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– ¿En qué fecha? -quiso saber Nahari.

Benny y Sarit lo miraron inquisitivamente, y Michael se apresuró a responder:

– Dentro de un par de semanas. La sijá de dentro de un par de semanas era la fecha tope.

– Tenía una caja fuerte, estoy convencido -dijo Nahari.

– No la tenía, por lo menos, no la tenía a su nombre -replicó Michael-. En mi opinión, hay dos posibilidades: o bien le entregó la carta a alguien para que se la guardase, o bien Yoyo la ha hecho desaparecer. Todavía no lo hemos comprobado pasándolo por el detector de mentiras, pero Yoyo asegura que una vez que firmó la carta, se la devolvió a Osnat y no ha vuelto a verla desde entonces.

Benny suspiró. Se acarició con ambas manos la reluciente calva y dijo:

– Pero el problema principal no es ése.

– ¿Cuál es el problema principal? -preguntó Sarit-. Después de haberlo pasado todo a máquina me es imposible hacerme una imagen de conjunto, sólo recuerdo un montón de palabras y datos sueltos.

– El problema principal -intervino Michael- es que aunque Yoyo tenía motivos para asesinarla, también tiene una coartada perfecta.

– Estuvo todo el rato con Moish -le recordó Benny a Sarit.

– A lo mejor Moish también está implicado -comentó Sarit sin convencimiento.

– Lo hemos verificado -dijo Benny-. Hay pruebas y testigos.

– De manera que tenemos un sospechoso con un móvil importante, con las llaves del cobertizo de los venenos y con licencia para usar paratión. Pero no sabemos cómo se las pudo arreglar para hacerlo -resumió Nahari, y dirigió la vista hacia Michael-. Pues bien, ¿qué tiene que decir su señoría al respecto?

– Que estoy buscando a alguien que pudiera haber pasado junto a la habitación de Srulke y hubiese cogido el frasco. He interrogado a muchísimas personas sobre esta cuestión sin sacar nada en claro.

– ¿Lo que estás diciéndome es que no estás centrando tus indagaciones exclusivamente en Yoyo? -dijo Nahari con parsimonia.

– Lo que estoy diciendo es que opino que debemos mantener a Yoyo detenido y continuar trabajando en un par de frentes: buscando a la persona que haya tenido la oportunidad de llevarse el paratión después de que muriera Srulke, y buscando la carta. Es decir, que hay que volver al kibbutz y seguir instalados allí.

– ¿A quiénes has interrogado sobre lo que hicieron ese día? -preguntó Nahari impaciente.

– Desde la autopsia y el hallazgo del frasco de paratión vacío, no he cesado de indagar -repuso Michael.

– Ya lo sé, ya lo sé, eso ya me lo has contado -dijo Nahari, exhalando una voluta azul de humo-. Pero quiero datos y no palabras.

Michael respondió sin enfadarse:

– Sabes que no es tan sencillo -se inclinó hacia delante y, mientras hablaba, vio su reflejo en el cristal de la mesa. Tenía las oscuras cejas alborotadas, los ojos hundidos. Las mangas enrolladas de su camisa blanca le apretaban demasiado los brazos. Y la manera en que lo miraba Sarit no le hacía sentirse más cómodo. De pronto, su altura y su delgadez se le antojaban grotescas, se veía flacucho y desgarbado-. Hemos descubierto que nueve personas se marcharon del comedor después de la primera parte del espectáculo, cada cual por sus propios motivos. Sus declaraciones firmadas están en el dossier, ya las has visto. Pero además algunas personas mayores no se movieron de sus habitaciones, y una encargada de casa se quedó acompañando a dos niños enfermos, y también está Simjá Malul -explicó con esfuerzo.

– ¿Qué pasa con Simjá Malul? -dijo Nahari, poniéndose rígido.

– La invitaron a la ceremonia, y asistió a ella; pero a mitad de la fiesta, fue a la enfermería para ver a Félix. Dice que… ¿qué es lo que ha dicho? -Michael pasó rápidamente las páginas de la carpeta-. Aquí está -dijo señalando una página-, échale un vistazo -y le pasó la carpeta a Nahari-, Le daba pena que Félix no pudiera estar presente un día tan especial y fue a verlo a la enfermería cuando terminó la ceremonia al aire libre.

– ¿Y a ti qué te parece? -preguntó Nahari-, A lo mejor tú también te sientes obligado a proteger a una pobre mujer trabajadora, como nuestra Florence Nightingale.

– No me parece nada -dijo Michael, encogiéndose de hombros-, La creo y el detector de mentiras también.

– ¿Así que ya le has hecho una prueba poligráfica sobre eso? -preguntó Nahari-. Me descubro ante ti. Es impresionante. Tienes respuesta para todo. No se te escapa nada.

En ese momento les trajeron una bandeja con café, refrescos y sándwiches que olían a huevo duro, y Michael se obligó a mantener la boca cerrada. «Mantén la calma», se dijo, «no dejes que te provoque. El pobre pelmazo con complejo de inferioridad es él, no tú».

– Todas las personas a quienes hemos interrogado tenían un motivo justificado para no estar en la ceremonia o bien no tenían ningún motivo.

– ¿Y has registrado sus habitaciones? ¿Las de esas personas que no asistieron?

– Pues claro, ¿qué te crees? Pero el registro no nos ha valido de nada.

– ¿Y sólo hay una salida?

– ¿En el comedor? -preguntó Sarit antes de haberse tragado el último bocado del sándwich-. No, también se puede salir a través de la cocina y de ahí al exterior por unas escaleras que están en la parte trasera del edificio.

– Pero a la hora de las comidas siempre hay gente en la cocina -le recordó Benny-, y quienes estaban de turno de cocina no se movieron de allí, y nadie vio a nadie saliendo por la puerta trasera.

– ¿Quién estaba de turno de cocina esa noche? -preguntó Nahari.

Michael enumeró cuatro nombres contemplando el humo que se elevaba de su cigarrillo.

– ¿Yankele? -repitió Nahari-. ¿Yankele el loco? ¿El hijo de como se llame? Para mi gusto estamos topándonos con él demasiadas veces.

– Sí. A mí también me resulta un tanto sospechoso -convino Michael-. Pero Yankele se ha negado a hablar. Con todo el mundo. Ni siquiera habla con los profesionales, el psiquiatra y el psicólogo.

– ¡Después de todo el jaleo de la exhumación! -exclamó Nahari con gesto de disgusto-. ¿Para qué te ha servido la información de que en el cadáver del viejo había paratión? Para nada, por lo que veo.

– El paratión hallado en el cadáver de Srulke no era evidencia de un asesinato -dijo Michael-. En su caso no hay móviles factibles. Y, dadas las circunstancias y todas las conclusiones a las que hemos llegado, nuestra hipótesis es que fue un accidente. Todos los indicios apuntan en esa dirección: estaba fumigando con paratión y tuvo un descuido -calló un instante-. Parte de nuestro problema es que no logramos hallar respuesta ni para las preguntas más básicas. Pero tienes razón, no deberíamos haber descuidado esa línea de indagación.

– No te queda mucho tiempo. Los crímenes se resuelven en veinticuatro horas sólo en las películas. Y aunque tu informe de lo que sucedió anoche es muy interesante, no nos ha llevado a ningún lado.

– Si tú mismo lo entiendes así -dijo Michael-, ¿por qué no nos liberas del plazo límite? Es absolutamente arbitrario, no se pueden forzar las cosas.

Nahari permaneció en silencio.

– Nosotros solos no podemos mantenerlo todo vigilado -prosiguió Michael-, y está claro que va a suceder algo; la sensación de que alguien corre peligro se agudiza con cada minuto que no paso allí -y Michael volvió a consultar su reloj.

Nahari hizo una mueca y pegó una chupada a su puro.

– No me importa parecer melodramático -dijo Michael secamente-, cada minuto que paso aquí, la vida de la gente corre peligro. Cada minuto. Tengo que estar allí y tú lo sabes. Va a ocurrir algo terrible. La tensión se corta con cuchillo. No puedo quedarme aquí y restringir la investigación a Yoyo.