– Sí, la Intifada -repitió el inspector Levy-. Gira a la izquierda… y ahora aparca -le indicó a la vez que alisaba una arruga invisible de sus pantalones de uniforme.
Michael observó al hombre que se levantó para saludarlos cuando entraron en la oficina. En su rostro bronceado había una expresión de angustia.
– ¿Les apetece beber algo? ¿Un café? ¿Una bebida fría? -preguntó, mirando a Majluf Levy, a quien ya conocía.
– Algo frío -dijo Levy, y miró a Michael, que asintió sin dejar de observar al hombre que los había recibido y ahora, con movimientos precisos, les servía zumo de una jarra de plástico sacada de la pequeña nevera que había en un rincón.
– ¿Dónde están los demás? -preguntó Majluf Levy-. También queremos hablar con la familia.
– Sí, ya se lo he dicho. Vendrán enseguida -prometió el hombre.
Y entonces Levy se acordó de decir:
– Éste es el superintendente jefe Michael Ohayon, de la Unidad Nacional para la Investigación de Grandes Delitos; es el director del EEI.
– ¿EEI?
– Equipo Especial de Investigación. Han traído refuerzos porque… es igual. Y éste -continuó volviéndose hacia Michael- es Moshe Ayal, el director general del kibbutz. Todo el mundo lo llama Moish -añadió con una sonrisa.
Y Michael estrechó la mano que le tendían. Luego Moish se encaminó a la mesa, cubierta de montones de papeles, tomó asiento suspirando y señaló las dos sillas que tenía enfrente.
– Siéntense -dijo con voz apagada. Y volviéndose hacia Majluf Levy-: ¿Y qué es esa unidad para la investigación de grandes delitos? ¿No forma parte de su equipo?
Majluf Levy respondió negativamente chascando la lengua.
– Están en Pétaj Tikvá -añadió, frunciendo los labios con desdén.
– La UNIGD es una unidad que investiga casos de ostensible interés público -explicó Michael, y el adjetivo «ostensible» le sonó a Nahari.
– ¿Ah, sí? -dijo Moish-. ¿Qué interés público? ¿Y quién dice que hay que realizar una investigación? -la segunda pregunta fue pronunciada con evidente deje de inquietud.
– El interés público deriva de la implicación del parlamentario Aarón Meroz -respondió Michael lentamente-; por lo que se refiere a la investigación, es el procedimiento habitual siempre que tiene lugar una muerte por causas no naturales, y, en este caso, a la luz de los resultados del examen forense, no habría que descartar ninguna posibilidad.
– No me había dicho nada de eso -exclamó Moish asustado, dirigiéndose a Majluf Levy-. ¿A qué posibilidades se refiere?
– No podía saberlo antes de la autopsia -se excusó Levy-. Y no hemos recibido los resultados definitivos hasta esta misma mañana.
– Ahora pensamos -terció Michael- que hay diversas posibilidades para explicar… la muerte de Osnat Harel. La primera explicación, la más sencilla, es que haya sido un accidente, pero, como verá enseguida, es extremadamente improbable. Otra posibilidad es el suicidio. Pero también hemos de tener en cuenta la posibilidad de que haya sido un asesinato.
– ¿Un asesinato? Pero ¿cómo un asesinato? -siseó Moish-. ¿Dónde? ¿Un asesinato… aquí? ¿Osnat? Díganme una cosa -como era de prever, la cólera comenzaba a aflorar a su voz-, ¿tienen idea de lo que significa la palabra «kibbutz»? -y, sin esperar a que le respondieran, afirmó-: No tienen ni idea de lo que están hablando. Pueden descartar de entrada el asesinato. Aquí nunca se ha cometido un asesinato ¡y nunca se cometerá ninguno! -con mano trémula, desplazó un papel que había en la esquina de la mesa-. Es imposible, así de sencillo. No lo entiendo, pero ¿de qué… murió Osnat? ¿Qué han descubierto en la autopsia? -terminó por decir a voz en grito, al ver que ninguno de los dos le respondía de inmediato.
Michael trató de poner un tono tranquilizador para decir calmadamente:
– De envenenamiento por paratión.
Majluf Levy abrió la boca pasmado y miró de hito en hito a Michael, que esquivó su mirada.
– ¡Menuda idea! -masculló Levy sin dirigirse a nadie en concreto-. ¿Cómo se lo has podido decir así? -protestó alarmado, enjugándose la frente.
Moish sepultó el rostro en las manos. Cuando alzó la cabeza, su tez se había demudado. Se llevó la mano al estómago.
– Discúlpenme un instante -dijo. Se levantó a toda prisa, se inclinó sobre un maletín de cuero marrón que había entre su silla y la ventana, y, sacando de él un gran frasco, pegó un trago de un líquido blanco que le dejó manchados los bordes de los labios. Luego volvió a decir-: Perdonen un instante, un instante -y salió de la habitación.
– ¿Por qué le has contado lo del paratión? ¿Y ahora cómo vamos a pasarlo por el detector de mentiras? -se quejó Majluf Levy.
– Ya te lo explicaré luego -respondió Michael-. Pero no olvides que esto es un kibbutz, no hay otra manera de abrir una brecha para llegar a ellos.
Del aseo contiguo les llegó el sonido de gargarismos y toses.
– Está vomitando -anunció Majluf Levy. Michael guardaba silencio-. Entonces ¿se lo vas a contar todo? -preguntó Levy alarmado-. ¿Por qué? ¿Es que no es sospechoso? ¿Sabes qué van a decir en el Instituto? ¡Y Nahari! Pero ¿qué mosca te ha picado? ¡No entiendo nada!
Michael continuó callado, la vista fija en la mesa.
Moish regresó con el semblante pálido, grisáceo, y las manos, que colocó sobre la mesa, temblorosas. Pero dominó por completo la voz para decir:
– Explíquenmelo, no lo comprendo.
– Las pruebas han descartado la posibilidad de una alergia a la penicilina, y en el examen forense se ha descubierto una cantidad letal de paratión en su sangre y en el contenido del estómago. Es indudable que el paratión fue el causante de la muerte. Y puesto que la difunta no se dedicaba a las labores agrícolas ni a fumigar, y la posibilidad de que haya sido un accidente es poco realista, sólo cabe pensar en una muerte por causas no naturales: asesinato o suicidio. Eso es lo que hemos venido a investigar -explicó Michael.
– Están locos -murmuró Moish, y añadió con voz ahogada-: Osnat no se ha suicidado. ¿Por qué se iba a suicidar? ¿Y cómo consiguió el paratión?, eso es lo que me gustaría saber… Además, ¿cómo podía estar enterada de sus efectos? -preguntó desesperado, como si estuviera tratando de explicar algo para lo que no había explicación. Luego repitió-: Siento decírselo, pero están ustedes locos.
Majluf Levy bajó la vista y empezó a dar vueltas a su anillo de oro, gesto que Michael ya reconocía como un intento de disimular la inquietud o el aturdimiento. Moish se volvió hacia Michael con expresión interrogante. Sus ojos claros estaban humedecidos y resaltaban en su semblante pálido. Las manos le temblaban incontrolablemente, por lo que entrelazó firmemente los dedos.
Michael permaneció largo rato en silencio.
– No ha sido el Instituto de Medicina Forense el que se ha inventado el paratión -dijo Majluf Levy-. Si no hubiera estado allí, no lo habrían encontrado.
– ¿Comprende qué es lo que me están diciendo? -preguntó Moish, dirigiendo una mirada implorante a Michael.
Michael asintió.
– Cómo no lo voy a comprender -dijo al cabo-, pero no está en mi mano cambiar los hechos. Y a pesar del dolor y del miedo, también usted querrá saber lo que ha sucedido, supongo yo.
– Todavía no consigo hacerme a la idea de que Osnat se nos ha ido, un mes después de que muriera mi padre, para colmo. ¿Qué se cree, que soy de acero? ¿Por qué me lo ha soltado así?
Michael no dijo nada. Qué sentido tenía, pensaba, explicarle que la manera de decírselo era indiferente, porque el pánico que había hecho presa en Moish derivaba de los hechos. No tenía sentido.
– Vamos a analizar, en primer lugar, la posibilidad menos inquietante -dijo Michael-, que haya sido un suicidio.
– ¿Quién dice que es menos inquietante? -dijo Moish amargamente-. Tal vez para usted, pero no para mí. Yo me he criado con Osnat. Es como mi hermana -y se corrigió-: Era.