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– Mucho cuidado con ella, aguas mansas.

Y Avigail había entornado los ojos, esbozando una sonrisita sarcástica.

– Es algo relacionado con la auxiliar de enfermería -adelantó Michael.

Avigail se retiró el flequillo de la frente, se mordió el labio superior y dijo en voz baja y titubeante, escogiendo las palabras con cuidado:

– Resulta que sí salió de la enfermería, debió de estar fuera unos veinte minutos.

– ¿Cuándo? -preguntó Nahari poniéndose rígido.

– A la hora de comer, sobre la una y media. Salvo eso, todo ocurrió tal como nos lo había contado.

– ¿Puedes explicarlo con mayor detalle? -solicitó Benny.

– Lo importante es eso -replicó Avigail, sujetándose el codo derecho con la otra mano-. Os he dicho lo que es relevante.

Michael dejó el cigarrillo en el cenicero de cristal y dijo con una suavidad que ni él mismo sabía de dónde procedía:

– No es necesario que escuchemos la cinta, pero tenemos una transcripción del interrogatorio aquí mismo, en la página cuatro; del interrogatorio que le ha hecho Avigail a Simjá Malul y de su declaración firmada. Aquí están todos los detalles pero, en todo caso, podrías ampliárnoslos un poco, contarnos qué paso, explicarnos esas cosas que no quedan reflejadas por escrito.

Avigail enroscó sus finos dedos en torno al vaso de plástico vacío.

– ¿Qué puedo contar? -dijo reticente-. Está todo escrito. Vive en Kiriat Malaji y lleva algún tiempo trabajando en la enfermería del kibbutz. Están contentos con ella. Se dedica principalmente a cuidar ancianos, porque en la enfermería siempre hay al menos un paciente geriátrico, por lo visto tienen un problema con la gente de edad -tragó saliva-. Pero eso no hace al caso, la cuestión es que hablé con ella, hicimos buenas migas, y lo que descubrí fue que después de que le pusieran la inyección a Osnat, sobre la una y media, Simjá Malul fue a consultar una cosa a la secretaría del kibbutz; no sabía que Osnat era la secretaria de asuntos internos -explicó, y Michael se dio cuenta de que, por encima de todo, Avigail pretendía proteger a Simjá Malul de alguna oscura amenaza.

– ¿Para qué fue a la secretaría? -preguntó-. Y, ya que estamos en ello, ¿por qué no has mencionado el motivo en tu informe?

– Para arreglar un asunto -repuso Avigail con un aire distraído que no engañó a Michael.

– ¿Para arreglar qué? -insistió, sintiendo una impaciencia creciente; ahora se reprochaba no haber hablado con Avigail antes de la reunión.

Avigail callaba revolviéndose inquieta en su asiento.

– ¿Para arreglar qué? -repitió Nahari como un eco-. ¿Qué asunto la llevó a la secretaría?

Fijó los ojos en Avigail, que se mordió los labios y después descargó como una metralleta:

– Tiene seis hijos y el menor le está dando problemas. Quería solicitar que lo admitieran en el kibbutz.

– ¿Qué problemas? -preguntó Michael-. No puedes expurgar los hechos. Tenemos que formarnos una idea de conjunto antes de decidir qué es importante y qué no lo es, qué es relevante o irrelevante para el caso.

Mientras hablaba, Michael notó que Nahari miraba a Avigail con desconfianza, hasta que al fin estalló impaciente:

– Vamos, suéltalo ya, ¿qué es lo que te preocupa? ¿A quién estás tratando de proteger?

Avigail no perdió la calma. Se cruzó de brazos, cubriéndose los codos con ambas manos, y empezó a hablar en tono inexpresivo:

– Ya que insistís, os voy a contar toda la historia, la historia que tanto me costó sonsacarle y que le prometí no contar a nadie.

– Eso ya lo hemos oído otras veces; hacer promesas no nos cuesta nada -dijo Nahari, y sacó un puro largo y grueso del cajón de su mesa y empezó a quitarle la funda de celofán sin apartar la vista de Avigail.

– Su hijo menor tiene doce años y, por lo visto, ha empezado a jugar con las drogas, por eso Simjá Malul quiere alejarlo del barrio -Avigail continuó con la mirada fija en la pared-: ¿Qué tiene de raro? Tendríais que ver su casa, atestada de gente, y a ese marido suyo que se pasa el día holgazaneando, y cómo ella lo mantiene todo limpio y ordenado… Es una mujer muy sencilla, pero llena de fuerza. La dignidad es lo único a lo que puede agarrarse.

Nahari suspiró.

– Lo que estás diciendo -intervino Michael- es que abandonó un rato la enfermería para ir a secretaría, ¿no es eso? -Avigail asintió con la cabeza-. ¿Y no sabe cuánto tiempo estuvo fuera exactamente?

– Me dio a entender que unos veinte minutos, o un cuarto de hora. Se quedó esperando un momento en la secretaría. Está en la otra punta del kibbutz, según dice. Probablemente tú lo sabrás mejor, yo no he estado allí. Y dice que fue corriendo, pero no creo yo que corra muy deprisa, ya no es ninguna niña.

– ¡Menuda historia! -comentó Benny, acariciándose la calva-. ¡Menuda historia! Media hora sería tiempo de sobra.

– ¿Es posible que ella encontrara el paratión? -preguntó Nahari.

– No, se lo pregunté -dijo Avigail con aplomo-; se lo pregunté varias veces. Lo que sí me dijo es que había dejado un plato de compota en la enfermería y que no lo encontró a su regreso. Conseguí sonsacárselo después de muchas horas de conversación.

– ¿Compota? ¿Formaba parte del menú del día? -preguntó Nahari poniéndose muy tieso-. ¿O se la llevó alguien?

– También se lo pregunté -le aseguró Avigail-; no lo sabía. Pero me dijo que, por lo general, los ancianos y demás pacientes suelen tomar comida especial, la misma que sirven en el comedor a quienes están a régimen -se enderezó-. ¿Qué más da? ¿Ha habido otros casos de envenenamiento en el kibbutz?

– No, que nosotros sepamos -repuso Michael-, pero habrá que verificarlo.

– Si los hubiera habido lo sabríais -afirmó Avigail-. Creo que podemos descartar esa posibilidad. Más bien podría haber sido algo que le pusieron a ese plato de compota en concreto.

– ¿Qué más? -preguntó Michael, y amplió la pregunta cuando Avigail lo miró interrogante-: ¿Qué más diferencias advirtió a su regreso?

– Ah, las puertas estaban cerradas. Pero eso está en el informe.

– ¿Qué puertas? -inquirió Nahari.

Las puertas plegables entre las habitaciones contiguas -explicó Avigail-. No me hago una idea precisa, porque no conozco el lugar.

Michael hojeó la documentación y masculló que faltaba un plano del kibbutz. Luego sacó la servilleta de papel de debajo del sándwich que aún no había tenido oportunidad de probar y, con el lápiz amarillo que Nahari tenía delante, dibujó un plano aproximado de la enfermería.

– Y Simjá Malul me juró por la vida de sus hijos que ella no las había cerrado.

– ¿Dónde había ido a parar el plato de compota? -preguntó Benny.

– No lo encontró -repuso Avigail con un encogimiento de hombros-, pero tampoco lo buscó, porque estaba ocupada con Osnat, que empezó a vomitar en cuanto ella llegó. Pero eso ya lo sabemos -tras un breve silencio, añadió-: Y tuvo que ponerse a limpiar.

– ¿Y no vio a nadie saliendo de la enfermería? -preguntó Nahari.

– Un respeto, por favor, ¿crees que no os habría dicho algo así?

– Hay otras cosas que no nos has dicho -señaló Nahari dando vueltas entre los dedos al grueso puro.

Sarit exhaló un largo suspiro que le salió de muy dentro y dijo:

– Así que todo estaba limpio, sin restos de paratión ni de compota, y además no vio a nadie.

– Maravilloso -dijo Nahari, y miró a Michael de una manera que le hizo preguntarse de nuevo si todo aquello no sería una trampa.

Al entregarle la documentación en la reunión de jefes de sección de Grandes Delitos, Nahari le había dicho: «Ahora que Uri está en el extranjero, y todos los demás jefes de sección tienen otros casos entre manos, creo que tú eres el hombre adecuado». Y Michael no pudo menos de sospechar que aquello era una maniobra para ponerlo en apuros. «Estarán esperando que metas la pata», le había advertido Shorer. La UNIGD, Unidad Nacional para la Investigación de Grandes Delitos, la «joya de la corona», como la había llamado su antiguo jefe al presentarle las alternativas de ascenso a su disposición, era «harina de otro costal», según él mismo se había dicho al tratar de explicarse lo ajeno que se sentía a su nuevo entorno.