgullo y de la inevitable incertidumbre que acecha al orgullo. Una incertidumbre que no deriva de la falsa modestia, sino de las dudas que toda persona alberga sobre sus propias intuiciones, de la incapacidad de creer que de ellas aflorará la verdad… todo eso daba a entender aquel «quizá, quizá, quizá». La entonación con que fue repetida la palabra alcanzó una especie de clímax musical tras el que Kestenbaum pareció llamarse al orden y retomó su tono habitual.
Volvió a bajar la vista hacia el escritorio y prosiguió su relato.
– Las pruebas toxicológicas realizadas día después de autopsia demostraron que chocolate contenía pesticida por nombre paratión. Paratión es sustancia organofosforada. Un gramo de paratión puede provocar muerte de cinco personas de peso sesenta kilos mínimo. Un niño de esa edad, tres años, muere a causa de pocos miligramos. En cuanto supe que pesticida paratión era motivo de muerte, fui a lugar de los hechos, inmediatamente, antes de que entierren cadáver -y, en este punto, comentó que «en el extranjero, entierran a muertos dos días mínimo, o tres, después de muerte». Michael asintió.
– Pregunté a madre dónde comprado chocolate en cuestión. Eran fiestas cristianas, y es en fiestas cuando compran chocolate para niños. No digo a nadie más que a fiscal investigando caso cuáles son mis sospechas. Madre dice que antigua novia de ex marido mandó chocolate por correo, en paquete con muchos dulces, medio kilo máximo, y me da dirección. Me cuenta que ex marido estuvo con esta mujer juntos dos años, eran de mismo pueblo, y un domingo, en baile popular celebrado en casino del pueblo, ahora llamado Palacio de Juventud y Cultura, marido deja de pronto a novia y va a bailar con actual esposa, y le dice bajito al oído: «¿Quieres casarte conmigo?; semana próxima tengo que casarme con esa mujer, pero no quiero a ella, te quiero a ti». Ella dijo que sí y se casaron día programado para boda con otra mujer. Ese día otra mujer se fue de pueblo, deshonrada, marchándose a vivir lejos. Fruto de matrimonio, actual hijo, ahora difunto.
El doctor Kestenbaum se recostó en la silla y respiró hondo. Luego se inclinó hacia delante para continuar hablando. Michael estaba hechizado, hipnotizado, tan atrapado en la historia como un niño, igual que Yuval cuando muy de vez en cuando le contaba una historia verdaderamente truculenta y el chaval contenía el aliento, no sólo por miedo -Michael le cogía la mano en el oscuro dormitorio-, sino por el suspense.
– Desde boda, no tenían contacto con primera novia. Antes de un año de muerte de niño, el marido también abandona a mujer, se va a la ciudad, donde actualmente reside con mujer diez años mayor que él. Trabajo en la ciudad: conductor de autobús. Esta tercera mujer, desde punto de vista económico, muy bien situada. Al recibir paquete para hijo de primera novia, ella, la madre, piensa que primera novia todavía enamorada de marido y que por eso manda paquete para marido. Yo, en calidad de médico forense y detective, exijo inmediatamente restos de paquete y ella me da cajita de cartón conteniendo dos barquillos en forma de triángulo, por nombre Delta, y tres barritas de chocolate, por nombre Ran.
– ¿Ron? -preguntó Michael.
– Sí, sí, Ran -repitió Kestenbaum-. Y seis dulces con celofán que se cuelgan de pino.
– ¿Del abeto, quiere decir?
– Eso, de árbol de Navidad -explicó Kestenbaum, e inició de nuevo un canturreo, primero suave y luego in crescendo-. Cajita tapada con papel muy fino, de color amarillo, hoy fabrican ese papel de color blanco, quizá diez años antes veo por última vez ese papel amarillo. En paquete escrito nombre de expedidora, ¿remitente, se dice? -Michael hizo un gesto afirmativo-. Es decir, nombre escrito allí. Esa misma noche llamo a la puerta de remitente y ella me sorprende diciendo que no envió paquete y que durante más de tres años lleva sin contacto con pueblo, y especialmente con esa familia, que odia a muerte -esta última palabra fue pronunciada con todo el veneno con que debió de ser dicha originalmente.
»Después de interrogatorio de más de tres horas, llego a la conclusión de que ella no mandó paquete. Volví esa misma noche -hizo una mueca a modo de sonrisa que dejó al descubierto sus dientes, y se corrigió-: Esa misma mañana -y otra mueca fue seguida de la versión definitiva-: La misma noche-mañana volví a ver a la madre y le pedí dirección de su marido. El marido era conductor de autobús en ciudad exacta la misma donde yo trabajo. A la casa de esta persona fui ese mismo día. Ya sabe de muerte de su hijo, está demasiado afectado para responder nuestras preguntas. Por favor, que volvamos después de entierro. Después de unos días consigo orden de registro para su casa. Vamos allí, interrogamos a marido y a amante. No, ellos no enviaron paquete ninguno, no saben nada de eso, él sólo paga la pensión de hijo y esposa durante más de un año ya y, aparte, no manda nada. Después de realizar registro, encuentro mismo papel exacto que ya no se fabrica, lo encuentro allí, en un cuarto pequeño… -llegado a este punto, Kestenbaum respiró hondo, aplastó la colilla de su cigarrillo, encendiendo otro, y, de pronto, dirigió una mirada penetrante a Michael y preguntó-: ¿Usted nacido aquí mismo o en el extranjero?