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—¿Puede usted describirme exactamente lo que ocurrió aquella noche en el salón?

—Pues, como le digo, todos anduvimos por allí charlando; alguien puso la radio… la mayoría de muchachos salieron. Celia subió a acostarse bastante temprano, igual que Jean Tomlinson. Sally y yo nos quedamos hasta bastante tarde. Yo escribiendo unas cartas y Sally repasando unos apuntes. Creo que fui la última en subir.

—En conjunto, ¿fue una noche tan normal como otra cualquiera?

—Por completo, inspector.

—Gracias, señorita Hobhouse. ¿Quiere enviarme ahora a la señorita Lane?

Patricia Lane parecía preocupada, pero no recelosa. Sus respuestas no aportaron nada nuevo, y al preguntarle por los desperfectos ocasionados en los apuntes de Elizabeth Johnson dijo que no cabía la menor duda de que Celia había sido la responsable.

—Pero ella negó categóricamente, señorita Lane.

—Por supuesto —replicó Patricia—. Es natural. Supongo que se avergonzaría de haberlo hecho. Pero concuerda con las demás cosas, ¿verdad?

—¿Sabe lo que ocurre en este caso, señorita Lane? Que nada encaja demasiado bien.

—Supongo que usted pensará que fue Nigel el que estropeó los apuntes de Bess. Por culpa de la tinta —dijo Patricia enrojeciendo—, y eso es una tontería. Quiero decir que si hubiera hecho una cosa así no hubiese utilizado su propia tinta. No es tonto, pero de todas formas no lo hizo.

—No siempre se lleva bien con la señorita Johnston, ¿verdad?

—Oh, algunas veces ella resulta impertinente, pero a él no le importa gran cosa —Patricia Lane se inclinó hacia delante con ansiedad—. Me gustaría hacerle comprender un par de cosas, inspector… acerca de Nigel Chapman. En realidad, Nigel es el mayor enemigo de sí mismo. Soy la primera en admitir que tiene un carácter difícil que predispone a la gente en contra suya. Es brusco e irónico, y le gusta divertirse a costa de los demás, les hace enfadar a todos y ellos piensan lo peor de él. Mas en realidad es muy distinto de lo que parece. Es uno de esos seres tímidos y bastante desgraciados que quisieran ser apreciados por todos, pero debido a una especie de espíritu de contradicción, dicen y hacen todo lo contrario de lo que piensan hacer y decir.

—Ah —replicó el inspector Sharpe—. Ésa es una buena desgracia.

—Sí, pero ellos no pueden evitarlo, ¿sabe? Eso es consecuencia de una infancia desgraciada. Nigel tuvo una niñez muy triste. Su padre era muy duro y muy severo y nunca le comprendió, y además trataba mal a su madre. Después, de que ella murió tuvieron una pelea terrible y Nigel se escapó de su casa. Su padre dijo que nunca le daría ni un céntimo y que se arreglara sin esperar la menor ayuda de él. Nigel replicó que no deseaba su ayuda, y que no la aceptaría aunque se la ofreciera. Gracias al testamento de su madre entró en posesión de una pequeña cantidad de dinero, y nunca escribió a su padre ni volvió junto a él. Claro que eso fue una lástima en cierto sentido, pero no cabe duda de que su padre era un hombre muy desagradable, no me extraña que amargara a Nigel y le hiciera imposible convivir con él. Desde la muerte de su madre no tuvo a nadie que le cuidara. Su salud no ha sido buena, aunque tiene una inteligencia brillante. En esta vida no ha encontrado más que obstáculos y por eso no puede mostrarse como es en realidad.

Patricia Lane, después de su largo y apasionado discurso se detuvo ruborizada y falta de aliento y el Inspector Sharpe la miró pensativo. Había tropezado anteriormente con muchas Patricia Lane. «Está enamorada de ese chico —pensó—. Y supongo que a él le importa dos cominos, pero es probable que se deje querer. El padre, por lo que ha dicho, parece que era un viejo pendenciero, pero me atrevo a pensar que la madre era una tonta que estropeó a su hijo y que con sus mimos fue ahondando la brecha abierta entre él y su padre. He visto muchos casos así». Se preguntó si Nigel Chapman se habría sentido atraído por Celia Austin. No le parecía probable, pero no era imposible. «Y de ser así —pensó—. Patricia Lane debió sentir amargo resentimiento». ¿Tal vez lo bastante como para desearle mal a Celia? ¿Lo bastante como para cometer un crimen? Seguramente no… y en todo caso, el hecho de que Celia se convirtiera en la prometida de Colin Macnabb descartaba aquel posible motivo del crimen. Despidió a Patricia Lane e hizo llama a Jean Tomlinson.

Capítulo X

La señorita Tomlinson era una joven de veintisiete años de aspecto serio, cabellos rubios, facciones correctas y una boca ligeramente curvada hacia arriba. Cuando se sentó dijo en tono comedido:

—Y bien, inspector. ¿En qué puedo servirle?

—Me pregunto si podría usted ayudarme a esclarecer este trágico asunto, señorita Tomlinson.

—Es chocante, realmente chocante —dijo Jean—. Ya era bastante desagradable pensar que Celia se había suicidado, pero ahora que creen que la asesinaron… —se detuvo meneando la cabeza, contrariada.

—Estamos casi seguros de que no se envenenó —replicó Sharpe—. ¿Usted sabe de dónde salió el veneno?

Jean asintió.

—Supongo que del Hospital de Santa Catalina, donde ella trabaja. Pero indica que fue suicidio…

—Sin duda alguna eso es lo que quisieron dar a entender —replicó el inspector.

—Pero, ¿quién hubiera podido apoderarse del veneno, aparte de Celia?

—Muchísimas personas —dijo el inspector Sharpe—, si estaban decididas a ello. Incluso usted misma hubiera podido cogerlo, señorita Tomlinson.

—¡Inspector Sharpe! —el tono de Jean denotaba indignación.

—Bueno, usted visitaba el Dispensario bastante a menudo, ¿no es cierto, señorita Tomlinson?

—Iba a ver a Mildred Carey; pero, naturalmente nunca me hubiera atrevido a tocar nada del armario de los venenos.

—¿Pero hubiese podido hacerlo?

—¡Desde luego que no!

—Veamos, señorita Tomlinson. Supongamos que su amiga estuviera atareada preparando las cestas de las salas y la otra encargada en la ventanilla de los pacientes. Durante muchos ratos sólo hay dos encargadas en ese departamento, y usted pudo acercarse como por casualidad hasta el estante central sin que ninguna de las dos encargadas imaginara siquiera lo que acababa de hacer.

—Me duele mucho lo que dice, inspector Sharpe. Es… es… una acusación ignominiosa.

—Pero si no se trata de una acusación, señorita Tomlinson. Nada de eso. No debe interpretarlo mal. Usted me dijo que no era posible que usted hubiera cogido el frasco y yo trato de demostrarle que sí lo es. No es que yo diga que usted lo hiciera. Al fin y al cabo —agregó—, ¿para qué habría de hacerlo?

—Cierto. Recuerde que yo era amiga de Celia, inspector Sharpe.

—Muchísimas personas son envenenadas por sus amigos. Hay una pregunta que debemos hacemos algunas veces. ¿Cuándo un amigo no es amigo?

—No hubo la menor desavenencia entre Celia y yo; nada de eso. La apreciaba mucho.

—¿Tuvo usted alguna razón para suponer que fuera ella la responsable de los robos ocurridos en la casa?

—No. En mi vida tuve una sorpresa mayor. Siempre pensé que Celia tenía buenos principios. Nunca la hubiera creído capaz de una cosa así.

—Claro que los cleptómanos no pueden remediarlo, ¿no es cierto? —le preguntó mirándola de hito en hito.

Jean Tomlinson apretó los labios y al fin los abrió para decir:

—No puedo decir que apoye esta opinión, inspector Sharpe. Mis ideas son un tanto anticuadas y creo que robar es siempre robar.

—¿Usted cree que Celia se apoderaba de las cosas porque quería robarlas, sencillamente?

—Desde luego que sí.

—En una palabra, ¿por falta de honradez?

—Me temo que sí.

—¡Ah! —exclamó el inspector Sharpe sacudiendo la cabeza—. Mala cosa.

—Sí, siempre es triste que en cualquier aspecto nos decepcionen.