– ¿Cómo? ¿Es que todavía no duermen con sus padres? -preguntó Majluf Levy sorprendido.
Moish hizo un gesto negativo.
– No, todavía no.
– Qué curioso -comentó Majluf Levy-, aquí no están escasos de fondos, y los demás kibbutzim de la zona ya han…
– Sí, somos los últimos -lo atajó Moish-. Y para Osnat era una verdadera obsesión. La noche antes de que… de que muriera, hablamos precisamente de eso. Además, él -dijo mirando a Majluf Levy- ya ha hecho un registro. Lo puso todo patas arriba. ¿Y qué encontró? Nada. Salvo un montón de cartas de otros tiempos.
– ¿Qué posición ocupaba en el kibbutz? -preguntó Michael.
– ¿Por qué me lo pregunta? Ya les he dicho que era la secretaria del kibbutz. Una posición estupenda. Todos la querían.
– ¿Todos? -preguntó Michael.
– Todos -afirmó Moish tajante-. Todos, se lo aseguro -repitió con aplomo; luego puso las manos sobre la mesa y la sombra de una duda asomó a su voz-: Bueno, ya saben, siempre hay…
– ¿Qué es lo que hay siempre? -preguntó Michael.
– Cosas. Envidias, cosas así.
– ¿Envidias de qué?
– Bueno, Osnat era muy guapa y había muchos que andaban detrás de ella, pero Osnat era una persona de principios, y cuidaba muy bien a sus hijos. Recuerdo que cuando construimos las habitaciones y Osnat fue de las primeras en mudarse a ellas, circularon muchos rumores…
– ¿Quién le tenía envidia, en concreto? -preguntó Michael.
Moish lo miró horrorizado.
– ¿Adónde quiere ir a parar? No estoy hablando de nada raro, son cosas que pasan en todos los kibbutzim. ¿Qué está pensando, que…?
– ¿Cuándo la vio por última vez? -preguntó Michael.
– El lunes por la mañana, antes de que se la llevaran a la enfermería. Me pasé a verla porque sabía que estaba enferma, y siempre había sido dada a despreocuparse de los problemas de salud, a no cuidarse, a no comer si estaba ocupada. Así que me pasé a verla por la mañana y la encontré muy débil, y la obligué a ir a ver al médico, a Eli Reimer, y luego tuve que marcharme a toda prisa porque tenía cosas que hacer, y después… -se le quebró la voz-, después ya fue demasiado tarde.
– Y cuando habló con ella por la mañana, ¿la vio bien?
– ¿Cómo que si la vi bien? Estaba muy enferma, pero no inconsciente ni nada semejante. Sí, la vi bien.
– ¿Quién más sabía que estaba enferma?
– Supongo que lo sabía todo el mundo, porque el domingo por la noche Dvorka, su suegra, me comunicó que estaba enferma y que no podría asistir al seminario de Guivat Aviva, por lo que fuimos al comedor a buscar a alguien que pudiera sustituirla. Y en la oficina también lo sabían. Debía de saberlo todo el mundo.
– ¿Y quién sabía que estaba en la enfermería? -preguntó Michael, haciendo hincapié en todas las palabras.
Moish se detuvo a pensar un instante antes de responder:
– Debía de saberlo mucha gente, porque durante la comida se estuvo comentando. Eli Reimer, el médico, pasó por el comedor de camino al hospital. Yo lo sabía, y Dvorka, y muchos otros. Pero ¿por qué? ¿Por qué lo pregunta?
Michael no dijo nada.
– Esta conversación es un despropósito -protestó Moish, y escondió el rostro entre las manos.
– ¿En qué momento se puso enferma? -preguntó Michael.
– Creo que ya tenía fiebre el sábado por la noche. En la sijá comentó que tenía frío, y, créame, a pesar del aire acondicionado, en el comedor hacía calor. Creo que ya estaba enferma.
– ¿Con qué personas tenía confianza? ¿Con quién podemos hablar? -preguntó Michael.
– Eso me lo tiene que explicar usted -dijo Moish a través de sus dedos-. ¿A qué se refiere con tener confianza?
– A sus amigas, amigas íntimas. Ya sabe cómo son las mujeres. Siempre tienen alguna amiga íntima a la que confían sus problemas.
Moish se retiró las manos de la cara y se enjugó los ojos.
– No sé -dijo desconcertado.
– ¿Alguna amiga íntima? -insistió Michael.
– Aquí no existen esas cosas -respondió Moish al fin, todavía con expresión de desconcierto.
– ¿Cómo que no existen esas cosas? ¿En general, o por lo que se refería a Osnat?
– Aquí no existen esas cosas -repitió Moish tras echar una mirada en derredor-. Trabajamos juntos, vivimos juntos y nos enteramos de todo lo que concierne a los demás, pero no nos dedicamos a hacernos confidencias. Hay personas con las que te sientas a la misma mesa en el comedor, o en las reuniones, pero no hay… -hizo una pausa para reflexionar, como si estuviera revisando conceptos básicos- no hay ese tipo de amistades de las que habla usted.
– Bien, entonces, ¿quién iba a visitarla, a tomar un café, ese tipo de cosas?
Moish parecía perplejo, como si lo estuvieran obligando a pensar en algo que nunca se había detenido a considerar.
– En fin, hay algunas… ¿cómo lo podría expresar?… pandillas, personas con las que trabajas codo con codo, o con las que has coincidido aquí o allá, en un grupo de estudio, por ejemplo, pero la gente no dedica mucho tiempo a visitarse, y Osnat era una persona ocupada, a la que iba a ver todo tipo de gente, también debido al cargo que ocupaba -después, como para sí, continuó-: Aquí se puede uno sentir solo, no digo que no. Hay personas en cuyas habitaciones no he estado nunca -luego se justificó-: Como ya he dicho antes, hay grupitos, pandillas, que se reúnen por las tardes. Y, aparte de eso, una vez que te casas y tienes hijos, les dedicas a ellos todas las tardes, y luego los acuestas, y, para cuando has terminado, suponiendo por ejemplo que tengas tres hijos, que es el promedio aquí, para entonces ya han dado las ocho y tienes que ir a cenar al comedor, o bien cenas en tu habitación. Y luego siempre hay cosas que hacer, como asistir a reuniones, actividades culturales, yo qué sé… -su voz se fue apagando.
– ¿De manera que hay personas que nunca se van a ver a sus respectivas casas? ¿Que nunca van de visita ni nada de eso? -preguntó Majluf Levy asombrado.
– Bueno, sí que van a ver a los demás, para preguntarles algo, pongamos por caso, y se quedan un rato, cómo no, pero si hablamos de la gente mayor, o de los solteros, qué va… No es como en la ciudad. Supongo.
– Pero si alguien quiere comentar algún problema personal, el que sea, una crisis matrimonial, digamos, algo que presumiblemente también ocurrirá aquí -dijo Michael, y Moish asintió-, ¿a quién se dirige esa persona? ¿Con quién habla?
– Ahora que lo dice -repuso Moish con creciente turbación-, no sé qué responderle. Hablan con Dvorka, o a veces conmigo, o con alguna otra persona. Acuden a la enfermera, yo qué sé. Cuando éramos jóvenes solíamos ir a contarle nuestros problemas a la enfermera del kibbutz. También hay un psicólogo, pero no vive en el kibbutz, no sé… -su voz se extinguió, aunque al final añadió-: Pero nadie tiene secretos para nadie.
– ¿Cómo es posible? -preguntó Michael-. ¿Cómo se enteran? ¿Quiere decir que todo el mundo ve lo que está sucediendo o qué?
– No sé cómo es posible. Mediante los chismorreos, quizá. La gente vive hombro con hombro, lo ven todo, se conocen desde que eran pequeños, lo saben todo.
– ¿Así que no sabe con quién tenía confianza? ¿Aparte de con usted o con su familia? -volvió a preguntar Michael.
Moish hizo un enérgico gesto negativo y luego dijo:
– Es que Osnat era particularmente reservada. Resultaba difícil conocerla. Nunca hablaba de sí misma.
– Estupendo -dijo Michael para sí. Y luego le preguntó a Moish-: Entonces, ¿con quién debemos hablar aparte de con la familia?
– Bueno, hay personas dedicadas a la enseñanza que trabajaban con ella. Puedo facilitarles sus nombres, sin problemas, pueden preguntarme todo lo que quieran. Les contaré todo lo que sé, no tengo nada que ocultar.
– Muy bien, en ese caso, antes de que hablemos con la familia, quizá podría decirme si tenía enemigos -dijo Michael-, y antes de indignarse, hágame el favor de pensarlo -añadió cuando Moish despegaba los labios para protestar.