Выбрать главу

– Antes deberías preguntarme si estoy de acuerdo, ¿no te parece?

– ¿Por qué no ibas a estar de acuerdo? -preguntó Michael.

– Porque no dejé la enfermería y me vine aquí para volver a ser enfermera otra vez -replicó Avigail, mirando el cristal de la mesa y borrando de él una mancha invisible con el dedo.

– No hay nada que discutir -zanjó Nahari con ademán decidido-. Da igual que estés o no estés de acuerdo. Nos encontraríamos metidos en un segundo Watergate si llegara a salir a la luz. ¿Una policía introducida clandestinamente en un kibbutz? ¿Quién sería el loco que lo autorizaría? -y tras una breve pausa-: Yo no, desde luego. No voy a dar la cara por eso. No esperes que te respalde. Mi respuesta es no. Y el comisario jefe… -dejó la frase inacabada y sonrió. Sólo las comisuras de su boca se movieron, revelando una dentadura blanca y regular.

– Pero ¿cómo? -preguntó Majluf Levy con voz ronca-. ¿Cómo?

– En lugar de la enfermera Rickie, que va a dejar su puesto -explicó Benny-. Quiere dejarlo, ¿no te acuerdas?

– ¿Te vas a empeñar entonces en meterla en el ajo? -dijo Nahari.

– Aún no lo sé -respondió Michael-, habrá que ver cómo se van desarrollando los acontecimientos. Pero un par de cosas las tengo muy claras: la primera es que no lograremos descubrir nada si no tenemos a alguien trabajando desde dentro; y la segunda es que tenemos que encontrar el frasco y posponer tanto como sea posible el alboroto en el kibbutz.

– ¿No te parece que antes podríamos pinchar unos cuantos teléfonos? ¿No se te había ocurrido? -preguntó Nahari.

– Imposible -repuso Michael quedamente-. Tienen una centralita automática; habría que pinchar todos los teléfonos del kibbutz, y hay uno en cada habitación. Es imposible. Lo he verificado, no funcionaría.

Nahari se echó hacia atrás, recostándose en el negro cuero de imitación de su sillón, se cruzó de brazos y dijo:

– No voy a darte permiso. Puedes solicitarlo al jefe del DIC, claro está. Adelante, hazlo. Si él está dispuesto a asumir la responsabilidad de lo que pueda suceder, yo no pondré impedimentos. Pero te digo desde ahora que tengo la intención de dejar constancia de que opino que es un plan que se volverá en contra nuestra.

Para Michael aquello era un claro desafío, significaba que la competición se había hecho pública.

Sonó el teléfono y Nahari se inclinó para cogerlo del suelo y lo colocó al borde de la mesa. Al propio tiempo, llamó la atención de Michael con un ademán y, antes de hablar por el auricular, le advirtió:

– Por escrito. Quiero ver el permiso por escrito, para que luego no se pueda poner en duda lo que ha dicho cada cual -después refunfuñó por el teléfono-: Que esperen un momento, enseguida acabamos -y, volviéndose hacia Michael, preguntó-: ¿Cómo quieres hacerlo? ¿Uno por uno? ¿Todos juntos? Están aquí, todas las personas a quienes has convocado. ¿Cuánto tiempo te queda antes de salir hacia tu cita con Meroz en Jerusalén?

– Han llegado pronto -repuso Michael consultando su reloj-. Estupendo, así nos conceden más tiempo -y, tras una breve reflexión, dijo en tono autoritario-: Quiero que pasen todos a mi despacho, y te invito a hablar con ellos si quieres estar presente.

– Gracias -dijo Nahari-, pero tengo otras cosas que hacer. Este caso no es el gran acontecimiento de mi vida, ¿sabes? Sabrás arreglártelas tú solo.

Ya con la mano en el picaporte, Michael dijo:

– Avigail, quédate aquí hasta que hayan pasado a mi despacho. Y vosotros, Sarit y Benny, venid conmigo. No te preocupes añadió volviéndose hacia Nahari-, no lo haré sin haber recibido autorización.

– Eso habrá que verlo -replicó Nahari en tono amenazante, y, poniéndose en pie, se estiró.

– ¿Y yo qué? -preguntó Majluf Levy-. ¿Dónde encajo yo?

Nahari hizo como si no le hubiera oído. Michael, azarado, consultó su reloj y luego dijo:

– Tú también puedes venir conmigo, pero también puedes marcharte a Asquelón si te necesitan allí.

– Voy contigo -dijo Majluf Levy con aplomo-. Nunca se sabe cómo se van a desarrollar los acontecimientos.

9

Mientras describía los hechos con voz queda y contenida, Michael escudriñaba los rostros de sus oyentes, tomando nota de los sutiles cambios en el color de la piel y de los movimientos corporales. Después de haber anunciado que «el suicidio quedaba descartado por razones técnicas», pasó a explicar la necesidad de mantener la confidencialidad. Luego les pidió que colaborasen en la búsqueda del frasco de paratión, todavía hablando con tranquilidad y cuidándose de no revelar ninguna emoción, de evitar el dramatismo. Nadie dijo nada salvo Rickie, la enfermera, que profirió un grito ahogado, y nadie planteó objeciones. Moish estaba encorvado en su silla y Shlomit tiraba rítmica y ansiosamente de su rizado cabello. Su hermano, Yoav, no movía un músculo y Dvorka no cesaba de retorcerse los dedos. Sólo Yoyo parecía haber asimilado todo; después de revolverse y de estirar sus largas y delgadas piernas, posó las manos en los brazos de su silla y dijo:

– Sigo sin comprender qué se espera de nosotros. ¿Qué suelen hacer en otros casos? ¿A qué viene tanto sigilo?

– Con permiso -intervino de pronto Majluf Levy, que no había despegado los labios hasta entonces. Hizo un ademán en dirección a Michael y luego se volvió hacia el pequeño grupo sentado en semicírculo frente a la mesa-. Permítanme que se lo explique -dijo en tono paciente- Les guste o no, la cuestión es que en su kibbutz anda suelto un asesino.

Dvorka se estremeció, Moish bajó los ojos y Michael comprendió repentinamente que tanta circunspección y reticencia habían estado fuera de lugar, que lo que hacía falta era un tratamiento de choque, y se preguntó por qué era incapaz de hablar con la brutal franqueza de Majluf Levy, quien había hecho aflorar el miedo a los rostros de sus interlocutores. El miedo que había estado allí desde el principio en espera del momento de mostrarse y que Levy había sacado a luz gracias a sus palabras directas y espontáneas.

– Esto es muy distinto de un simple robo -continuó- y de los casos que he investigado en otros kibbutzim donde había voluntarios implicados en asuntos de drogas. Estamos hablando de un asesino a sangre fría, un envenenador, que en este mismo momento se pasea libremente por su kibbutz.

– Puede que sea alguien de fuera -apuntó Yoyo tímidamente.

– Ojalá sea así -dijo Levy-, ojalá lo sea. Pero a juzgar por lo que sabemos de momento -prosiguió en tono seguro-, no parece probable que alguien de fuera pueda haber sabido dónde estaba el frasco de paratión que pertenecía a… al padre de este señor. De manera que no ha podido ser alguien de fuera, a no ser que trajera consigo el paratión. Lo siento, pero sería un milagro que hubiera sido alguien de fuera -se quedó mirando a la concurrencia con dramatismo y luego fue pasando la vista de uno a otro, mirándolos intensamente a los ojos. El rostro de Majluf Levy irradiaba una fuerza que antes no tenía y se veía que era consciente de su poder. Ciertamente, era la persona adecuada para hablar con ellos en aquel momento-. Hay entre ustedes un asesino despiadado y aún no sabemos qué motivos tenía. Ni siquiera sabemos si ha dado por terminada su espeluznante labor. Porque aún no conocemos suficientemente bien a la víctima. Pero, como se suele decir, no tendría sentido esconder la cabeza debajo del ala. Lo que tienen ustedes que hacer es, en primer lugar, enfrentarse a los hechos, y, en segundo lugar, comprender que, si quieren descubrir a este asesino, tendrán que ayudarnos a encontrar el frasco de paratión. Ustedes están en su casa, pueden entrar en todas las habitaciones, fisgonear, ver qué está pasando… antes de que revelemos a todos los miembros del kibbutz el asunto del paratión -alzó la voz-: ¿Y quién sabe? Puede que ustedes tengan éxito donde nosotros hemos fracasado. ¡Hay cosas que saben mejor que nosotros aun sin saber que las saben! Dentro de un momento, vamos a hablar con ustedes por separado, para plantearles las preguntas que les ayudarán a descubrir esas cosas que no saben que saben… pero, aparte de eso, es fundamental que comprendan -bajó la voz hasta un susurro, como si hubiera alguien escuchando detrás de la puerta- que es vital mantenerlo en secreto y encontrar el veneno enseguida. Para que podamos atrapar a la persona en cuestión antes de que vuelva a actuar.