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– Fue Srulke quien lo trajo al kibbutz -respondió Michael.

– A cada cual lo suyo -dijo Benny sin sonreír-. ¿De qué fechas hablamos?

– Del año cuarenta y seis -dijo Michael-, Tenían seis años, y nunca sabremos cómo llegaron a separar a los gemelos ni si realmente fue él quien, tal como lo asegura, lo exigió.

– Tampoco está claro cómo sobrevivieron a la guerra -dijo Sarit.

– Hay muchas cosas que no están claras -terció Nahari-, pero una sí lo está: hace un año él la buscó y la internó en una clínica que cuesta diez mil shékels al mes.

– Sin que se enterase nadie del kibbutz -dijo Sarit.

– Nadie sabía siquiera que tenía una hermana -se maravilló Benny-. Durante tantísimos años nadie supo que tenía una hermana.

– Me parece que pensaban que tenía una hermana que había muerto -explicó Michael- a la vez que el resto de su familia, y que se había quedado solo.

– Diez mil shékels al mes -masculló Nahari-. ¡Así es el ser humano!

– ¿Y por qué en lugar de eso no la llevó al kibbutz? Allí la habrían cuidado -dijo Sarit-. No lo comprendo.

Michael Ohayon respiró hondo.

– Vamos a ver -dijo, mirando el relumbrante cristal que cubría la gran mesa-. Voy a contaros algo personal, que quizá os ayude a comprenderlo a él -en la habitación se hizo el silencio. Todos lo miraron expectantes-. ¿Qué edad tenía yo cuando llegué a este país? Tres años. Tres tiernos años. ¿Qué puede comprender un niño de tres años? ¿Qué puede recordar? ¿Quién sabe? Pero hay algo que recuerdo muy bien -alzó la vista y vio a Nahari mirándolo con expresión seria y concentrada, sin atisbo de ironía-. Recuerdo que durante todos esos años me atormentaba el deseo de ser como los demás: un israelí, un sabra. Habría dado lo que fuera para que nadie se enterase de que no había nacido aquí. Siempre pensamos que éste es un problema específico de los judíos nacidos en países árabes, de los marroquíes. Pero en realidad sabemos muy bien que los llegados de Polonia o de otros lugares comparten ese deseo, ese problema.

Con pulso firme, Michael encendió un cigarrillo. Exhaló el humo y miró a Sarit antes de proseguir, y ella bajó la mirada.

– Es el deseo de borrar el pasado, de integrarse en lo que en los primeros tiempos del Estado se denominaba el «crisol». Pero si reflexionamos un poco sobre lo que le ocurre a una persona a quien meten en un crisol, veremos que lo que ocurre es que se quema… o, al menos, es una de las cosas que le ocurren -Nahari suspiró, sin alterar su expresión de intensa atención-. Es fácil imaginar lo que puede sucederle a un niño de seis o siete años a quien dejan en la casa infantil de un kibbutz, un niño que tiene una hermana, una hermana que se ha vuelto loca durante la Diáspora, durante el Holocausto. La tiene a ella y a nadie más en el mundo. ¿Qué creéis que hará para sobrevivir? Pensad en Yoyo, en ese nombre suyo, ¿desde cuándo a un niño polaco se le llama Yoyo? Ni siquiera es un nombre israelí, es un nombre marroquí, y ni a los marroquíes les hace sentirse orgullosos. ¿Cómo pudo permitir que le pusieran ese apodo?

– La cuestión de los apodos que usan en los kibbutzim es fascinante -dijo Nahari-. Cómo se originan, ese tipo de cosas; se podría escribir un libro sobre el tema. Yo mismo os podría contar muchas cosas al respecto, pero continúa, continúa -y volvió a apoyar la barbilla en la mano.

– Pensad en él, un niño extranjero y huérfano que quiere crearse una buena imagen en el kibbutz. Se educa allí, lucha en el ejército, viste pantalones cortos y sandalias, lo ponen a cargo de la cosecha de algodón, hace todo lo que tiene que hacer, se casa con una chica del kibbutz…

– Su mujer está esperando fuera -intervino Sarit-. Es una kibbutznik de pura cepa.

– Sí, ¿lo veis? -dijo Michael-. Una kibbutznik con pedigrí. ¿Qué esperabais? ¿Que le contara lo de su hermana loca? Acabo de verla. Es como un gran vegetal. Ni habla ni se mueve.

Hay que darle de comer, lavarla, hacérselo todo. A veces la tienen que alimentar por goteo.

– ¿Y qué le ha pasado a él de pronto? -preguntó Benny-. ¿Cómo es que después de tantos años empieza a preocuparse de ella y la ingresa en una clínica privada?

– Ni él mismo sabe explicarlo. Creo que la edad es un factor a tener en cuenta. Según dice, sin ella se quedaría sin pasado.

– ¿Y por qué no lo contó en el kibbutz para que le echaran una mano? -preguntó Sarit-. Lo habrían ayudado, ¿o no?

– ¿Para que se enterasen de que la había dejado abandonada durante todos estos años? Sólo lo sabía Srulke, Yoyo me ha explicado que sólo él estaba al tanto. Y, por lo visto, Srulke era una persona seria, reservada. No se lo contó a nadie y nunca le daba recuerdos a Yoyo de parte de su hermana. Nada de nada. Y si Yoyo no podía contárselo ni a su mujer, no digamos ya al resto del kibbutz.

– Pero ¿en qué estaría pensando? -dijo Sarit con voz agitada-. ¿Que iba a mantenerla allí sin que nadie se enterase, pagando diez mil shékels al mes? ¿Cómo podía pensar eso?

– Lo que pensaba es lo siguiente -dijo Nahari, pronunciando clara y fríamente cada palabra-: que quedándose una minúscula parte -lo demostró con los dedos sobre el puro-, una minúscula parte del millón y medio de dólares que le dieran los suizos, podría ingresar a su hermana en una buena clínica. Eso es lo que pensaba.

– Y el único problema fue que Osnat lo descubrió.

– Vamos a repasarlo otra vez -dijo Nahari, extendiendo ante sí los papeles.

– He transcrito todas las conversaciones de las cintas, no falta nada -dijo Sarit-. No sé cómo lo he conseguido, he trabajado como una loca -Michael la miró y le sonrió. Sarit se ruborizó.

– Bien hecho -dijo Nahari, echando un vistazo a las páginas escritas a máquina-. Su verdadero nombre es Elhanan, Elhanan Birenbaum, sólo Dios sabe cómo pudo convertirse en Yoyo. Se cambió el apellido a Eshel. Así que tu teoría parece correcta -dijo volviéndose hacia Michael, quien sólo entonces se sintió avergonzado por haber revelado algo que le parecía muy íntimo. «Es echar margaritas a puercos», solía decir Fela, su ex suegra, cuando le describía a su hija el largo y muy personal proceso de preparación de su pescado relleno-. Según lo que pone aquí, todo sucedió por casualidad -dijo Nahari-. De acuerdo con lo que le has sonsacado, lo que sucedió fue que recibió de los suizos un millón y medio, no, más de un millón y medio de dólares, dice aquí, para sacar al kibbutz del apuro del hundimiento de las acciones. Con ese dinero, deduciéndole la pequeña porción que hemos descubierto en la cuenta corriente, compró bonos del Estado, de los que no presentan riesgos pero tampoco ofrecen grandes beneficios.

– Pero ¿cómo había logrado hacerse con la fórmula? -preguntó Benny impaciente.

– Aquí está todo por escrito -dijo Michael-. También hemos recurrido al químico del Instituto Forense. Yoyo se había licenciado en química, y luego estudió ingeniería agrícola en Rejovot. Consiguió la fórmula a través de Dave. A Dave no se le ocurrió sospechar de él y se lo explicó todo en detalle. Y además tenía las llaves de la caja fuerte; estamos hablando de un hombre que tenía acceso a todo y que sabía interpretar los datos. Sabía leer la fórmula. Tenían un contacto en Suiza, un hombre que les había ayudado a montar la fábrica en su día. Los suizos no paraban de hacerles ofertas tentadoras. Pero ahora no vamos a detenernos en eso. En este momento no nos sobra tiempo para ponernos a comentar el espionaje industrial.

– Me sigue admirando que hayas descubierto todo tan deprisa -le dijo Sarit.

El bochorno y la tensión generales fueron palpables hasta que Nahari dijo en tono reservado:

– Sí, ha sido una actuación impresionante. Pero para eso estás aquí. En esta unidad no admitimos a cualquiera.

Michael carraspeó.

– También ha sido cuestión de suerte -dijo al cabo-. No lo digo por hacerme el modesto, el hecho es que he tenido mucha suerte. Sobre todo en lo relacionado con el agente de bolsa. En las cuentas bancadas no descubrimos ninguna irregularidad. Entonces me acordé de aquel agente de bolsa al que habíamos interrogado hace un par de meses, ¿te acuerdas? -le preguntó a Nahari, y éste asintió-. Así que fui a buscarlo para que me pusiera al tanto de los procedimientos para vender acciones y ese tipo de cosas.