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Habían llegado al último punto del orden del día. Shula se volvió hacia Moish y le cedió la palabra. Avigail cambió varias veces de postura en la butaca, sin acabar de acomodarse, y al final cruzó las piernas, enderezó la espalda y se quedó sentada muy rígida. Michael encendió otro cigarrillo. La creciente tensión reinante en el comedor se transmitía a la habitación, donde las ventanas cerradas y con las cortinas echadas creaban una atmósfera cavernosa.

– Hace casi dos semanas -comenzó Moish, que tenía el semblante aún más pálido que de costumbre-, perdimos a Osnat -en el comedor se había hecho un silencio pesado. Zeev Ha- Cohen y los demás miembros de la junta directiva sentados junto a Moish agacharon la cabeza. Dvorka ni pestañeó, aunque tensó brevemente los labios-. La muerte de Osnat ha sido un golpe del que aún no nos hemos repuesto -dijo Moish, y Michael le vio echar un vistazo a la hoja que tenía en las rodillas-, y del que no llegaremos a reponernos hasta mucho después de que se haya descubierto…, pero no es de esto de lo que quería hablaros esta noche -continuó Moish después de haber recuperado la voz-, sino de lo que, por mor de la brevedad, llamaré «la obra de su vida».

El silencio era absoluto. Tan sólo se oía la voz de Moish y el sonido de su respiración.

– Antes de continuar quiero decir que confiamos plenamente en Yoyo y no albergamos la menor duda sobre su inocencia en tanto no se demuestre lo contrario.

Yojeved cuchicheó unas palabras al oído de Matilda.

Michael miró a Avigail, que tenía la vista clavada en la pantalla. Supo que ella notaba su mirada. Cuando volvió a prestar atención, oyó que Moish decía:

– Disculpadme esta fraseología, ¿cómo podría expresarlo mejor?… A mí, la muerte de Osnat me ha hecho tomar conciencia de que es cierto eso que se dice de que la vida es efímera. Y luego Aarón Meroz, a quien muchos recordáis, ha sufrido un infarto. Es como si nuestra generación estuviera a punto de desaparecer de la escena sin haber logrado nada propio.

Alguien dijo algo a gritos y Moish pidió:

– Por favor, dejadme hablar sin interrumpirme, que ya me cuesta bastante -en el silencio que siguió, Moish pareció hacer acopio de fuerzas. Michael se fijó en sus anchas manos, absolutamente inmóviles. Sólo su palidez y su respiración acelerada y ronca delataban su nerviosismo-. Como es natural, la repentina muerte de Srulke no ha contribuido a aliviar esta sensación. No pretendo decir que no hayamos logrado nada en absoluto, pero sí que ha llegado la hora de que dejemos nuestra huella, tal como lo hizo la generación de nuestros padres. Mientras Osnat estuvo en vida, yo no sentía tan intensamente esta necesidad. Ahora que nos ha dejado, quiero explicaros que me siento llamado a desempeñar lo que, en palabras bonitas, se podría denominar una misión. Siento que Osnat…, que debemos continuar lo que ella comenzó.

Moish se quedó callado y tocó el papel que tenía en las rodillas. Michael reparó en el frenético movimiento de las agujas de tejer de Fania y en el ceño fruncido de Guta. Dvorka apoyó la barbilla en la mano sin apartar la vista de Moish. Zeev HaCohen descruzó las piernas y las colocó en paralelo, ladeando después la cabeza para escuchar, pose que en su día, pensó Michael, debía de tener encanto pero que ahora se le antojaba excesivamente juvenil, casi grotesca. Yojeved escuchaba a Moish con expresión cada vez más agria.

– Creo que nos ha llegado el momento de replantearnos cómo reorganizar la vida del kibbutz desde el punto de vista de las relaciones entre la familia y la comunidad. Estoy citando un texto de Osnat y, aunque quizá no soy tan hábil con las palabras como ella, sí comprendía la visión que Osnat tenía en mente, tal como la comprendíais la mayoría de vosotros. Y no quiero que todo se quede en nada -dijo Moish con una voz a su pesar cargada de patetismo- sólo porque Osnat haya fallecido.

– ¿Qué quieres decir con «quedarse en nada»? ¿Por qué en nada? -dijo Tova desde el público-. Tenemos una comisión encargada del desarrollo del kibbutz, y la creamos precisamente para eso. Cualquiera pensaría que sin Osnat…

– Sí, ya lo sé – la interrumpió Moish -, pero quisiera que lo debatiéramos para rendir honores a la memoria de Osnat -carraspeó-. En los últimos años, Osnat era uno de los pilares del kibbutz. Me gustaría que discutiéramos una solución inmediata para el problema de que los niños duerman en familia y también, desde una perspectiva positiva, seria y, no sé cómo decirlo…, profunda, sí, ésa es la palabra, el asunto de la instalación comunitaria para los miembros de edad.

Matilda se puso en pie y, exhibiendo su abultada barriga, dijo a voz en grito con mucho aspaviento:

– ¿Otra vez vas a empezar con eso?

Dvorka también se levantó. Su figura delgada y erguida causó un efecto inmediato. Matilda se calló y tomó asiento. El semblante de Dvorka también estaba pálido. Despegó los labios y en un tono ponderado, didáctico, despojado de emociones y autoritario, dijo:

– Mira, Moish, de eso ya hemos hablado muchas veces. Es un tema complejo, demasiado complicado para tratarlo a la ligera. Crear situaciones destructivas para el grupo y el individuo no va a valemos para rendir homenaje a Osnat. La propia Osnat carecía de respuesta para numerosas preguntas, incluidas algunas triviales, como por ejemplo quién se ocuparía de los niños enfermos si no tuviéramos casas infantiles. A veces tiendes a olvidarte de que aquí hemos creado una sociedad igualitaria y productiva mucho antes de que las feministas quemaran sus sujetadores. Éste es el único lugar donde la mujer puede trabajar como un hombre, gracias a las soluciones originales que hemos creado para permitirle realizarse en un trabajo innovador y constructivo.

»Pero éstos son asuntos secundarios, y Osnat solía decir que los resolveríamos del mismo modo que se han resuelto en otros lugares. Eso no es lo principal; lo que me preocupa es la cuestión de la igualdad. Si hemos creado una sociedad igualitaria ha sido gracias a una educación uniforme. Educación que dejaría de ser posible si los niños durmieran con sus padres. Y tendría mucho más que decir al respecto teniendo en cuenta los principios que están en juego, pero no son éstos el momento ni el lugar para hablar de eso.

Guta tenía el rostro distorsionado por el odio y la ira, según apreció Michael, cuando rompió a hablar dirigiéndose a Moish:

– ¿Por qué no dices que quieren montar una residencia de ancianos para resolver el problema de la vivienda? ¿Por qué no hablas de eso? La última vez que me quejé de que seguían sin realojarnos en casas nuevas, Osnat me dijo que la comisión de vivienda tenía a la vista un nuevo proyecto, es decir, la residencia de ancianos en cuestión, donde también quieren vender plazas a gente de la ciudad, ¡como si estuviéramos cortos de dinero!

– Guta -imploró Moish-, por favor te lo pido.

– Pide todo lo que quieras, ¡no vas a lograr taparnos la boca! -chilló Matilda-. No es sólo la vivienda, Osnat también lo concebía como una solución social, ella misma me lo dijo, porque así los compañeros mayores que están solos podrían hacer nuevas amistades en la residencia de ancianos o como quieras llamarla.

– ¡Se quieren librar de nosotros sin ningún motivo! -dijo Guta en un alarido-. En eso se resume vuestra maravillosa visión.

– Lo que quieren es quitarnos de en medio para que no les impidamos introducir sus cambios modernos -dijo Yojeved. Ella también se había puesto en pie.

– ¿Y qué pasará con la figura de la encargada de casa? ¿Qué opinas de eso? ¿Para qué necesitaremos a las encargadas de casa? -preguntó una mujer vestida elegantemente desde el centro del comedor. Michael no la reconoció y Avigail respondió con un encogimiento de hombros cuando le preguntó quién era.