– Hiciste un estudio en profundidad del tema -dijo Nahari con abierta ironía-. Te has hecho un experto en operaciones de bolsa.
Michael se recostó en su silla. El respaldo de madera crujió. Estiró las piernas y, al ver que Sarit se volvía hacia él, echó un vistazo bajo la mesa y dijo: «Perdón». Los dos se ruborizaron.
– Creía que era la pata de la mesa -se disculpó.
Nahari inclinó la cabeza y dijo con sonrisa burlona:
– Había oído decir que eras un auténtico rompecorazones. ¿Es así como lo haces? ¿De tapadillo bajo las mesas? -fue el único que se rió de su gracia.
– Quizá debería volver a recordaros que su principal objetivo era salvar al kibbutz del desastre al que lo había abocado debido al hundimiento de las acciones que tanto afectó a todo el movimiento. Necesitaba un millón y medio de dólares. Y se lo sacó a los suizos. Sin contárselo a nadie, compró bonos del Estado con ese dinero. Luego dijo en el kibbutz que se había retirado de la bolsa antes del hundimiento. Me ha dicho que no quería que supieran que había tenido ese patinazo, y que no tenía tiempo de solicitar permiso para vender la fórmula, sabiendo, además, que no se lo concederían.
– Sí, esa declaración ya la tenemos firmada -dijo Nahari, señalando con un dedo corto y pulcro el papel que tenía delante-. Estamos esperando que nos cuentes la historia con el agente de bolsa -le recordó a Michael.
– Yo había hablado con este agente hacía un par de meses, cuando lo detuvieron por otro motivo. Ayer volví a verlo y él me puso en contacto con un colega, que resultó conocer a Osnat. De hecho, la conocía desde hacía tiempo y en su día le había tirado los tejos. Como veréis en las transcripciones, Osnat también lo descubrió todo por casualidad. Este tipo que la había cortejado en su momento la llamó por teléfono y le dijo que quería verla. Cuando acudió a la cita, él le dijo algo así como: «¡No sabía que te habías hecho rica!».
– Y luego, con esa información, ella se enfrentó a Yoyo -dijo Nahari.
– Sí. Habló con él después de ver la magnitud de las cifras en juego.
– No he llegado a comprender lo del dinero mientras transcribía los interrogatorios. Los números no se me dan bien -dijo Sarit con coquetería.
– ¿Qué hay que entender aquí? -le espetó Nahari agresivamente-. Tanto Yoyo como Osnat estaban autorizados para firmar cheques en nombre del kibbutz. Él compró los bonos por iniciativa propia, falsificando la firma de ella. Luego ingresó el dinero que se apropió en una cuenta abierta a nombre de Osnat, y así la implicó en el asunto. ¿Qué es lo que hay que entender?
– Y el resto del interrogatorio, esa parte donde explica cómo ella lo acorraló… -dijo Sarit a la concurrencia en general.
– Es una manera de expresarlo -dijo Michael, volviendo a echar un vistazo a los papeles.
– Osnat quería que Yoyo se confesara ante Moish y ante todo el mundo -dijo Benny-, pero no sabía que se había embolsado una parte del dinero; era una idea que no le cabía en la cabeza. ¡Hasta dónde puede llegar la ingenuidad!
– No es tanto una cuestión de ingenuidad como de ignorancia -terció Michael-. Osnat no conocía la historia de Yoyo; ni siquiera sé si sabía que era un refugiado que había venido a Israel con la Juventud Aliyá. Yoyo le sacaba unos años, y cuando Osnat llegó al kibbutz, él ya se había hecho con una identidad nueva. Le dijo que había invertido todo el dinero en beneficio del kibbutz y ella le creyó. Lo que le molestó fue que hubiera tomado la decisión y la hubiese llevado a cabo por cuenta propia, sin consultar al kibbutz, a la comisión de finanzas, saltándose todo el proceso. Yoyo se las arregló para mantenerlo en secreto durante un año entero. Incluso logró engañar al contable. Todo el mundo pensaba que se había retirado de la bolsa antes de la crisis y que había logrado salvar al kibbutz comprando los bonos.
– En el kibbutz se publica anualmente un informe financiero -dijo Benny-. Se entrega una copia a cada miembro y se celebra una sijá especial para que el tesorero presente el informe y lo explique todo.
– ¡Es un aburrimiento insoportable! -exclamó Nahari. Se embutió el puro entre los dientes-. Es la sijá más espantosa del año. Sólo acuden unos cuantos fanáticos. Lo recuerdo muy bien.
– Sí, y el informe tampoco lo lee casi nadie, como mucho le echan un vistazo -dijo Michael.
– ¿Cómo es posible que nadie se oliera la tostada al ver el informe anual, o en la reunión donde se debate el presupuesto? -preguntó Sarit-. Siempre habrá alguien que asista a la reunión y que lea el informe -comentó señalando el folleto medio oculto por una carpeta.
– Es posible -explicó Benny con gesto serio- porque cuando el tesorero del kibbutz le dice al contable: «Las acciones déjamelas a mí, tú no te metas en esto. Yo me ocupo de ellas», eso es lo que sucede. Y es lo que ha sucedido en este caso -Nahari retiró hacia un lado el cenicero de cerámica color mostaza-. Ése ha sido el menor de los problemas de Yoyo. Sus verdaderos problemas empezaron cuando Osnat lo obligó a firmar una carta diciendo que sacaría a relucir el tema en la sijá de finales de año, según pone aquí, en la transcripción de su interrogatorio de anoche.
– Sí -dijo Michael con un suspiro-, Osnat tenía en su poder una carta firmada por Yoyo en la que se comprometía a hacerlo. Osnat no quería actuar de delatora. Según Yoyo, pretendía convertir el problema en una oportunidad pedagógica.
– No me hagas reír -dijo Nahari-. Tienes cada cosa. Lo que en realidad quería Osnat era quedar libre de sospecha. La puesta en escena en la sijá serviría para demostrar su inocencia. Porque Yoyo podía chantajearla con la cuenta bancaria que había abierto a su nombre.
Michael respiró hondo antes de replicar:
– No debemos olvidarnos de la personalidad de los implicados. Piensa en cómo era Osnat. La cuestión no es tan simple. Es cierto que Yoyo la había implicado para protegerse a sí mismo, pero, si piensas en ella, verás que no era el tipo de persona que se rinde ante un chantaje, y que era muy propio de ella querer que la cuestión se debatiera en público.
– No te excites así -dijo Nahari, mirándolo con los ojos entornados- y no te hagas ilusiones pensando que sólo tú lo comprendes todo. ¿Dónde está la carta, por ejemplo?
– He revisado todos los papeles de Osnat y no he dado con ella. Tal vez la guardaba fuera del kibbutz.
– No te sorprendas si descubrimos que tenía una caja fuerte -dijo Nahari, sonriendo para sí. Sacó una caja de cartón de un cajón de la mesa y la abrió. Estaba llena de puros finitos, diferentes de los que fumaba habitualmente. Nahari se la colocó delante y escogió un puro. Michael lo observaba-. ¿Le apetece un puro a alguien? -ofreció Nahari. Michael sacó un cigarrillo de su paquete de Noblesse-. Quizá haya llegado el momento de tomar otra ronda de café -dijo Nahari como para sí, mirando el teléfono. Sarit marcó un número y murmuró una frase por el auricular. Su mano dejó una huella húmeda en el aparato.
– ¿A qué vendría ese artículo que escribió en la revista del kibbutz? -preguntó Nahari.
– Quizá pretendía asustar a Yoyo, ¿quién sabe? -dijo Benny, sorbiendo por la nariz.
– ¿Estará funcionando el aire acondicionado? -dijo Sarit quejumbrosa-. ¿Hasta cuándo vamos a tener que seguir aquí, soportando este calor?
– Dos cosas me vienen preocupando desde que hemos descubierto todo esto -dijo Michael-. En primer lugar, que en la personalidad de Osnat no encaja tanta discreción, no hablar con nadie y, sobre todo, prestarse a que la chantajearan. Y, en segundo lugar, la carta. Por lo visto en ella se decía que, si Yoyo no se desenmascaraba en la sijá, Osnat la haría pública.